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La niña que no conocía a Leovigildo, ni que los godos se convirtieron al catolicismo

Los planes educativos del Gobierno soslayarían tres siglos cruciales para comprender nuestro pasado y, por tanto, nuestro presente
Imagen de la corona de Recesvinto, rey Visigodo, que forma parte del Tesoro Guarrazar (Toledo)
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Diciembre de 2021. Unos turistas visitan Madrid. Vienen del Museo del Prado: han pasado allí toda la mañana. Cruzan el Paseo y, por la plaza de las Cortes y la Carrera de San Jerónimo, alcanzan Sol y la calle Mayor. Desembocan en la Plaza de Oriente. Buscan en su teléfono móvil la ubicación exacta del restaurante.
—Estamos cerca. Tenemos unos minutos. —Tienen reserva para almorzar cocido en uno de los sitios más tradicionales de la ciudad, que muchos de ustedes conocerán.
Deciden pasear por la Plaza de Oriente y aprovechar los instantes previos a su almuerzo. Les llama la atención la fachada del Palacio Real. Y las estatuas que pululan por la Plaza. Julia, la hija pequeña, se queda mirando a una de ellas. Pone cara de susto, le ha impresionado y mira a su madre demandando una respuesta.
—Lee, Julia, mira bien: «Leovigildo». Era un rey godo.
—¿Un rey godo?
—Sí, hija. Después del Imperio romano, Hispania estuvo gobernada por reyes godos. Pero no te preocupes, ya te lo explicarán en Bachillerato.
No. Me temo que no. Julia tendrá que preguntar a su madre por eso. Y por otras muchas cosas. Si la Hispania visigoda queda aparcada de los planes de estudios en la Enseñanza Media, nuestros hijos, cuando tengan la suerte de pasear por la Plaza de Oriente, no sabrán siquiera qué preguntarnos. Y no es moco de pavo. Se trata de una etapa extensa de nuestra Historia. Unos tres siglos, entre comienzos del siglo V y los inicios del VIII. Hay que explicar primero esa horquilla cronológica. Porque, aquí sí, y disculpen la expresión coloquial, el tamaño sí importa: tres siglos, tres. A la papelera. Como hacemos cuando arrastramos un archivo con el ratón. Al carajo. Los Borbones del siglo XVIII encargaron aquellas estatuas por algo. Querían mostrarse como herederos de todo aquello.
Por Barcelona
Volvamos a la dentellada de tres siglos. Son tres, sí. Lo son si contamos desde la primera vez en la que los godos pusieron pie en Hispania, ca. 415 d. C. Fue en Barcino/Barcinona, actual Barcelona. Establecieron al poco un reino en las Galias que duró aproximadamente un siglo. Desde allí vinieron varias veces a Hispania, en aquel siglo V, en campañas al servicio del Imperio. Más tarde fueron derrotados por los francos (507) y, poco a poco, ya entrado el siglo VI, terminaron consolidando el reino (regnum Gothorum) en Hispania. Hasta los acontecimientos de 711 y los momentos inmediatamente posteriores que supusieron el final del reino visigodo hispánico.
La consolidación del reino godo en Hispania supuso una cristalización del reino en dos vectores. Primero, el territorial. En época de Leovigildo (ca. 568/9-586), varias campañas militares supusieron la integración en el regnum Gothorum de la mayor parte de Hispania. Para entonces, hacía algunos años que la capital estaba en Toledo. Incluso Gallaecia (demarcación de origen romano bastante más amplia que Galicia), al Noroeste, que durante un siglo había albergado el reino de los suevos, fue incluida en los dominios de los reyes godos (585). Los territorios del sudeste que el Imperio romano de Oriente aún controlaba, iban a ser sometidos finalmente hacia 625.
Segundo, el religioso e ideológico. En la época de su hijo Recaredo (586-601) se produjo la conversión oficial del rey y del reino al catolicismo, abandonando el arrianismo que había caracterizado a los godos desde hacía dos siglos. El pacto entre la monarquía goda y los obispos católicos supuso la cimentación ideológica del reino. Los prelados, en numerosos concilios y tratados, aportaron al sistema la justificación ideológica del reino.
En ese sentido, la influencia de Leandro, obispo de Hispalis (Sevilla), a finales del siglo VI, fue crucial. Algo que su hermano menor y sucesor en la cátedra episcopal de la actual Sevilla, Isidoro, multiplicó exponencialmente en multitud de tratados. Sus Etimologías suponen una suerte de autopista entre la Antigüedad y la Edad Media, un monumento de conocimientos que fue copiado por doquier en los principales monasterios de Europa durante siglos.
Han llegado hasta nosotros evidencias materiales, y también decenas y decenas de textos literarios, epistolares, hagiográficos, narrativos, poéticos, conciliares, monásticos, además de la ingente labor legislativa en cientos de leyes. Y todo ello escrito en latín.
Supondría una dentellada histórica de tres siglos eliminar la presencia de los godos en Hispania de los planes de estudios. Ríanse de la que asustaba a Richard Dreyfuss en Tiburón (1, por supuesto).
Ojalá Julia pueda recibir esas clases. Y que no piense que Leovigildo es un lateral izquierdo del Peñarol de Montevideo, un youtuber, o un influencer de moda sobre ejercicios aeróbicos.