Esquivos paisajes del alma
La soprano Marlis Petersen debuta junto al pianista Stephan Matthias Lademann en el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela
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Original, proceloso y bien ideado recital en el que se exponían, en ondulante vaivén, canciones bien organizadas en torno a determinados comportamientos del alma y de los paisajes exteriores e interiores que le dan vida: la Noche, el Sueño, el movimiento interior, el Amor, el regreso al hogar y la liberación de las ataduras. Un cúmulo de sensaciones y sentimientos guiados y enlazados por la palabra –en breves intervenciones en inglés (la última en alemán)– y la singular voz de la soprano Marlis Petersen (Tuttlingen. Baden-Wurtenberg, Alemania, 1968), una artista expresiva, una excelente actriz y una más que apreciable cantante. Y una de las mejores Lulu de Berg de la actualidad. Intervenía por segunda vez en estos ciclos (la primera fue en 2009).
Se trata de una soprano lírico-ligera de no excesivo peso, con unos graves pobretones y un centro un tanto descolorido y de no mucha presencia, pero con una segunda octava muy interesante, de cierta amplitud y brillo, con notas centelleantes, de rara penetración, es verdad que a veces, más arriba del Sol 4, ligeramente estridentes, con asperezas poco agradables. Pero frasea con mucha intención, expresa y sabe interiorizarse, bien que, considerando su relativo equipaje vocal, no posea a veces la enjundia tímbrica requerida. Su color es en exceso claro, por ejemplo, para dar la mejor imagen de «Urlicht», esa «Luz primigenia» encuadrada en la «Segunda Sinfonía» de Mahler, que exige un timbre más oscuro, el de una «mezzo» o contralto, y una acentuación más emocionada y calurosa.
En las primeras canciones de la selección, «Seele» de Weigl, «Die Nacht» de Strauss o «Nachwandler» de Brahms, la voz delgada de Petersen ofreció escasos claroscuros, cantando como a medio gas, casi siempre de modo susurrante, a falta de una mayor coloración. Poco a poco fue entrando en materia. Alcanzó una alta cota, entre neblinas, en «Seliges Vergessen» de Sommer y mantuvo un tono próximo a lo declamado en «Schmied Schmerz» de Reger y en «Ruhe, meine seele» de Strauss. En las canciones francesas, de pronunciación mejorable, echamos en falta algo más de encanto y de lirismo. El timbre, en ocasiones un poco descarnado, no favoreció esa pretensión, más acusada en una pieza como «Notre Amour» de Fauré. Nos gustó lo bien que ligó el texto, ya en alemán, de «Gebet» de Wolf y apreciamos por fin un toque de dulzura en «Läuterung» de Rössler. Bien expuesto el primer bis, «Träume» de los «Wesendoncklieder» de Wagner, a falta de una mayor densidad vocal, y bien dicho el segundo, uno de los lieder más cadenciosos y bellos de Schubert. Hemos de aplaudir la labor desde el piano de Lademann: discreto, musical, elegante, sobrio, muy pegado al discurrir de la voz. Éxito discreto.