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Teatro

Crítica de teatro

“Mio Cid. Juglaría para el siglo XXI”: Lecciones sobre prosodia y recitación ★★★☆☆

El actor José Luis Gómez durante un pase de prensa de "Mio Cid"
El actor José Luis Gómez durante un pase de prensa de "Mio Cid"J.J. GuillénEFE

Autor: Anónimo (versión de Brenda Escobedo y José Luis Gómez). Director e intérprete: José Luis Gómez. Teatro Real Carlos III de Aranjuez, Madrid, 9 de julio.

Incluida dentro de aquel interesantísimo ciclo cultural que se llamó “Cómicos de la lengua”, y que fue ideado para conmemorar el III Centenario de la Real Academia Española, José Luis Gómez ha transformado con el tiempo la conferencia dramatizada que preparó sobre el “Cantar de Mio Cid” en un espectáculo, aunque un tanto atípico, de naturaleza, digamos, más estrictamente teatral. Ese espectáculo es el que ha traído al Festival de Almagro, donde ha obtenido un aplauso más o menos unánime, y el que va a seguir paseando este verano por otras plazas hasta que recale de nuevo en septiembre el Teatro de La Abadía.

Con una puesta en escena de exquisita elegancia, merced a la iluminación de Raúl Alonso, al delicado trabajo en las proyecciones a cargo de Jorge Vila y al hermoso y sutil acompañamiento musical, y de ambientación sonora, que hace Helena Fernández sobre las tablas, Gómez se enfunda en la piel de un moderno trovador –no en vano la función se titula “Mio Cid. Juglaría para el siglo XXI”– para contar, de manera fiel en el tratamiento del lenguaje y del verso, las hazañas y vicisitudes de Rodrigo Díaz de Vivar de acuerdo a cómo estas nos fueron legadas en ese anónimo texto fundacional de nuestra literatura que con tanto esfuerzo tratábamos de descifrar en la edad escolar.

Lo primero que llama la atención, por el buen resultado que obtiene con ello, es que ese esfuerzo tan “literario” de Gómez por mantenerse fiel al texto original en su fonética y en su cadencia versal –la estructura métrica del poema es tan extraña que aún sigue prestándose a diferentes y contrapuestas hipótesis dentro de la comunidad filológica– está luego canalizado, dentro del espectáculo, en un lenguaje escénico más amplio que es absolutamente contemporáneo. Es decir, lo que vemos desde el patio de butacas no es un actor camuflado en un personaje trovadoresco que nos retrotrae al siglo XIII; lo que se ve, de principio a fin, es a José Luis Gómez tal cual es, sin ficción dramatúrgica en la que parapetarse, tratando de interpelar al espectador de hoy con la única arma –a priori tan débil- de unos versos escritos hace 800 años que, además, cuentan una epopeya un tanto confusa, la cual, para colmo, está protagonizada por un héroe que en la actualidad probablemente estaría lejos de serlo.

Pues de tal guisa pertrechado, consciente de los muchos obstáculos que puede presentar el texto a nuestro entendimiento, Gómez se enfrenta al espectador de la manera más inteligente que puede hacerlo: por un lado, apelando por encima de todo a la belleza musical y sonora que siguen manteniendo algunas tiradas de versos; por otro lado, contextualizando y explicando entre cantar y cantar, a modo de amenos y didácticos interludios, algunos aspectos relacionados con la obra literaria en cuestión y con la huella cultural que ha dejado en nosotros.

Es evidente que para un espectador medio que no tenga una especial inquietud poética o filológica, la función resultará un poco dura; tal vez, incluso aburrida. Pero, para los amantes de la literatura clásica, será sumamente interesante, aunque exigente, y hasta reveladora, pues, gracias a la exhibición de práctica prosódica que hace Gómez, uno se sorprenderá al descubrir –o al menos es lo que le ha pasado a un servidor- que los hemistiquios en heptasílabos de aquel castellano antiguo suenan con tanta o mayor claridad semántica que los octosílabos, considerados los metros que mejor se adaptan al habla en castellano moderno.

Lo mejor

Es impecable el trabajo de Gómez para equilibrar semántica y fonética, es decir, para ajustar el sentido a la forma.

Lo peor

No es precisamente un espectáculo de ‘entretenimiento’ que pueda satisfacer a todos los públicos.