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Josefina Carabias, la biógrafa rebelde de Azaña

Seix Barral recupera el libro que la periodista dedicó a quien fue presidente de la República, un retrato humano del político

Una imagen de Josefina Carabias en la época de su amistad con Manuel Azaña
Una imagen de Josefina Carabias en la época de su amistad con Manuel AzañaSeix Barral

Josefina Carabias fue uno de los grandes nombres del periodismo español, a la misma altura de un Manuel Chaves Nogales. Pero era mujer y su nombre ha sido en ocasiones silenciado, como le pasó a otras compañeras de generación como pueden ser Carmen de Burgos (Colombine), Irene Polo o María Luz Morales.

Seix Barral ha tenido la feliz idea de recuperar uno de los trabajos más destacados de Carabias, «Azaña. Los que le llamábamos don Manuel». La obra, con prólogo de Elvira Lindo, ofrece una mirada cercana de quien presidente de la Segunda República. No existen muchos testimonios escritos sobre Azaña, con la excepción del apasionado «Retrato de un desconocido», por su cuñado Cipriano Rivas Cherif, y «Memorias del secretario de Azaña» de Santos Martínez Saura, ambos títulos hoy ilocalizables en librerías, como pasaba con el de Carabias. El de la periodista tiene la particularidad de mirar al político desde una perspectiva sincera que le permitió dibujar, según sus palabras, a «un hombre más humano de lo que él dejaba ver, con más corazón del que mostraba y con no pocas contradicciones dentro de sí mismo».

Gran reportera

Carabias fue una de las grandes reporteras de su tiempo, una de las primeras mujeres en trabajar en una redacción. Consideraba, con toda la lógica, que «escribir es una cosa muy fácil, lo difícil es hacerse leer», una afirmación que sigue estando vigente para todos aquellos que se dedican (nos dedicamos) al oficio de informar. Nacida en un pueblo de Ávila llamado Arenas de San Pedro, en 1908, quería huir de allí y la manera era estudiar. Aprobó el bachillerato a escondidas de sus padres, que la sacaron del colegio del pueblo a los catorce años. Cuatro más tarde pudo irse a Madrid para hacer Derecho alojándose en la avanzada y moderna Residencia de Señoritas. El periodismo llegó gracias a un encargo de su primo Vicente Sánchez Ocaña, director de la publicación «Estampa».

En una entrevista para Radio Nacional, Carabias rememoró ese momento asegurando que «entonces una mujer escribiendo llamaba más la atención, además, los artículos se publicaban con mi fotografía, y yo entonces era “monilla”, de modo que al ser una revista de tanta tirada me encontré periodista conocida en dos o tres meses». Hizo de una infiltrada en «Ocho días de camarera en un hotel de Madrid», un reportaje que es todo un hito, además de entrevistar a algunos de los nombres más importantes de su tiempo, como Victoria Kent, Ramón del Valle-Inclán, Miguel de Unamuno, Pío Baroja o Pastora Imperio. Azaña formaba parte de esta curiosidad por saberlo todo, por hacer las preguntas precisas en el momento adecuado. Por hacer, al fin y al cabo, periodismo. Primero conoció al intelectual que frecuentaba los salones del Ateneo de Madrid, institución que llegó a presidir. «Me parecía un ser humano raro, muy distinto hablando con él de como se le veía desde lejos», escribía la periodista. Azaña, en palabras de Carabias, «no era guapo. Era feísimo. Tal vez se exageraba aún más su fealdad porque en las fotografías quedaba peor que al natural. Entre los intelectuales y entre los políticos, los catedráticos y los obreros y empresarios ha habido siempre hombres feos, horrorosos. Pero ninguna fealdad tan sonada como la suya».

Un mundo perdido

El libro es desmitificador y mira con cariño al político, desde una perspectiva bastante personal. Porque este Manuel Azaña, este don Manuel, es un hombre que ha vivido en la sombra, un intelectual entregado a su obra, a su fascinación por leer «Don Quijote de la Mancha» y que con cincuenta años comienza a dedicarse a la política, primero desde el Ateneo hasta llegar a la presidencia de la República, responsabilidad desde la que vivió la Guerra Civil y el exilio que lo llevó a morir en Francia en 1940.

El libro de Carabias nos ofrece un mundo perdido, con los políticos republicanos haciendo de «domingueros» en El Escorial o con Unamuno tomando chocolate con bizcochos. Pero, por encima de todo, se trata de una aproximación a Manuel Azaña con todas sus luces y sus sombras.