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John Hinckley: cómo dejar de ser “el tipo que disparó a Ronald Reagan”

Después de salir del centro psiquiátrico en el que estuvo recluso hasta 2016, Hinckley quiere empezar a firmar los cuadros y canciones que lleva creando todo este tiempo
agenciasLa Razón
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  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Cuando Estados Unidos se está levantando sin saber todavía quién ocupará durante los próximos cuatro años el despacho oval, una decisión judicial trae de vuelta uno de los episodios más negros de su historia presidencial. El 30 de marzo de 1980 y apenas 69 días después de asumir el cargo, el Presidente Ronald Reagan fue objeto de un atentado que casi le cuesta la vida y, de hecho, le perforó un pulmón. John Hinckley Jr., después de leer la agenda diaria de la comitiva estatal en una página del Washington Post y desayunar en un McDonald’s, se acercó al Hotel Hilton de la capital estadounidense y profirió seis disparos desde su Röhm RG-14 del calibre 22.
No hubo víctimas mortales, pero sí fueron alcanzados miembros del servicio secreto, el responsable de prensa y el mismo Reagan por culpa de una bala que rebotó en su propio coche oficial. Horas antes de llevar a cabo el atentado e imaginando que no viviría para hacer nada más después, Hinckley escribió una carta a la actriz Jodie Foster, por aquel entonces apenas una principiante que había maravillado y horrorizado al mundo con su papel de prostituta adolescente en «Taxi Driver». Obseso artístico desde que se intentó justificar usando la película de Scorsese, Hinckley permaneció ingresado en una institución psiquiátrica hasta agosto de 2016.
En su reclusión, y por mandato judicial, Hinckley no ha podido firmar ninguna de sus pinturas ni canciones. Esta semana, el juez Paul L. Friedman ha dictaminado que Hinckley se encuentra «mentalmente estable» y que, por tanto, podrá empezar a firmar sus trabajos ya que entiende que no hay perjuicio por haberse hecho célebre por un intento de asesinato. De esta manera, el que fuera el preso número 00137-177 deberá acudir mensualmente al delegado forense de su designación geográfica a dar cuenta de los trabajos que piensa publicar y a «someterse a evaluaciones psicológicas periódicas».
La decisión del juez del Distrito de Columbia es una victoria para un Hinckley que lleva casi un lustro sacando a la luz su trabajo de manera anónima y «frustrado por no poder usar su propio nombre», hecho al que achaca su imposibilidad para encontrar un público mayoritario que compre sus cuadros o escuche su música, según su abogado. «Vive con su madre. Me gustaría mucho poder verle generar beneficios de su trabajo artístico», ha explicado su terapeuta Carl Beffa en entrevista con el juez.
Aunque quizá, lo que más sorprenda, sea el propio alegato de Hinckley: «Hay muchos aspectos de mi vida de los que no sabe nada nadie. Soy un artista. Soy un músico. Nadie sabe nada sobre eso. Solo me ven como el tipo que intentó matar a Reagan».