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Crítica de clásica: La cólera y la dulzura

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La Razón

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Obra: Mozart. Director del coro: Lorenzo Ramos. Dirección musical: Pablo González. Intérpretes: Carmen Solís, Nancy Fabiola Herrera, José Luis Sola y Riccardo Zanellato. Orquesta Sinfónica y Coro de Radio Televisión Española. 30-IV-2021.
Es tan inmensa la carga mítica del Requiem de Mozart que resulta difícil sustraerse a ese relato sombrío y algo gótico de aquellos últimos días del genio salzburgués que tanto le deben al cineasta Milos Forman y al dramaturgo Peter Shaffer. En realidad, la premonición autoimpuesta de que el compositor se encontraba en sus últimos compases vitales parece haber empezado antes del encargo de la obra, y se extiende en tímbricas, texturas y motivos a sus últimos años, desde “La clemenza” de Tito hasta el (también muy cinematográfico) “Concierto para clarinete”. Si a esta visión idealizada de aquellos días se le suma el dolor social y personal de estos, el concierto pasa a situarse en un lugar intermedio entre el homenaje, la reflexión y el bálsamo.
Luchando porque el protocolo obligado no restara efectivos se colocaron los metales en ambos lados del anfiteatro de la primera planta, ampliando el espacio sonoro de forma natural. La disposición orquestal de la cuerda sobre el escenario, en modo alterno, y el uso de pantallas y mascarillas complicaron de manera obvia los matices del contrapunto coral, la precisión de los ataques y la construcción del sonido de cada cuerda, pero por ser estas cuestiones tan reiteradas e inevitables estos meses, no entraremos en ellas. Por su parte, Pablo González propuso una lectura sensible e inteligente, con un arranque casi deletreado en su armonía y que generaba una atmósfera de dulzura alrededor de una obra que no lo es tanto.
Pero dulce no significa dócil, y la propuesta quedó mejor explicada cuando llegó el inicio de la Sequentia, el “Dies irae”, exhalando rabia e incandescencia con articulaciones propias del Sturm und Drang. El resto del réquiem se atuvo a esta lectura múltiple intentando matizar los descubiertos de la versión de Süssmayr, más voluntariosa que perfecta en su afán de completar la partitura original. Lo mejor de la propuesta de González es que devolvía al ser humano la vieja dicotomía que ya proponían los antiguos griegos: la de ser mortales y divinos, por ser hijos de la tierra y sangre de los dioses. Con la cólera y la bondad siempre en liza. El cuarteto vocal era de altura, y funcionó sin fisuras. Destacó la musicalidad en todo momento de Carmen Solís y la lectura cuidada de Nancy Fabiola Herrera. José Luis Sola abordó bien el inicio operístico de su papel (que parece escrito en sus primeros compases para un héroe rossiniano) y Zanellato completó sin aspavientos. El largo silencio tras la última nota que antecedió a los aplausos certificó que el concierto había llegado al lugar al que debía.