El día en que Franco espió a la infanta Pilar
Los informes aseguraban que no llevaba medias y que tenía el vestido manchado
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Dicen, quienes la conocían bien, que la hermana mayor del Rey Emérito Juan Carlos era todo un temperamento. Fallecida ahora hace justo un año como consecuencia de un cáncer de colon que le carcomió las entrañas, se ganó a pulso durante toda su vida el apodo de «diamantina». Pese a nacer en Cannes el 30 de julio de 1936, 48 horas antes de que su padre Don Juan de Borbón cruzase la frontera de incógnito dispuesto a luchar en vano en la Guerra Civil española del lado de los sublevados, la Infanta se comportó siempre, en privado y en público, como una verdadera castiza. Decía lo que pensaba, sin importarle, valga la redundancia, lo que pensasen de ella. Era probablemente la Infanta menos diplomática de toda su dinastía.
En febrero de 2012, sin ir más lejos, Doña Pilar se despachó a gusto con la periodista María Eugenia Yagüe: «Dijo usted que los periodistas decimos chorradas...», comentó la entrevistadora. «Pues sí, muchas chorradas», se ratificó para romper el hielo. Con razón, la propia Doña Pilar hizo examen de conciencia poco después de su matrimonio: «Mi mayor defecto es el genio. Tengo un genio muy fuerte...», admitió.
Tampoco fue ella una mujer coqueta. En la Fundación Nacional Francisco Franco consulté en su día el «Informe amarillo» –como tituló su anónimo autor los tres folios mecanografiados bajo el más estricto sigilo– sobre la puesta de largo de la Infanta en su residencia portuguesa de Villa Giralda, celebrada el 14 de octubre de 1954 con motivo de su dieciocho cumpleaños. El espía de Franco anotó luego: «La Infanta Pilar, según fotografías que constan en poder de este servicio, no llevaba medias; tenía el traje manchado en la espalda, en el omoplato derecho, y el collar, que era excesivo para su cuello, lo llevaba cogido con una simple gemita... Don Juan vestía traje azul a rayas, cuello duro y corbata verde con cuadritos blancos. Su esposa, traje gris perla con fondo de aguas. La Infanta Pilar, traje burdeos de moaré, sin planchar».
Juan Balansó, experto en dinastías reales europeas, ahondaba en lo poco o nada presumida que era. De complexión recia y algo rolliza, la aludida admitió incluso en cierta ocasión: «Mi padre se desesperaba conmigo. Una vez, cuando tenía diecisiete o dieciocho años, me obligó a comprar una barra de labios y me pintó».
Recién casada, la Infanta Pilar protagonizó una inverosímil anécdota si no fuera porque la contaba con todo lujo de detalles el también fallecido biógrafo del Rey, José Luis de Vilallonga. Sucedió en diciembre de 1967, con motivo de las terribles inundaciones registradas en Lisboa. La Infanta tuvo ocasión de exhibir entonces su admirable generosidad con los pobres damnificados, ofreciéndose como voluntaria para rescatar a los heridos del barro y aplicarles curas de urgencia. Pero su dadivoso corazón no se conformó con esto, y organizó a continuación un festival benéfico para recaudar fondos con los que ayudar a las víctimas de las inundaciones. Días después, la propia Doña Pilar quiso entregar personalmente el dinero obtenido al entonces presidente de Portugal, Antonio de Oliveira Salazar.
El día indicado acudió al palacio presidencial y, ante la gran expectación de los medios de comunicación, ofreció un resplandeciente sobre blanco al dictador portugués. Los fotógrafos inmortalizaron la escena con sus objetivos. Pero lo que todo el mundo ignoraba, excepto Doña Pilar, obviamente, era que el sobre no contenía ni un solo escudo sino... ¡papeles recortados! Se trataba, en palabras de su propia madre Doña María, de «una especie del timo del toco mocho».
La explicación era muy sencilla: mientras se dirigía al palacio presidencial, Doña Pilar reparó en que había olvidado el dinero en Villa Giralda, y no se anduvo por las ramas. Días después, con el dinero ya en la mano, Oliveira condecoró a la Infanta con el Collar de la Orden del Infante don Enrique, equivalente en importancia al Toisón de Oro.
La hermana del Rey Emérito desempeñó un papel destacado en sociedades benéficas como Cruz Roja, Adevida, y especialmente Nuevo Futuro, organizadora del popular Rastrillo anual en el que las damas de la alta sociedad madrileña se convierten durante unos días en «criadas» del prójimo, obsequiando a éste con obras de caridad. No en vano,trabajó en su juventud como enfermera en Lisboa. Primero en un dispensario infantil y, más tarde, en los hospitales de Santa Marina y de San Carlos, donde se empleó a fondo en turnos de noche y fines de semana.