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Tibu: de los maletines, putas y fiestas, a la cárcel; así ajusta cuentas un mánager con la industria musical

De implacable representante de Aute, Hombres G y El Canto del Loco, a compartir prisión con Mario Conde, Díaz Ferrán y el Clan de los Gordos: Carlos Vázquez publica unas explosivas memorias que retratan varias décadas de la industria musical
Alberto R. RoldánLa Razón

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A los artistas les da pereza bajar la basura. Quieren solo las mieles del triunfo, el justo pago por su talento, siempre inconmensurable. Alguien debe hacerse cargo de sus desperidicios, indignos de su categoría de creadores. Para eso se inventaron los mánagers. Para propiciar, resolver y hacer navegar el ego. Asumir las culpas del fracaso, pues solo a ellos es achacable esa vergüenza. A tan secundario menester se dedicó Carlos Vázquez Moreno, al que pocos conocen y menos por ese nombre. Tibu, como era (y es) célebre y polémico en la profesión, fue el implacable representante de una larga lista de artistas (Luis Eduardo Aute, Hombres G, José Mercé...) y en el cumplimiento de su oficio hizo lo que se tenía que hacer. Pagos en B, C y D. “Engrasamiento” de relaciones con alcaldes, concejales y directivos de televisión. Jamones, putas, coca y maletines. Ganó e hizo ganar mucho dinero viniendo de la nada. Y en la nada, en la cárcel, terminó condenado a cuatro años por apropiación idebida en un mediático caso, demandado por El Canto del Loco. A la sombra de Soto del Real conoció a Mario Conde, a Gerardo Díaz Ferrán y se hizo íntimo del jefe del Clan de Los Gordos, capos del narcotráfico de Madrid. Tuvo tiempo para pensar y para escribir páginas llenas de amargura. Un libro que es un puro ajuste de cuentas lleno de detalles morbosos. “Hablo de sucesos que me jodieron muchísimo y no son ni la centésima parte. Porque si lo cuento todo... Tengo los documentos. Los faxes, las fotos, los correos, las facturas, tengo su vida guardada ante notario”. Su vida, es decir, su basura.
El libro es una bomba de detalles íntimos de artistas, caricaturas que no reproduciremos. ¿Pecados? Avaricia, infidelidades y egocentrismo. Nombres y apellidos retratados a contrapelo. Todos, claro, sus antiguos representados. “Los masones hablan del honorable derecho a la venganza. Yo entregué mi vida, la de mis hijos y dos matrimonios fallidos para que la carrera artística y los egos de estos señores navegasen y pareciesen libres de toda sospecha. Cuando llega la primera gran crisis en 2009, todos esos personajes para los que era su salvador y venían a mi oficina o a mi casa a pedir adelantos, más conciertos o salir en televisión, a pedir y pedir todo el día... no solo se van, sino que lo hacen por teléfono. Salvo los Hombres G, que sí lo hicieron en persona. Y eso no se lo puedo perdonar. No aguanto la cobardía. Aute, después de 20 años me dijo que se iba porque fiché Marta Sánchez... y él era el gran artista... todo me produjo una amargura terrible”, dice el mánager, quien, como es ley de todo condenado, proclama su inocencia. “Decían de mí que había robado a El Canto del Loco 5 millones de euros, pero me condenaron por 200.000. En mi oficina se movía muchísima pasta. Eran 14 artistas en España y en América era mucho dinero. Si me quiero pringar, por 5 millones me la juego, pero ¿por eso?”.
Tibu nació en una casa acomodada. Su padre fue parte de la División Azul que combatió en Stalingrado, ejercía de procurador en Cortes con Franco. Iba al colegio del Pilar, pero por las tardes se quitaba el uniforme y se perdía en los billares. “Era muy macarra y me gustaban las peleas. Hemos trapicheado y nos hemos pegado y robábamos coches. La música cambió un destino que tenía fijado. No me queda ni un amigo de esa época: han palmado todos, en un atraco, de sobredosis... por todo lo que tiene que ver con la delincuencia”. Consiguió convencer a su padre, con quien siempre mantuvo una relación de amor y respeto, para que le permitiese estudiar música con el objetivo de ser director de orquesta. En realidad, aprendió a tocar el bajo y se enroló en la orquesta Jerusalem, donde cantaban dos mellizas que terminarían siendo las Supremas de Móstoles. En la orquesta, a golpe de rumba, merengue y pasodoble, aprendió a respetar el oficio y el escenario. “Hoy, llegan los músicos y te preguntan por el camerino. Y la pregunta es: ¿te mereces el camerino? ¿eres tan bueno? Y lo segundo: si lo hay, agradécelo”. Después tocó en la orquesta de un cabaret-puticlub, el Xayro, y a finales de los setenta, conoció a Ramoncín. Con él llegó a acostumbrarse a ser el blanco de objetos. “Preferíamos tocar de Madrid para el sur, porque hacia el norte tiraban patatas”, bromea. “Nuestra fama era injustificada. Nunca hicimos nada en el escenario escandaloso, porque jamás pudimos terminar un concierto. Salvo una vez, que actuamos en la presentación de ‘’La Codorniz’' y Ramón, no sé si por alguna sustancia o qué, estaba empalmado y se puso a mear en el escenario... y salpicó a Fraga”.
