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El “Destello bravío” y los flechazos insumisos de Ainhoa Rodríguez

La directora deslumbra en el ecuador de un Festival de Málaga que, después de un inicio esplendoroso y un par de decepciones, sigue buscando dueño para la Biznaga de Oro
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La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Pasan unos minutos del medio día en el Teatro Cervantes de Málaga, donde habitualmente tienen lugar las proyecciones para prensa del festival de cine de la ciudad, que está ya sobrepasando su ecuador. La cita es con “Destello bravío”, el debut en el largometraje de la directora Ainhoa Rodríguez, que viene de maravillar en el Festival de Róterdam y que ahora quiere jugar en casa, más allá del interés que puedan tener sus responsables en la Biznaga. Al comienzo de la proyección, un “petardazo” avisa de que el fundido a negro que estamos viendo no es parte de la experiencia cinematográfica. Una carrera por los pasillos del teatro a toda velocidad nos lo confirma: hay que volver a iniciar la proyección por un fallo técnico de la organización.
La anécdota, ya hablada y perdonada, sin embargo ayuda sin pretenderlo a que el viaje que propone el filme sea todavía más onírico, más increíble, si queremos abrazar la palabra con todas sus acepciones. Rodríguez, que puso su vida en pausa y se marchó a un pequeño pueblo de Badajoz a trabajar en un taller con mujeres para terminar rodando una película brillante, sienta la cámara frente a la España añeja, la de las procesiones, los clubes de amas de casa y el dominio sexual y vociferante masculino, y la enfrenta a lo fantástico, al “cómo hemos cambiado” y al “esto ya no es lo que era”, para bien y para mal de los vecinos de la pequeña localidad. Las imágenes, magnéticas por apabullantes y golosas en su disfrute, se suceden como pequeñas recompensas a una fidelidad y exigencia con el espectador que no está basada en lo narrativo, si no en esa “voluntad de poder” de la que hablaba Nietzsche y que aquí se traduce en una acalorada tarde en la que ponerse a chupar perlas.
Al día siguiente, entre el disgusto por el fallo en el primer pase y el ruido positivo que ha generado su película entre la prensa especializada, la directora atiende a LA RAZÓN “con poco sueño encima” pero con la sonrisa de quien se sabe autora y, sobre todo, ha conseguido levantar un trabajo sin apenas injerencias en el que todo es genuino y casi nada es referencia. Obvio, se puede hablar de David Lynch, de Carlos Vermut o incluso de Federico Fellini, pero sería traicionar la trascendencia de una película que nació para ser única y así, sin ningún complejo, se ha convertido en el flechazo insumiso de esta edición del festival malacitano. En la terraza del Hotel AC Málaga Palacio, Ainhoa Rodríguez habla de, y volvemos a recalcar el posesivo, su película.
-¿Le gusta estar atenta a lo que se publica sobre su película, al interés o a las críticas que genere?
-Está siendo una experiencia totalmente nueva, pese a todo lo que había hecho ya a nivel cinematográfico. Cuando fuimos al Festival de Róterdam con la película, la crítica española se volcó con ella y hubo mucho interés. Fueron muy cálidos con ella, quizá porque les llegó de verdad, les tocó alguna fibra cultural. A lo mejor porque es una película que apela mucho a la idiosincrasia española. Pero también gustó entre la crítica internacional, que nos trató de forma maravillosa.
-¿Se puede disfrutar de ese ruido o todo pasa demasiado rápido?
-Lo disfruto, lo disfruto. Leo mucho, pero también es cierto que no leo todo. No soy de esas que se buscan en Google o en Twitter. Eso se lo dejo a la distribuidora y a mi padre. Está siendo agotador, pero se disfruta igual, sobre todo por los comentarios y avisos que te llegan de amigos.
-¿Cómo se consigue gustar en dos festivales tan distintos? ¿Cómo decidisteis llevarla primero a Róterdam?
