Judas Priest, 50 años de metal afilado y una pizca de homoerotismo
Fueron creadores de un sonido y una estética y llegaron a ser acusados de inducir al suicidio por el contenido “subliminal” de sus letras: los británicos, liderados por el carismático Rob Halford, crearon un arquetipo en el que ellos mismos no encajaban
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Si se les mira desde lejos, Judas Priest son tan «heavys» que parecen un cliché de sí mismos. Letras épicas, de una especie de fantasía escapista apoyada en un sonido poderoso y hasta amenazante que habla de dioses del metal, acero británico de pura cepa y esa icónica y desafiante cuchilla de afeitar con el nombre del villano de la Biblia impreso en tipografía neo gótica. Hombres de las Midlands inglesas, vestidos de cuero y tachuelas, provenientes de Birmingham, la ciudad de los altos hornos, las fundiciones y las masas obreras que, sucias de hollín y grasa, luchan por sobrevivir. Mirados de cerca, en cambio, Judas Priest dieron forma a un lenguaje musical (que sean los padres del «heavy metal» o no, es indiferente) que han seguido como un catecismo decenas de bandas después. Un trueno propulsado por dos guitarras solistas. Ofrecieron escapismo, de acuerdo, pero también contenido social y sentido del humor, y fueron los primeros en definir el atuendo de cuero negro como una evocación tanto de un herrero en la fragua o un guerrero medieval como un guiño al fetichismo sadomaso, como cuenta en su autobiografía Rob Halford, mítico cantante del grupo y homosexual declarado desde 1998 y cuya biografía acaba de aparecer en castellano: «Confesión» (Es Pop). Para reivindicar su legado musical aparece también una caja que celebra nada menos que 50 años de trayectoria discográfica.
Para hablar de ese medio siglo como banda, se asoma a la pantalla por videollamada Ian Hill, bajista y miembro fundador de los Judas: «Antes que nosotros estaban Deep Purple y Black Sabbath, a quienes admirábamos. No sé si fuimos los primeros en hacer heavy metal o no, pero sentamos las bases. Los terceros o cuartos, si quieres. La verdad es que tampoco nos importa demasiado. Compartíamos referencias, de Cream a Hendrix y el heavy blues de Led Zeppelin, y, a partir de ahí, fuimos evolucionando. Creo que lo primero que nos definió fue lo incorporar dos guitarras solistas compitiendo entre sí, empujando el sonido hacia adelante. Eso fue lo más importante». La obra musical de Judas Priest fue siempre menospreciada por los críticos. En realidad, como todo el heavy metal casi sin excepción. Sin embargo, trabajos como «British Steel», «Screaming for Vengeance» o «Painkiller» son dignos de admirarse y lo fueron por millones de seguidores. No toda su obra mantiene la calidad, por supuesto. Pero las letras les hacían diferenciales aunque su propio público las ignorase. Algunas fueron escritas en el famoso Invierno del Descontento (1978), marcado por la reconversión industrial dirigida por Margaret Thatcher que fue especialmente cruel en las Midlands. Descaradamente política era «Breaking The Law», quizá la mejor canción de la historia del grupo: «Cuando escribí la letra, me puse en el pellejo de uno de esos jóvenes que se sentían olvidados. No pretendía ser portavoz de nadie, pero quise reflejar la privación de derechos, la rabia y la anarquía que veía a mi alrededor», recuerda Bob Halford, cantante del grupo, en su autobiografía.
