La osadía íntima de Pío Cabanillas con la poesía de Valente
“A Madame Chi” es un intenso diálogo en forma de libro entre poemas y fotografías
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“Este libro es fruto de la admiración por un enorme poeta, uno de los más importantes de la literatura de posguerra, pero también por el hombre. De José Ángel Valente siempre me impresionó su enorme cultura que abarcaba muy distintas materias, filosofía, música, dibujo, astrología, religiones, la cábala, gran orador y conferenciante carismático, hechizaba a las audiencias con su palabra. Un hombre libre y profundamente apasionado, diría casi del Renacimiento”, así lo describe Pío Cabanillas (Madrid, 1958), fotógrafo, que fruto de esta admiración, de su relación con él, aunque escasa y de su parentesco (es tío político), propuso a la editorial La cama sol, ilustrar con fotografías una parte muy especial de su obra.
“A Madame Chi”, es un diálogo intenso entre los poemas de José Ángel Valente y las fotografías de Pío Cabanillas, un retrato del amor apasionado que el poeta sentía por su esposa Coral, “Madame Chi”, como la llama en un poema escrito directamente en francés, que da título al libro. Este encuentro, junto a la cuidada y casi artesanal edición de La cama sol, (sólo 500 ejemplares por título), hace de este libro una pequeña joya que sólo puede adquirirse por encargo a la editorial.
“Tiene el valor emotivo y original de incluir cuatro poemas manuscritos, que son un gran regalo de Coral –explica Cabanillas– porque los tiene enmarcados desde siempre en su cuarto. No es la primera vez que ven la luz, pero sí que aparecen como tales manuscritos. Poemas de amor escritos a su musa desde 1972 hasta su fallecimiento en 2000, que ya fueron editados en un pequeño libro llamado “Estancias”, como un regalo hacia ella, aunque Coral no quería porque eran poemas muy íntimos y personales y le parecía una traición que fueran leídos por otras personas. La convenció diciendo que sería un libro pequeño, con pocos ejemplares, solo para los amigos. Y como ella atravesaba una época artística azul, para que fuera más suyo, lo hizo de ese color.
Y si azul eran Coral y “Estancias”, azul tenía que ser la portada de Madame Chi”, certifica Cabanillas. Para él, “ilustrar la poesía intima de Valente no deja de ser una osadía, pero ésta es una obra hecha con el corazón, producto del cariño y del agradecimiento, que recoge los sentimientos más bellos y profundos de sus vidas, su extraordinaria relación, la complicidad y pasión expresada desde lo más íntimo. Cuando oyes todavía hablar a Coral de esa relación, casi te da envidia –reconoce-, porque es una historia tan fuerte que es casi para enmarcar”.
Considerado como uno de los grandes poetas de la generación de los 50, la obra poética de Valente (1929-2000), es muy personal y difícil de encasillar, un autor único y ajeno a escuelas o tendencias. Toda su obra conduce a un sentimiento y proceso de interiorización en torno a un concepto particular de la poesía: “La poesía no sólo no es comunicación; es antes que nada…, incomunicación, cosa para andar en lo oculto”, manifestaba. Y a esta idea de “andar en lo oculto” se ha sumado Pío Cabanillas, que no es la primera vez que mezcla poesía con fotografía. “Creo que las dos tienen mucho en común, plasman el sentimiento de un momento concreto, por eso la simbiosis entre ellas es perfecta –explica–. Tanto el fotógrafo como el poeta trabajamos con una especie de material oculto de la experiencia, del sentimiento interno. El instrumento del poeta para expresar lo que lleva dentro es la palabra y el del fotógrafo la instantánea, el encuadre.
No sólo está siendo notario de aquello que enfoca, sino que está intentando trasladar la emoción que le provoca esa visión, lo que está sintiendo en ese momento a través de la naturaleza. El lector o el espectador tienen, así, la oportunidad de algo que para mí es muy importante –señala–, dejar a un lado la rutina de identificar lo que ve, pensar en lo que siente al contemplar o leer, sin necesidad de identificar el objeto, porque no tiene ningún sentido.
Y la naturaleza, leitmotiv de Cabanillas, como nexo común, “ella es la gran artista”, afirma. Plasmada en una fotografía totalmente descontextualizada, “hecha de líneas y colores, donde parece no importar el lugar, el tamaño o la materia, trabajada desde el vacío, sin un a priori. Si fotografío una montaña, quiero expresar a través de ella y, mediante mi encuadre, el sentimiento interno que me ha provocado. Se trata de desvincularla de su forma más reconocida y descubrir lo oculto que hay en ella, lo que transmite”. Cabanillas termina recordando la reacción de Coral al ver el libro.
Le dijo: “Esto es lo que yo siento con los poemas que José Ángel hizo para ti. ¿Qué te parece?” Muy sorprendida, me respondió: “Están llenas de misterio, muestran como sedimentos profundos, algunas son voluptuosas, otras con movimientos en eclosión, lagos de quietud, lugares secretos… pero también remansos de paz”. Y eso era para mí el mayor elogio que podía recibir, creo que le había transmitido exactamente lo que para mí era la relación amorosa viva que ellos habían experimentado”. Entonces le pregunté, ¿Y cómo verías tú los poemas en una instantánea? “Rodeados todos con un halo de fuego incandescente”, sentenció.