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Grace Kelly: una loba con piel de cordero

A la rubia le gustaba seducir a hombres mayores que ella, y vivió tantas aventuras que Hitchcock no dudó en decir: «esta Grace se ha acostado con todo el mundo»
©Jay Jorgensen and Manoah Bowman©Jay Jorgensen and Manoah Bowman
La Razón
  • Virginia Iriarte

    Virginia Iriarte

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Murió del modo en que se apaga una estrella para convertirse en mito. Lo tuvo todo en vida, lo que para buena parte de la sociedad no mengua, sino acrecienta, la dimensión trágica de morir como princesa con solo 52 años. Grace Kelly (Filadelfia, EEUU, 1929 - Mónaco 1982) ha conseguido pasar a la posteridad, sin embargo, manteniendo un aura de pureza y exquisitez que en el siglo XXI le hubiese sido imposible lograr. Bajo la imagen de candorosa frialdad que transmiten filmes como «Asesinato perfecto» o «La ventana indiscreta» vivía una mujer ardiente y dueña de sus acciones que compartía tanto el plató como las sábanas con sus compañeros de rodaje. En el Hollywood de los 50, los galanes rompían corazones. Ellas, de conocerse actitud análoga, eran unas lobas.
La diferencia con el Hollywood de nuestra época –gracias a smartphones que convierten a cualquier conserje en reportero y las redes, que amplifican mundialmente cualquier chisme–, es que hoy no habría podido ocultar sus escarceos. Grace era la tercera de los cuatro hijos de un constructor y medallista olímpico y una ex atleta e instructora de educación física. Un matrimonio en principio de clase media pero cuya prosperidad permitió que asistiera a la reputada escuela católica Academy of the Assumption en Ravenhill (Filadelfia).
Interpretó sus primeros papeles en obras de teatro escolares y, finalizada la Educación Secundaria, se matriculó en la Academy of Dramatic Arts de Nueva York mientras trabajaba como modelo. En 1949 debutó en Broadway y entre 1950 y 1953 hizo hasta 60 papeles en televisión. Su primer trabajo para el cine fue en «Catorce horas» (1951), de Henry Hathaway. Luego llegaron «Solo ante el peligro» (1952) y la consagración con «Mogambo» (1953). Su carrera se condensa en cinco años y once películas, tres con Alfred Hitchcock.
Hasta Rainiero III de Mónaco
Existen nueve biografías sobre Kelly y las más relevantes, como «Grace» (Robert Lacey), «Grace Kelly: las vidas secretas de la princesa» (James Spada) y, desde luego, «True Grace: The life and times of an american princess» (Wendy Leigh), recogen algo parecido a un patrón de comportamiento: impermeable a miles de cartas de admiradores, prefería seducir a hombres mayores que ella, particularmente, del elenco protagonista. Así, tuvo una aventura con Gary Cooper (28 años mayor) y Fred Zinneman (20), protagonista y director, respectivamente, de «Solo ante el peligro»; en «Crimen perfecto», con Ray Milland (22); en «Mogambo», con Clark Gable (27); en «Alta sociedad», y estando ya prometida con Rainiero de Mónaco, con Bing Crosby (26)... Fueron también amantes suyos Frank Sinatra, William Holden, Marlon Brando, Tony Curtis y David Niven, con quien se da por hecho que continuó viéndose una vez casada.
Wendy Leigh recoge este comentario en boca de Alfred Hitchock: «Esta Grace se ha acostado con todo el mundo. Se ha tirado incluso al pequeño Freddie, el escritor», por Freddie Knott, autor de «Crimen perfecto». Sabedora de tal fama, la esposa de James Stewart estuvo presente durante el rodaje de «La ventana indiscreta». Zsa Zsa Gabor dice en su autobiografía que Grace tenía más amantes en un mes de los que ella acumuló toda su vida, y se rumorea que también tuvo algo con John Fitzgerald Kennedy y el Sha de Persia. Entonces, llegó Rainiero III de Mónaco. Todo fue rápido: se conocieron en abril de 1955, en una cita organizada por Olivia de Havilland durante el Festival de Cannes. Anunciaron el compromiso el 5 de enero de 1956 y la sortija Cartier que llevó en «Alta sociedad» supuso el «The End» a su carrera en el cine.
La boda se celebró en la catedral de Nuestra Señora Inmaculada de Mónaco, y la presencia de Niven, Gloria Swanson y Ava Gardner contribuyó a darle el brillo que le restaba la ausencia de las casas reales europeas. Fueron felices en la medida que lo permite vivir en una jaula de oro picoteando clandestinamente fuera de la misma en el caso de ella y pagando con la misma moneda de los celos en el caso del príncipe. Con todo, nadie duda del dolor de Rainiero aquel 18 de septiembre de 1982, cuando murmuró adiós en la misma catedral en que ella le dio el sí.