Un «grito de rabia» ignorado
La sensibilidad del cantante y letrista era diferente: «Me tocaba las narices la cantidad de canciones de rock duro que solo hablaban de emborracharse o follar con mujeres, llenas de lugares comunes, predecibles». Halford escribía usando un objeto extraño entre los músicos: un diccionario de sinónimos. «Mi estilo consistía en abordar traumas psicológicos y filosóficos a través de dramáticas narraciones apocalípticas sobre dioses, demonios y guerreros que libran batallas épicas en las que el Bien –y el heavy metal– siempre vence al Mal», cuenta Halford en «Confesión». Otras, como «Raw Deal» hablaban simplemente de salir a ligar por los bares de ambiente y dejar volar la imaginación con un poco de lujuria, aunque nadie pilló el mensaje. «Era una canción de desahogo, una manera de aliviar la angustia que me causaba ser gay y seguir en el armario. Pensé que tal vez había ido demasiado lejos. Sin embargo, nadie lo entendió. El grupo no dijo ni mu y tampoco los críticos ni los fans lo notaron. Fue un aullido de rabia que nadie escuchó», lamenta el cantante en sus memorias.
Los demás miembros de Judas sabían de la sexualidad de Halford, pero nunca les importó un pimiento. «Eso, a principios de los setenta era un comportamiento increíblemente tolerante y muchos tipos de clase obrera de las Midlands no habrían hecho lo mismo», escribe Halford. Preguntado al respecto, Ian Hill rechaza demonizar a sus congéneres de la época: «Eran otros tiempos y por suerte están superados. Simplemente, las cosas eran como eran». El cantante salió del armario en 1998, cuando se había marchado de la banda, durante un periodo de tiempo que él describió como su «crisis de mediana edad». Necesitó salir del grupo y de la escena, se sentía asfixiado. A pesar de la tolerancia muda y sorda de sus compañeros, tenía claro que estaba preso del cliché del rock duro. «¿Y si la gente se entera de que soy gay y los fans rechazan una banda liderada por un marica? Judas Priest era lo más importante en mi vida, e incluso en el caso de que hubiera estado dispuesto a sacrificar mi carrera por mi sexualidad –cosa que no era así–, simplemente no podía hacerles algo así a Ken, Ian y Glenn. No habría sido justo para ellos. Era mi problema, no el suyo», escribe.
Cuando preguntamos a Hill por el mensaje de sus letras, zanja: «¡Es puro escapismo! Todo lo que hacemos es una ilusión, porque se trata de entretener, como una película de amor o de terror. Para nosotros no era más que una escapada. Venimos del ‘’Black country’', y no lo llaman así de casualidad. No era un lugar agradable, con esas chimeneas gigantes y los altos hornos... No íbamos a hablar de la puesta de sol en un lugar donde llovían cenizas. Por suerte, eso también ha cambiado». Sin embargo, algunos fans viven intensamente las canciones. «Nosotros nunca hemos pretendido ser un estilo de vida. La música es una afición, como coleccionar sellos».
Irónicamente los Judas Priest se enfrentaron a uno de los capítulos más lamentables de ataque a la música en Estados Unidos. Fue en 1895, cuando dos muchachos, Javes Vance y Raymond Belknap, habían pasado una tarde bebiendo y fumando marihuana y decidieron suicidarse con una escopeta. Solo el primero lo consiguió. El segundo quedó horriblemente desfigurado y falleció tres años después a consecuencia de las lesiones y la medicación. El grupo fue acusado de incitar «subliminalmente» al suicidio y se sentó en el banquillo durante un mes de procedimiento judicial delirante. «En aquel proceso se cuestionaba la primera enmienda de la Constitución estadounidense. Era un disparate que nos colocó a nosotros en la responsabilidad de demostrar que algo no existía en lugar de la otra parte en probar sus acusaciones. Fue una pesadilla», relata Hill.
Halford fue, según el mito, el primero en aparecer íntegramente de cuero negro en el escenario, a finales de los setenta. Blandía su látigo y vestía gorra de motociclista. En aquel momento, nadie vio nada extraño. En contra de lo que se ha pensado, que era una estrategia para vestirse en el escenario como le habría gustado hacerlo en la vida, el cantante lo desmiente. «Es una gilipollez. Jamás he usado el látigo en la cama», dice con ironía. «Nuestros fans no parecieron detectar ningún elemento gay oculto y subliminal en nuestra nueva imagen. Simplemente pensaron que lucíamos recios y varoniles, auténticos machotes».