El fulgor de Lugansky
El refinado pianista ruso conquista el Auditorio Nacional
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Obras: de Holmès, Chopin y Berlioz. Piano: Nicolai Lugansky. Dirección musical: Nicolaj Szeps-Znaider. Orquesta Nacional. Madrid, 26-III-2022.
Hemos podido admirar de nuevo en esta sesión el pianismo centrado, equilibrado, seguro, convincente y refinado de Nikolai Lugansky (Moscú, 1972), un artista que ha ido ganando con el tiempo en serenidad, matización y dotes expresivas, aspectos que conceden a su arte una madurez singular. Ya no es aquel virtuoso superdotado que no paraba de ganar concursos recién salido de las aulas de Tatiana Nikolaieva, que lo orientó sabiamente con consejos que ahora alcanzan toda su dimensión. Lo hemos podido comprobar en esta su última actuación madrileña, en la que ha penetrado hasta los entresijos en la musculatura y en la poética del “Primer Concierto” de Chopin, del que ha ofrecido una interpretación elegante, impecablemente fraseada, dicha con calor, sin alardes, sin buscar el lucimiento per se y sin detenerse en accidentes superfluos. Con detalles de gran clase, son una actitud seria que facilita las vías hacia la comprensión de una obra a la que a veces se ha juzgado como superficial, repetitiva y falta de auténtica sustancia.
Lugansky se la ha proporcionado huyendo de edulcoramientos, de autocomplacencias, y ha sabido extraer todo lo de bueno que anida en los pentagramas a través de un lirismo de la mejor cepa y de un sonido lleno de muy rico espectro y una calibración exquisita de dinámicas. Alabamos, por ejemplo, los impecables trinos en el clímax del “Allegro maestoso” inicial, la delicadeza al cantar de nuevo, en la reexposición, el segundo tema; el tacto exquisito en los diálogos con la madera en el “Larghetto”, la precisión y la claridad, la agilidad y la voluntad danzable (“alla polacca”) del “Rondo”. El esperable bis nos pareció el “Estudio nº 1″ de la “op. 10″ del músico polaco.
Szeps-Zneider (Copenhague, 1975), a quien hemos escuchado hace tiempo también en su faceta de buen violinista, es un hombre corpulento, macizo, de más de 1,85 de estatura, aspectos que parece influyen en sus maneras y en sus resultados sonoros. Maneja con elegancia y movimientos amplios la batuta, emplea con buenos resultados un brazo izquierdo flexible y autoritario en lo referente a control de dinámicas y a la imposición de ataques. Director con personalidad en el podio, forjador de imponentes masas sonoras, de fraseos bien modelados y de abruptas explosiones, aunque a veces estos contundentes planteamientos perjudiquen la claridad en la exposición y limen esperables contrastes dinámicos.
La “Sinfonía Fantástica” de Berlioz, bien dibujada, con poderío quizá algo exterior (más de lo que pide la propia obra), adoleció de ese problema con lo que no se alcanzó a apreciar con la suficiente transparencia voces y líneas ocultas por una general masificación. Así, en el segundo movimiento, “Un baile”, las líneas de contrapunto, las combinaciones y las sugerencias tímbricas no quedaron plasmadas con total fortuna. En general, bien planteada la “Escena campestre”, con estupenda intervención del solista de corno inglés, José María Ferrero. Muy brillante la sección de metales en los dos últimos movimientos, de coloración uniforme. El concierto comenzó con una agradable y melodiosa composición de la francesa Augusta Holmes (1847-1903), discípula de Cesar Franck, “La nuit et l’amour”, de apreciable influencia wagneriana, como bien dice en sus notas José Luis García del Busto.