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Crítica de “Las leyes de la frontera”: sueños de juventud ★★★★☆

Quinqui en su argumento y monumental en su formato, "Las leyes de la frontera" se estrena este viernes 8 de octubre en cines
Quinqui en su argumento y monumental en su formato, "Las leyes de la frontera" se estrena este viernes 8 de octubre en cinesWarner Bros.

Título: Las leyes de la frontera. Dirección: Daniel Monzón. Guion: Jorge Guerricaechevarría y Daniel Monzón, según la novela de Javier Cercas. Intérpretes: Marcos Ruiz, Begoña Vargas, Chechu Salgado. España, 2021, 130 min. Género: Acción.

Hoy es imposible hacer una película quinqui sin soñarla primero. No es extraño que Daniel Monzón cite al Coppola de “Rebeldes”, porque fue el cineasta norteamericano el que se dio cuenta que solo soñando podía entender a los fantasmas del pasado como si habitaran una suerte de presente pluscuamperfecto. Es lógico, pues, que en la estupenda película de Monzón no existan los cortes bruscos de montaje, la urgencia desaliñada, el espíritu documental del cine de José Antonio de La Loma. Hay en “Las leyes de la frontera” otro tipo de velocidad, que tampoco es el de la nostalgia: la fuerza de la memoria de Nacho “El Gafitas” (notable Marcos Ruiz) es la que nos hace vivir la Gerona canalla de un verano de la Transición como si estuviera ocurriendo aquí y ahora, con sus persecuciones eléctricas, sus salas recreativas, sus porros y sus navajazos, creando atajos para que la necesidad de pertenencia, aliada con el impulso transgresor del amor, que todo lo transforma y todo lo destruye, cristalice en un clásico ‘coming of age’, que empieza cuando “El Gafitas” entra en el Barrio Chino -como el pistolero novato que cruza las puertas batientes de un ‘saloon’- para bailarle el agua a su hermoso objeto de deseo (una deslumbrante, memorable Begoña Vargas). Decíamos que no hay nostalgia en ese viaje, pero sí melancolía en su desembarco: en este modelo de cine comercial de altos vuelos, controlado con fluidez por Monzón, el fatalismo de cierto cine de barrio del Hollywood de los años treinta (“Calle sin salida”, de William Wyler) y el hálito romántico del cine de Nicholas Ray se besan como si la juventud, y el primer amor, fueran fantasmas irrecuperables.

Lo mejor: Es un modelo de cine comercial de calidad, que además apuesta por descubrir actores jóvenes que se adaptan a sus papeles como un guante.

Lo peor: Que el público espere una réplica exacta del cine quinqui de De la Loma y De la Iglesia.