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Fernando Colomo vuelve a casa por navidad: “Se está imponiendo el postureo en el cine”

El veterano director dirige a Dani Rovira y Cecilia Suárez en “Cuidado con lo que deseas”, una película de corte familiar para las próximas fiestas
Enrique CidonchaEnrique Cidoncha
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Ha pasado de fabricar arcos y ballestas para disparar a sus hermanos y romperse los dientes en arriesgadas y recreativas aventuras encima de los patines a estrenar películas capaces de reconectarnos con ese niño silenciado por el vicio de los tiempos que todos llevamos dentro, pero Fernando Colomo sigue manteniendo intacto un elemento que le hizo aterrizar en el mundo de los adultos para darse cuenta de que se había convertido en uno de ellos: la curiosidad.
“Recuerdo que cuando tenía unos 12 años los americanos lanzaron un cohete, no a la Luna, sino al espacio, y me impactó tanto que quise hacer lo mismo. Tanteé diversas pruebas, me gustaba la química, aprendí a fabricar la pólvora... Somos cinco hermanos, y cuando preguntaban a mi madre por el peor de todos y yo estaba delante, mi madre contestaba que “Fernando”. Yo pensé al principio que lo decía de broma, aunque con los años me di cuenta de que tenía razón. Hacía muchas burradas de niño, estaba un poco asalvajado”, recuerda el director con motivo del estreno de su nueva película, “Cuidado con lo que deseas”, una suerte de cuento de Navidad con Dani Rovira, Cecilia Suárez y José Sacristán en donde la magia y la inocencia de los más pequeños, conviven con los problemas maritales de los padres en mitad de un nevado y estacional paisaje de montaña.
Una vez por semana
Cronista cinematográfico de La Movida madrileña, empedernido cinéfilo y nostálgico confeso de los tiempos de “Casablanca”, el director encuentra en el exceso de oferta actual en las plataformas una de las principales diferencias con respecto a sus inicios: “Siempre va a existir el cine como acto colectivo. Igual que antes se decía cuando apareció el cine iba a desaparecer el teatro y no fue así. Pero sí que es verdad que ahora mismo hay una sobreexcitación visual. Tenemos todo tipo de impulsos porque poseemos muchos aparatos que los generan. Antes en la televisión ponían una película a la semana a lo mejor y para los que éramos aficionados al cine era todo un acontecimiento. Si un viernes ponían “Gertrud”, de Dreyer, joder como se te pasara, ya no la podías ver. Debíamos estar muy atentos a las pequeñas cosas que había. Ahora en cambio es, al contrario: el problema es qué elegir, porque tienes tal oferta…”.
“A veces –añade Colomo– pasas más tiempo decidiendo qué vas a seleccionar que en verlo”, indica con una entrañable mirada de resignación que asoma detrás de sus emblemáticas gafas. Admite además, que le cuesta reconciliarse hoy día con la palabra icono, “lo que me ocurre ahora es que me resulta difícil encontrar referentes. Antes los tenía marcados de forma muy clara: la Nouvelle Vague, el Neorrealismo italiano, el cine clásico americano. De pronto, cuando yo empezaba a hacer películas, todavía vivía Hitchcock y Howard Hawks y John Ford. Ahora hay mucho bosque para descubrir los árboles más hermosos”.
También con una expresión más de nuevo cuño que utiliza cuando le preguntamos por la corrección política en el cine contemporáneo: “Hay una especie de super valoración de lo políticamente correcto o incorrecto. Parece como que la sinceridad y la verdad de cada uno, que es lo que a mí siempre me ha interesado, se oculta por el postureo. Se está imponiendo el postureo en el cine y en ese sentido es sorprendente cómo se está disociando lo que es el cine de los festivales y el cine pensado para un público más generalista. Están las “artie movies” que solo se ven en los festivales y que realmente no ve nadie y por otro lado las películas comerciales que tienden, por lo general, a despreciarse. Así que yo añoro los tiempos de “Con la muerte en los talones” o los “400 golpes”, que era una película muy personal pero que conseguía llegar a un público bastante amplio”.
No sabe cuándo perdió su inocencia, porque asegura que “hay un momento en el que crees que todo lo sabes y pierdes la capacidad de ponerte en el lugar del otro y de ser como más ponderado. De alguna forma te encasillas y te vuelves más dictatorial, pero no te das cuenta hasta que poco a poco lo vas dejando atrás”, pero con “Cuidado con lo que deseas” admite haberse permitido el lujo de recuperarla como realizador. “Cuando entras ya en la tercera edad, que es mi caso, sí que de alguna forma te sumerges en una especie de dinámica circular. Como que de repente empiezas a recordar cosas de tu adolescencia y de tu infancia. Quizás más que cuando tienes 30 años y vas como en una especie de bólido rápido y sin mirar mucho a la carretera. En este sentido, creo que esta película no la podría haber hecho en los años 70 u 80 pero ahora sí que la he cogido con gusto”.

Búsqueda de la verdad

Atrás quedó el rupturismo de cintas iniciáticas como “Tigres de papel”, “¿Qué hace una chica como tú en sitio como este”, “La línea del cielo” (con un Resines inesperadamente neoyorquino en estado de gracia) o “Bajarse al moro” entre otras muchas. Sin embargo, el madrileño sigue apelando a la verdad como secreto indisociable del éxito. “Mi primera película del 77, “Tigres de papel”, era como bastante autobiográfica y reflejaba ambientes que yo conocía, buscaba ante todo la verdad, que los diálogos no sonaran ampulosos, que fueran como cotidianos y demás. Y poco a poco si me paro a pensarlo a lo largo de mi carrera he ido optando por hacer justo lo contrario de lo normal”, reflexiona.
“Lo lógico hubiera sido que hubiera improvisado al principio y al final hubiera refinado más técnicamente los guiones, pero no. “Tigres de papel” es una película que parece toda improvisada pero está escrita y en cambio en “Isla bonita”, que es mucho más reciente, absolutamente todos los diálogos están improvisados. Al final todo se reduce yo creo a una búsqueda de la verdad en el cine, de transmitir la emoción, credibilidad en los personajes… situaciones que sean pequeñas, porque hay gente que tiende a pensar que todo lo que se tiene que decir debe ser obligatoriamente grande e importante y ahí es cuando se pierde la escala. Muchas veces lo que se tiene que ser es sincero y mostrar lo que te preocupa, lo que te toca. Es la única forma de conectar con la gente”.
A sus 75 años, este tigre de papel inteligente, juguetón y sardónico, este Woody Allen patrio con distorsiones de arquitecto y destellos de astronauta, mantiene firme su obsesión más antigua: “Me cansaré antes de hacer películas que de verlas, porque ante todo soy un completo cinéfilo. A mí me gustaba tanto el cine que decidí formar parte de él dirigiendo, pero si no hubiera podido ser director habría sido historiador, crítico o cualquier cosa relacionada con este universo porque mi vida está llena de películas que me enseñaron a entender cómo funcionan los seres humanos”.