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Thomas Adès, un creador de atmósferas

La Razón
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  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Obras: Stravinski, Adès y Beethoven. Director: Thomas Adès. Violín: Anthony Marwood. Orquesta Nacional. Auditorio Nacional, 13 de noviembre de 2020.
Mucho interés revestía la presencia en el podio de la Nacional del músico inglés Thomas Adès, que situaba en atriles su “Concierto para violín” de 2005, una obra reveladora de sus capacidades creadoras, que pueden ser apreciadas en otras de sus muchas composiciones, entre ellas las operísticas, la última y más celebrada de las cuales es “El ángel exterminador”, estrenada en Salzburgo en 2017 y basada en la historia narrada por Buñuel en su película del mismo título.
Hemos podido apreciar así, con el protagonismo del excelente violinista que lo estrenó, Anthony Marwood, la calidad de estos pentagramas concertantes, muy definitorios del personal y, en algunos aspectos ecléctico, estilo del compositor. Ulrich Dibelius destacaba como principales características del mismo la habilidad a la hora de plasmar colores. Es como si fuera un equilibrista del timbre a quien, cual un segundo Britten, las ideas musicales le llegaran como por arte de magia.
Adés logra en su música atmósferas rarificadas que se valen por si mismas para otorgar poder y energía internas a sus pentagramas, sin atender a otros parámetros de índole constructiva o melódica y en los que aletea un espirituoso atonalismo. Aspectos reconocibles en este “Concierto”, estrenado en España por la Sinfónica de Galicia hace unos años. El primer movimiento, “Rings”, es un continuo ir y venir, con descargas pasajeras, a modo de lejanas amenazas. Poco a poco el canto del violín toma cuerpo lírico y plantea ocasionales diálogos con el “tutti” sin cejar en su permanente vaivén.
El segundo tiempo, “Paths”, es bastante más largo; y más complejo y nos trae recuerdos del “Concierto” de Berg. Los discretos contracantos en los vientos ayudan a subrayar lo sombrío de la música, reforzada por los amenazadores y oscuros diseños. En la tercera sección, “Rounds”, lo danzable adquiere protagonismo, la música se espesa y adensa al tiempo que, por encima, el canto del violín llega a su máximo esplendor; relativo, por supuesto, en una obra oscura como ésta. Exacto, afinado y minucioso el solista.
Adès condujo, con un gesto firme, poco elegante, batuta vigorosa y mano izquierda prácticamente inexistente, con precisión y lógico conocimiento. En el “Pas de deux del pájaro azul”, una fantasía de Stravinski sobre el dúo entre el ave y la Princesa Florine del ballet “La bella durmiente” de Chaikovski, se mostró eficaz e incluso airoso. No apreciamos tanto su labor en la exposición de la “Octava Sinfonía” de Beethoven, en la que las jugosas líneas melódicas y la espirituosa naturaleza, tan refrescante, de esa “estimulante travesura” sinfónica quedaron notablemente desdibujadas. Acentos machacones, excesivos pasajes en “forte”, mala planificación de volúmenes, borrosidades ostensibles y una excesiva prevalencia de los vientos impidieron que la obra despegara, aunque en el “Scherzo” se alcanzaran adecuadas gotas de gracilidad.