Después de su paso por La Orquesta Mondragón llegó el éxito efímero en la banda de heavy Banzai (fueron elegidos mejor banda nueva del mundo por la revista “Kerrang!” y les llamaron de todo el mundo para actuar pero acababan de disolverse), Tibu se retiró a su pasión: piloto de motociclismo. Eran años sin “paddocks” lujosos sino de rallys en subida. Ahí se ganó el apodo de Tibu, por tiburón. Incluso aparece como extra pilotando en “El Vaquilla”. Le contratan para ser director artístico en Zafiro, un sello que languidece y él lleva a una banda joven, cuyo nombre aconseja acortar a La Guardia. Insiste hasta la saciedad y para que deje de hacerlo, con el presupuesto para grabar una maqueta, en Zafiro acceden a publicar un disco. “Mil calles llevan hacia ti” se convierte en un éxito y el grupo consigue 120 conciertos ese año. Será su primer trabajo como mánager.
Contratos en puticlubs
Llegó a tener a 14 artistas girando a la vez en España y América. Manolo Tena, La Guardia, Javier Álvarez, Juan Pardo, Hombres G, El Canto del Loco, Mago de Oz, incluso Las Ketchup o Marta Sánchez. Todos, casi sin excepción, en sus mejores momentos, haciendo fortunas. “Todo artista necesita un martillo pilón detrás. Un cabrón con el mazo. Eso es el oficio. Pero siempre aparece un padre o una novia que dicen que ellos van a ser los mánagers mejores, que un tío de fuera te saca la pasta. Si los artistas que triunfaron conmigo siguieran haciéndolo, entonces yo no valgo para nada. Pero no fue así y estuve con ellos mucho tiempo”. En las tácticas y las estrategias está la clave de este éxito. Ya lo adivinarán, en el amor y el negocio musical todo vale. Por ejemplo, “engrasar” a determinadas personas y saber leer los mensajes. “La contratación de fiestas de los pueblos no te la puedes imaginar. Contratos firmados en puticlubs (que pagaba yo, claro). Subvenciones en todos lados. Con un alcalde de La Mancha estábamos programando las fiestas de ese año y me dice sin venir a cuento: ‘’Pues estoy preocupado porque la tonta de mi hija se ha quedado preñada y se va a tener que casar. ¡Y no tiene muebles de cocina!’’. Y yo me quedé parado y le dije: ‘’alcalde, no se preocupe, vamos a firmar las fiestas y tu hija va a tener esos muebles. ¿Dónde han puesto la lista de bodas? Ah, en el Corte Inglés’'. Y delante de él llamé a mi secretaria para que le amueblasen la cocina. ‘’Bueno, pues vamos a firmar las fiestas’', me dijo...”.
“Había pueblos de Extremadura donde me recibían como a Jesucristo en Domingo de Ramos porque habré regalado más de 20.000 jamones en mi vida. Algunos de esos famosos bolsos de Loewe que recibió una famosa política los envié yo mismo. Jamás me correspondieron con un regalo”, revela. En otra ocasión, asistió a una fiesta en una mansión en la que solo había hombres. Hasta que llegó un autobús de prostitutas y cocaína para todos, al más puro estilo Pablo Escobar. Y él conocía el aroma porque también había estado en una fiesta del narco colombiano. “Cuando cambian la Ley de Televisión y entran las autonómicas y las privadas, en ese coto que acaba de nacer hay una pasta que se sale por las orejas. Todo se puebla de políticos paletos, muy paletos, que se creen que en Madrid hay más dinero todavía. Y se montan sus propios reinos de taifas con las televisiones autonómicas que presiden y dirigen a su antojo y se sirven de un montón de gente que venía de TVE con sueldo de funcionario y mucho conocimiento del oficio pero muy ávidos de forrarse. Empiezan a llover ofertas de todos los colores y todos ponían el cazo. He trabajado con todas las cadenas y productores. Y llegado ese punto, yo prefería al corrupto de verdad que sin miramientos llegaba y me decía: ‘’¿cuánto me va a quedar a mí?’’ Fueron unos años de una corrupción sin parangón”. “En honor a la verdad, he de decir que no me arrepiento. Y el que diga que no le hubiera gustado al menos una vez en su vida desayunar con caviar y vivir como James Bond, tiene vocación de cura. Yo tuve la suerte y la destreza de sobrevivir. Porque el estanque estaba lleno de pirañas”, asegura.
