Buscar Iniciar sesión

“Nunca volverá a nevar”: Malgorzata Szumowska se inventa al buen inmigrante

La directora polaca se apoya en el trauma de Chernóbil para construir un relato a medio camino entre ficción y realidad sobre los anhelos y las burbujas sociales
NOUCINEMART
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

Creada:

Última actualización:

“Piénsatelo, por favor. Vamos a ir al Festival de Venecia con esta película. ¿Acaso hay un escaparate mejor?”. Así recuerda la directora polaca Małgorzata Szumowska la frase que acabó convenciendo a Alec Utgoff, su protagonista, para participar en “Nunca volverá a nevar”, que se estrena hoy mismo en salas. “No tenía ni idea de si nos aceptarían en Venecia, ni siquiera de tener la financiación completa de la película atada, pero creo que fue una mentira muy útil”, confiesa en entrevista con LA RAZÓN sobre el arriesgado fichaje de un actor que, en el momento mismo de la conversación, estaba viajando a Estados Unidos para incorporarse al elenco de la exitosa “Stranger Things”.
Al final, la película sí fue seleccionada por el prestigioso festival y allí compitió con títulos de la talla de “Nomadland” o “Hijos del sol”. “Fue una experiencia maravillosa, sobre todo para una película que nació de una conversación entre amigas que compartían masajista”, explica la realizadora desde Barcelona, ciudad que visitó durante el Festival D’A. Así, “Nunca volverá a nevar” nos presenta a Zenia, un joven masajista ucraniano, superviviente del drama de Chernóbil, que intenta ganarse la vida en Polonia. Concretamente en Varsovia. Pero no en esa de edificios brutalistas que llena el ojo con imaginería comunista, sino en la pija y elitista, la que vive en urbanizaciones privadas y no se mezcla con el resto de la población.
El buen ucraniano
Entre amas de casa, parados y aspirantes a camello de lujo, Zenia nos llevará de historia en historia mientras descubrimos la suya propia: “Desde mi perspectiva, la de una persona que vive en la capital, veo cómo cada vez el país cambia hacia un sistema de aislamiento de clases. Según crecía, que lo hice todavía en comunismo, había más contacto entre las clases, aunque la igualdad tampoco existiera. Todos los niños jugábamos juntos, pero eso ahora es impensable, imposible”, opina Szumowska. Y sigue, sobre la obvia tensión sexual entre el protagonista y las “mujeres desesperadas” a la eslava a las que atiende y que, se sobreentiende, tienen algo de biográfico: “Esas mujeres, de más o menos edad, proyectan su deseo en el protagonista. Necesitan un mechero, una pulsión sexual para encender. Ahí, llega este hombre que habla una lengua, el ruso, que les recuerda a su infancia… Es como una especie de símbolo del hombre ideal, porque es un sanador, un doctor, un confesor y un terapeuta”.
Creer por ello que la película de la polaca se detendría en la comedia negra por incomodidad, conociendo una filmografía que adornan joyas como “Amarás al prójimo” o “Cuerpo (Cialo)”, sería un error: “Me gusta pensar que es una película de “art-house”, más experimental, porque la construcción del personaje central se hizo sobre la marcha. Tiene mucho de Alec (Utgoff), pero también de Michal (Englert)”. El guionista y co-director, junto al que ha firmado la mayoría de sus proyectos casi como colectivo es su pareja cinematográfica perfecta: “Después de tanto tiempo se hace muy fácil y apenas hablamos, porque hemos adquirido las mismas sensibilidades, la misma forma de entender las cosas. Nuestras únicas peleas se dan en la sala de montaje”, bromea.
En esa escalada hacia lo absurdo en la que se convierte el filme, pero desde la pulcritud de una propuesta que se sabe caótica y se disfruta pícara, hay también espacio para la abstracción onírica y, paradójicamente, el comentario social sobre la recepción de inmigración en un país que, hasta ahora, solo había sido emisor. ¿Aprenderá Polonia a acoger? “No estoy segura”, explica la realizadora antes de matizar: “Creo que existe un estigma más burocrático que social, que obliga a los ucranianos, por ejemplo, a estar constantemente volviendo a su país para renovar su visado, y no pienso que esté bien, pero hay una cierta integración. Primero porque somos países muy parecidos culturalmente y segundo porque, con el crecimiento de nuestra economía, necesitamos una masa fuerte de trabajadores en ese sentido. Hay aceptación, o al menos así lo percibo. Ahí está el truco, claro, solo se acepta a los blancos y a los cristianos, a los demás no”, remata.
“Nunca volverá a nevar”, traducción literal del polaco pero que hace referencia en realidad a un dicho popular sobre las consecuencias del desastre nuclear ucraniano, hace uso del mismo escapismo que su directora a la hora de responder y resulta en un espectáculo del que uno no puede apartar la mirada, como si fuéramos cómplices de la conversión de Zenia en un gurú con tarjeta de visita y nuestra mera presencia como espectadores, a los que poco menos que se nos interpela durante su último acto, fuera necesaria para el desarrollo del filme, como si estuviéramos atrapados en el más onírico de los reality-shows y Szumowska fuera el relevo “cabrón” al cine de Cristian Mungiu. Un filme imprescindible.