La guerra mexica, ¿la gran ventaja de Cortés?
La concepción que tenían los aztecas de la guerra, que incluía su empeño de capturar prisioneros vivos, favoreció a Hernán Cortés en el campo de batalla
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Las batallas convencionales del mundo mexica se libraban al amanecer si era posible, con los dos bandos buscándose para la pelea hasta alcanzar una distancia de unos escasos 60 metros. Mediante el sonido de tambores u otros instrumentos al uso como trompetas o caracoles de mar se daba la orden para el lanzamiento de flechas y proyectiles con las hondas y bajo ese paraguas se iniciaba el acercamiento a las filas del contrario. La unidad táctica mínima estaba formada por 4 o 5 soldados dirigidos por un veterano, que a su vez se agrupaban en pelotones de hasta 20 hombres, los cuales acababan englobados en unidades mayores de 100, 200 e, incluso, de 400 hombres, todas ellas con su respectivo capitán, que, a su vez, recibían órdenes de un tercer oficial a cuyo mando se englobaban.
Como el estrépito debía de ser notable, mediante señales de humo y el uso de estandartes se indicaban los movimientos de cada unidad y se daban las órdenes tácticas más adecuadas para cada situación. Una vez pasada la fase inicial de lanzamiento de dardos, pues las tropas de ambos contendientes se habían alcanzado, se iniciaba el combate cuerpo a cuerpo con las armas oportunas, picas o lanzas, espadas de madera, rodelas, etc.
Juan B. Pomar, el cronista mestizo de Tetzcoco, hizo un apunte interesante: como el ideal era capturar a los guerreros enemigos más famosos, casi siempre las batallas degeneraban en verdaderos duelos parciales en primera línea entre guerreros valerosos de ambos bandos asistidos por sus allegados e incluso se preveía disponer de gente de reserva para vencer en esos duelos tan trascendentes. Por lógica, al lucharse así, en determinados lugares del frente de combate aumentaba la mortandad entre los participantes y si se conseguía que el contrario huyera, por no soportar la presión y las bajas acumuladas, entonces se podían realizar muchas capturas saliendo tras ellos.
Los soldados peleaban arduamente durante un cuarto de hora, salían de la refriega para refrescarse y volvían a entrar en la misma más tarde. Si se pelea con los flancos y la retaguardia protegidos por los compañeros, como en el caso mexica, la táctica de combate implicaba desorganizar las primeras líneas del contrario, romper su frente de combate y, dado el caso, abrir una brecha a partir de la cual dividir sus fuerzas en dos. Pero un punto clave, que sin duda influyó en sus luchas contra los castellanos, fue el hecho de que los mexicas buscaran la captura de prisioneros en combate, lo que parecía limitar el uso de sus armas, pues no se trataba de matar, sino, en todo caso, de herir para doblegar. Es decir, el ideal era atrapar, inmovilizar y atar al contrario preso, para trasladarlo más tarde, pero si era necesario se le hería, en brazos y/o pies, para poder controlarlo mejor.
Todo indica que en los encuentros contra el europeo, las armas arrojadizas fueron más letales que las restantes, pues estas no estaban pensadas para dar muerte. En cambio, los dardos lanzados con «átlatl» o las piedras arrojadas con hondas, por no hablar de las flechas, por muy inferiores que fuesen si se las comparaba con la fuerza impulsora de una ballesta europea, siempre causaban muchos daños al penetrar en las zonas desprotegidas de los cuerpos de los europeos, ya fuesen rostros, cuellos, brazos o piernas. La táctica mexica de envolvimiento del enemigo, con unas líneas delanteras que golpean e intentan arrollar a los contrarios, antes de trasladar a la retaguardia a los prisioneros, es asimilable, según V. Hanson, a la de zulúes y germanos, pero sin profundizar en una explicación de tales similitudes.
Era habitual la ingesta de los cuerpos de los enemigos vencidos, una práctica que horrorizaba a los españoles y que les servía para demonizar a las sociedades aborígenes, pero que hubieron de tolerar, y esa es la gran paradoja, a sus aliados tlaxcalteca, sobre todo. Desde luego, los vencedores en una batalla se apresuraban a retirar los cuerpos de sus caídos para evitar que también fuesen comidos. Es más, esa costumbre tan extendida quizá estuvo en el origen de la retirada de los cuerpos de los compañeros caídos en plena batalla, lo que a veces causaba extrañeza en los castellanos, por sus nefastas consecuencias tácticas, pero así lo hacían, al menos, los mayas.
Ahora bien, dichas consideraciones en un combate contra europeos, que reaccionaban de manera distinta en la lucha y portaban otro tipo de armamento, es muy posible que resultaran ser contraproducentes, pues los hombres de Cortés solo buscaban la aniquilación del contrario si este no retrocedía –otra cuestión es cómo el caudillo satisfizo las ansias de prisioneros de sus aliados aborígenes.
Para saber más...
- «Vencer o morir. Una historia militar de la conquista de México» (Desperta Ferro Ediciones), Antonio Espino López, 640 páginas, 26,95 euros.