-La película nos ha costado sangre, sudor y lágrimas. Incluso hemos ido desarrollando la financiación según se iba haciendo la película, y cada parte del proceso ha sido extenuante. Porque tenía claro que quería pelear por hacer mi película, con lo que yo quería que tuviera. Sobre todo porque a veces se olvida que el cine de autor, el cine independiente, también tiene que tener una calidad técnico-artística. Parece que a veces asociamos el cine de autor con una renuncia a lo técnico, pero a mí me interesaba cuidarlo, desde la propia concepción de la estética como política, como ideología. Por eso ha sido un proceso complicado.
-Y, siendo un proceso tan autoral, ¿hay mucha diferencia entre el primer corte y el último?
-Al principio duraba casi dos horas y media, y era muy abrupto. Nos dejamos casi una hora por el camino. Ahí fue cuando la vieron por primera vez en el MECAS, el Festival de Cine Casi Hecho, y Lorena Morín y Fran Gayo la vieron y les gustó. Podríamos decir que esta es una película construida a base de flechazos. Róterdam se enamoró del proyecto, pese a lo abrupto del montaje, y nos dieron la sorpresa de incluirla en la Sección Oficial. Así fue más o menos el periplo. Aquí en España apostamos por Málaga porque creíamos que nos iba a dar una mayor visibilidad, y no podíamos esperar a otoño. Además, me gustaba la combinación de un festival transgresor e internacional y uno más folclórico y nacional, como el de Málaga.
-¿Fue complicado levantar una película como la suya, que no busca cauces tan narrativos, que es un poco más exigente con el espectador?
-Desde siempre tuve claro que quería hacer una película original, no algo que se hubiera contado mil veces. Los relatos tienen que ser plurales. Diría que hay algo de inconsciencia, porque si no, no me hubiera metido en este proyecto, que es casi vital y me ha absorbido a nivel profesional y personal durante los últimos tres años casi.
-¿Dónde empieza “Destello bravío”?
-Además de directora, soy docente de lenguaje fílmico y colaboro con varios organismos públicos. De ahí que a veces haga talleres rurales con mujeres, normalmente sobre cine, mujer y miradas no normativas. Entonces, tenía un conato de proyecto con la Diputación de Badajoz pero surgió la idea de hacerlo más ambicioso, que iba a consistir en la convivencia entre un pueblo y un equipo de profesionales del cine. Ahí llegó a Puebla de la Reina, donde nadie se pierde una sola sesión, y descubro a este apasionante grupo de mujeres de las cuales muchas protagonizan luego la película. A partir de ahí todo fue ir buscando la financiación en distintos festivales pequeños, que nos dieron empujones importantes, como el Abycine o el Festival de Cine de Gijón.
-Usted dijo en la rueda de prensa que su cine es político, frente al discurso de quien dice que el de ellos no lo es...
-Y eso también es política.
-Claro.
-La decisión de mirar hacia otro lado o de mantener el relato preestablecido es una decisión política. La de seguir la línea marcada sistemáticamente, por ejemplo, lo es.
-Y si su cine es político, ¿cómo se inserta en el debate de la España vaciada, vacía o como demonios la quiera llamar cada uno? ¿Cree que ha sabido leer bien el “zeitgeist”?
-¿Sabes qué pienso? Que hay veces que coincide que una película se construye alrededor de conceptos que se consideran de moda, como si fuera una especie de estrategia de márketing, pero viendo la película te puedes hacer una idea que aquí no es el caso. Es una película que empieza conmigo yéndome a vivir un año a un pueblo alejado de todo en el que no conocía absolutamente a nadie. Entonces no puede haber márketing. El tema de la España vaciada, según puse los pies en el pueblo, fue algo que tuve muy presente. Lo que hecho ha sido beber de la realidad, empaparme como una esponja y absorber la realidad que tenía delante. Estaba todo el día pensando en la película.
-¿Cuál es la realidad que se encuentra allí?
