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Malvinas, la continuación de la política por medio de la guerra

Hace 40 años, Argentina y Gran Bretaña entraban en una guerra que encumbraría a la discutida Thatcher y que finiquitaría la junta militar argentina y propiciaría el camino hacia la democracia
El general Leopoldo Fortunato Galtieri (a la izquierda), junto al general Jofre (derecha), comandante en jefe de la defensa de las Malvinas, durante la visita del primero a las islas
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  • Javier Veramendi B. (Desperta Ferro Ediciones)

    Javier Veramendi B. (Desperta Ferro Ediciones)

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En la madrugada del 2 de abril de 1982, fuerzas de los buzos tácticos argentinos, seguidos por infantería de marina, desembarcaron al nordeste y al sur de Puerto Stanley, capital de las islas Malvinas, para expulsar a los ingleses de un territorio que Argentina consideraba suyo por derecho. La operación militar fue un éxito rotundo, y el primer paso hacia la guerra que enfrentaría a ambas partes un mes más tarde.
En el plano internacional contemporáneo, la cuestión de las Malvinas empezó a ganar importancia a raíz de la Resolución 2065 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, de 16 de diciembre de 1965, en la que se establecía claramente que había una disputa de soberanía entre el Reino Unido y Argentina y se invitaba a ambas partes «a proseguir sin demora las negociaciones recomendadas por el Comité Especial encargado de examinar la situación con respecto a la aplicación de la Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales a fin de encontrar una solución pacífica al problema». Las conversaciones que siguieron podrían haber dado fruto, ya que el Gobierno británico llegó a plantearse claramente la posibilidad de ceder la soberanía de las islas a Argentina, hasta que entró en liza un tercero en discordia: los «kelpies» (habitantes autóctonos de las islas). Dirigidos por la Falkland Islands Company, una empresa mercantil que a efectos prácticos dominaba la economía de las Malvinas, los pobladores, que no querían la independencia sino seguir siendo súbditos de la corona, organizaron un poderoso lobby en Londres que obligó a su Gobierno a dar marcha atrás mientras que Argentina, que en otros casos se había erigido en defensora del derecho a la autodeterminación de los pueblos colonizados, alegaba que los habitantes de las islas no eran, de hecho, autóctonos, pues un porcentaje importante de los mismos se había trasladado allí desde el Reino Unido con la intención de regresar a la metrópoli al final de sus vidas, por lo que no había necesidad de tener en cuenta sus deseos.

Demonios propios

En medio de aquellas negociaciones, Argentina se enfrentaba también a sus propios demonios. Dirigida por la llamada Junta Militar de Gobierno en el marco del «Proceso de Reorganización Nacional», una dictadura, el país sufría graves problemas tanto sociales como económicos. Muchos opositores al régimen eran enviados a centros donde, tras ser torturados, desaparecían; mientras que la economía se desplomaba y la inflación se disparaba. A principios de 1982, la Junta, dirigida por los generales Galtieri (tierra) y Lami Dozo (aire), y el almirante Anaya (mar), decidió que había que aunar a la población tras una gran causa, la recuperación de las Malvinas. Ya en septiembre de 1966 el llamado Grupo Cóndor había secuestrado un avión de Aerolíneas Argentinas y lo había llevado a aterrizar cerca de Puerto Stanley como protesta. En aquella ocasión el Gobierno de Buenos Aires se distanció de la acción, pero no sucedió lo mismo en 1976, cuando estableció una base científica militar en la isla de Thule del Sur, en el archipiélago de las Sandwich meridionales, territorio que los británicos consideraban suyo. La protesta de Londres y el abandono de la base calmaron las aguas hasta 1982, cuando la conquista de las Malvinas y de Georgia del Sur el 2 y el 3 de abril provocaron una oleada de júbilo en el país sudamericano.
Ante los hechos consumados, una parte importante del Gobierno británico dirigido por la primera ministra Margaret Thatcher pensó en ceder y volver a la mesa de negociaciones, pero ella se negó. Mientras Anthony Parsons, su representante ante Naciones Unidas, conseguía la aprobación de la resolución 502 el 3 de abril, que exigía «la cesación inmediata de las hostilidades» y «la retirada inmediata de todas las fuerzas argentinas de las islas Malvinas [...]» lo que suponía la condena de la agresión sin entrar en el tema de fondo; ella consiguió que el almirante Henry Leach, primer lord del mar, le garantizara que las islas podían ser recuperadas. Así, el lunes 5 de abril de 1982, tras un fin de semana frenético, zarparon los primeros buques de la fuerza operativa británica destinada a recuperar las islas. En aquel momento la intención del Gobierno británico era mantener la negociación en el plano diplomático, pero sucesivos fracasos llevaron a que, igual que había hecho la Junta a primeros de abril, Margaret Thatcher decidiera finalmente optar por la «continuación de la política por otros medios», según la definición de la guerra hecha por Carl Von Clausewitz a primeros del siglo XIX. La toma de Puerto Stanley el 14 de junio, tras tres semanas de combates terrestres, fue el broche final de la victoria militar británica y la vuelta al «statu quo» previo, pero el conflicto político sigue abierto.
PARA SABER MÁS:
Desperta Ferro Contemporánea n.º 51, La Guerra de las Malvinas
68 pp. 7,5€