Sin embargo, Tibu achaca su caída en desgracia a la cancelación de una gira de El Canto del Loco tras la repentina muerte de Miriam, la hermana de Dani Martín, que provocó que le cortasen el crédito. Con el grupo ya disuelto, recibe una querella para que aclare el pago a los miembros del grupo de un concierto en el palacio de los Deportes. Tibu asegura que como estaba tratando de salvar su empresa, faltó al plazo para presentar la auditoría y la muy exhaustiva que presentó después, firmada por Bernardo Díaz de Quirós, no fue aceptada por el juez a pesar de que había dicho que sí. Tras consultar esa auditoría, el Ministerio Fiscal pide su absolución. El juicio oral desemboca en su condena a cuatro años de prisión. “Dani Martín me tenía guardado en su teléfono como ‘’Papá'’. Pero todo se tuerce cuando aparece Patricia Conde, que fue, digamos, muy mala consejera”. ¿Ha vuelto a hablar con él? “No. Y podría decir que no quiero volver a verle, pero es una pérdida de tiempo. Si le viera, le diría que me diese la mano. Y no volveríamos a hablar nunca más si no quiere. Pero vivimos momentos tan increíbles...”.
En la cárcel de Soto del Real pasó tres meses en un módulo “chungo”. “Estaba rodeado de lo peorcito de hispanoamérica y de Rusia. Todo funcionaba por guetos de etnias. Pasé mucho miedo”. Sin embargo, fue trasladado a un módulo de respeto donde coincidió con presos ilustres de apellidos compuestos como Mario Conde, Gerardo Díaz Ferrán, Nicolás Steegman López-Dóriga y “todos los de Acuamed” y algunos de sus viejos conocidos, concejales y alcaldes de toda España. “También había un holandés que había desparramado a su chica por papeleras de Barcelona. Les gustaba el sexo duro y un día se pasaron y la palmó. La hizo trozos. Y uno de mis mejores amigos al que quiero y respeto y creo que va a ser un gran escritor era el jefe del Clan de los Gordos. A ese le adoro. Hicimos un grupo con los que teníamos teníamos unas conversaciones más allá de la filosofía, algo alucinante. Los hay que juegan al póquer o dominó y nosotros íbamos a la biblioteca o al patio, a fumar y a charlar. Lo malo es que pasas 12 días encerrado en el chabolo (la celda). Pero estuvimos lo menos mal que se puede estar”.

Un libro sin “negros”

La intrahistoria de la publicación del volumen tiene su miga: el origen del título se remonta hace 8 años, cuando el manager ni sospechaba que terminaría en la cárcel. Tibu recibió el interés de Julián Viñuales, entonces en Malpaso, sobre su historia. Pero no se atrevía a escribirlo, así que le propusieron hacerlo con periodistas. “El primero, uno de ‘’El País’', se acojonó cuando empecé a contarle cosas porque iba a hacer un libro con Dani Martín y con Leiva. Y no quiso seguir. Y a otro le eché yo, porque era un muermo. Yo le estaba contando mi vida, llena de rock y de intensidad, pero él se parecía más a un mueble”, ríe. Y entonces llegó la cárcel y Malpaso cambió de manos. “Desde la cárcel traté de contactar con ellos. Le mandé muchísimos correos a Viñuales a ver si contestaba, pero nunca respondió. Y luego leí un artículo muy mal informado sobre el libro en un medio en el que decía que estaba sorprendido de que se publicase. Pues no sé de qué se sorprende”. En ese artículo se hablaba de “negros literarios” pero ha terminado siendo, si no de puño y letra de Tibu, al menos de dedo y tecla. El libro ha terminado editado en Lince, división de Malpaso. “Les mandé lo que tenía escrito en la cárcel. Lo hice como pude. La mitad del libro desde un ordenador de prisión en el que nos conectábamos de ‘’estranjis’', conchabados con el responsable de la biblioteca central de la prisión. Sabíamos que nos daba línea con el exterior de 11 a 12 de la mañana a través de un cable viejo de telefonía. Y mientras yo escribía, Mario Conde vigilaba en la puerta para para darme el agua si venía alguien”. Una escena digna de “La gran evasión” y de otras grandes películas del largometraje de Tibu.