-La gran frase, que repetía todo el mundo era “esto ya no es lo que era”. Era un pueblo envejecido, donde no hay niños, en el sur de Extremadura. Eso antes era alegría y ahora los inviernos son de puertas cerradas, calles oscuras y miedos. Todos los jóvenes se van, y eso es algo ante lo que no puedes apartar la mirada.
-¿Su película es folclórica?
-Hay un elemento, sin duda, de aferrarse a las tradiciones milenarias. Quizá una resistencia, como si fuera la aldea de Astérix y Obélix. Resiste a la pérdida de identidad y de alma. Es curioso, porque esas tradiciones que muchas veces o al ojo inexperto pueden parecer rancias, sin embargo te hacían pensar que lo está por venir podría ser incluso peor, en el sentido de la pérdida de identidad. Cómo se van perdiendo los acentos, cómo se van perdiendo las recetas, cómo vemos la misma televisión. Es esencial, por enriquecimiento cultural, que el cine se erija como protector de esa identidad. Nos hace más ricos.
- ¿Cómo ha sido su relación con el elenco, con los protagonistas de su película? Su película huye de la condescendencia...
-Me alegro mucho que se perciba así, porque era la intención. Odio la condescendencia y los remilgos. Cuando tú trabajas con no actores, es porque consideras que van a ser los mejores representándose a sí mismos. Solo ellas podían hacerlo. Entonces por la misma razón tuve una exigencia absoluta con ellas. No había paternalismos y no me valía el “bueno, es que no son actores”. Era importante también hacer esto desde la cercanía, desde la convivencia y desde ese tú a tú.
-¿Qué buscaba?
-Que hubiera donde rascar. El cine que solamente tiene una lectura hay que tirarlo a la basura. Es cine de consumo y hay que tirarlo a la basura cuando lo has visto... con respeto por el cine de consumo. Odio los maniqueísmos y quería que mis personajes tuvieran luces y sombras, que tuvieran tradiciones y que fueran humanos. Eso fue bastante fácil, captar sus luces y sus sombras. Por eso es importante explicarlo desde el punto de vista de la mujer, porque mis protagonistas están situadas en un sistema opresivo, pero no quería hacerlas víctimas. Poder mostrar sus claroscuros.
-¿Es lo que ocurre con la Presidenta de la Asociación?
-Exacto, es alguien que narra primero un episodio en el que se siente completamente amenazada y luego con sus compañeras tiene un comportamiento casi pseudofascista. Hace callar al resto de mujeres y les dice lo de “aquí se hace lo que yo diga con ayuda vuestra”. Eso era esencial.
-Hay un elemento, el de la sexualidad en femenino, que recorre toda la película...
-Es complejo, porque si nos vamos a la escena del acoso ya estamos hablando de la sexualidad desde lo masculino, también. Entendida como ese acoso y derribo, como una relación de dominio y de poder. Yo quería incluir en la película la reivindicación del placer femenino y también la búsqueda del autoplacer, porque está silenciado y apenas existe. Estamos hartos de ver la sexualidad masculina en sus distintos ámbitos en pantalla, pero de la mujer apenas, menos si hablamos de mujeres mayores. Me hizo mucha gracia que en la rueda de prensa me hablaran de Fellini, cuando es totalmente lo contrario.
-¿Por la perspectiva masculina?
-Claro, hay que tener en cuenta esa lectura. Creo que los periodistas tenéis que deconstruiros un poco más, porque faltan referentes. Yo conozco el cine de Fellini y me encanta, pero en su caso la sexualidad está interpretada desde el punto de vista del varón, para satisfacer al varón. En mi película lo que importa es el autoplacer de la mujer, es la oposición absoluta.
-¿Era Puebla de la Reina un poco Cinecittá?
-Absolutamente, teníamos a todo un pueblo a nuestra disposición para rodar. Claro, hay mucho esfuerzo, cariño y paciencia, pero su implicación fue absoluta. Podría hacer varias películas sobre todo lo que yo absorbí allí.
- ¿Estaría de acuerdo si definimos su película como folclórica?
- ¡Pues claro!