Pero, ¿Wagner era nazi o feminista?
En tiempos del Mee Too, depuración de estatuas y guerras culturales, un libro de mil páginas busca al Richard Wagner socialista, gay y feminista
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En tiempos tan sensibles como los presentes, en que se decapita estatuas añejas, se examina con la lupa de la exquisitez el comportamiento privado de artistas y se desatan otras «guerras culturales», aparece un libro sobre Richard Wagner («Wagnerismo», Seix Barral), enorme compositor, antisemita reconocido y predilecto de Hitler que presenta al autor de «El anillo del nibelungo» como hombre de amplias miras e incluso precursor del feminismo. La obra, que bien podría haberse tomado por una ácida provocación de no ser por su ambición, rigor y dimensiones operísticas (976 páginas), está escrita por el reputado crítico Alex Ross («El ruido eterno», «Escucha esto») que señala que «culpar a Wagner de los errores de la historia cometidos tras él supone una respuesta inadecuada a su complejidad histórica». Aún más: a su juicio, inhabilitar al músico es una victoria póstuma de Hitler.
En el volumen, como anuncia Ross, podremos encontrar «al Wagner socialista, al feminista, homosexual, negro, teosófico, satánico, dadaísta» y casi cualquier otro que se nos ocurra imaginar. Haciendo gala de un gran eruditismo, yendo de Proust a Phillip K. Dick, el autor trata de deshacer en parte su caricatura pero siendo consciente de que es casi imposible. «La fealdad de su racismo significa que el retrato que ha quedado para la posteridad estará siempre partido por la mitad», señaló el autor en rueda de prensa. Contradicciones tremendas como la siguiente reflexión que dejó ante periodistas de todo el mundo: «Wagner alimentó sueños de libertad entre los miembros oprimidos de la población, por más que él amara a sus opresores». Según Ross, el músico «hizo explícito aquello que estaba siendo reprimido por el resto de la sociedad», por lo que, en su opinión, aunque quedó asociado al nacionalsocialismo, «cubrió fuerzas de todo el espectro político».
Yendo un poco más lejos en otro aspecto de su vida, según el ensayista, «si Wagner no era gay él mismo, sí que era una suerte de aliado exponencialmente afín». Y, en una nueva conclusión llamativa, el crítico opina que aunque el compositor «encaja en el perfil de misógino» en su conducta real, sin embargo, no reflejaba eso en su música, donde personajes emblemáticos como la valquiria o Isolda «parecían abogar por derribar las normas y la liberación del deseo». Sin embargo, detrás del provocador planteamiento y de las reflexiones más o menos discutibles, Ross admite que, una vez aclaradas algunas de las grandes mentiras históricas vertidas sobre la figura del maestro, queda un hueso realmente duro de roer por más que se trate de sacarle brillo: «Hay gente que rechaza su música por sus ideas y yo lo respeto. Pero Wagner está aquí. Forma parte de nuestra cultura musical y no va a desaparecer. La pregunta es cómo lidiamos con él». Quizá esa gente también esté equivocada y no se trate de levantar o derribar su estatua ahora, sino de comprender la dimensión de su música y su trascendencia para el Siglo XX.