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Isabelle Huppert, política impía de “Promesas en París”

Thomas Kruithof dirige a la gran dama francesa en un thriller ético con tintes de “Borgen” y “House of Cards”
La Razón
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  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Dijo una vez el director irlandés Neil Jordan, a medio camino entre la broma y la confesión, que dirigir a Isabelle Huppert era como escalar el Everest: «Tan duro como agradecido». Ante la anécdota, el realizador francés Thomas Kruithof reacciona sorprendido en el marco del Festival de Málaga, donde presentó su último proyecto junto a la actriz: «No sé si tendrá que ver la madurez, pero me he encontrado con una persona entregada, absolutamente humilde y atenta a todos los matices que queríamos conseguir en la película». Tras reventar la taquilla allende los Pirineos con «Testigo» (2016) de la mano de François Cluzet, Kruithof ha querido volver a confiar en un gran tótem de la escena gala para poner en pantalla su nuevo guion: «Promesas en París». Entre guiños obvios a ficciones vivas del imaginario colectivo como la danesa «Borgen» o «House of Cards», el director firma un thriller ético con los desahucios raciales como telón de fondo, pero intentando transgredir la mera condición del cine político al uso.
Así, en «Promesas en París», Kruithof descarta elevar a Huppert en lo femenino o lo representativo, y lo hace en lo mañoso. Su personaje, durante los últimos días de una carrera política que amenaza con romperse por las deudas adquiridas o explotar hacia un ministerio nacional prometido, es una dirigente local que debe elegir entre sus ideales y la aplicación de los mismos más allá de las cabezas que tengan que rodar. Para ello contará con su asistente, genial Reda Kateb, quien se revelará alumno aventajado. Acelerada en su final, cuyo montaje obedece más al trabajo de un Michael Mann que al de la acción de buró que se le presupone, «Promesas en París» es quizá el estreno más disfrutable de la semana.
-¿Cómo surgió la idea? Su anterior película ya era un thriller, pero quizá más psicológico...
-Empecé a escribir esta película durante las últimas elecciones presidenciales, cuando ganó Macron. Quería contar una historia sobre el coraje aplicado a la política y, hablando con amigos, me di cuenta de que ese coraje donde más abunda es cerca de la política local. De hecho, los alcaldes son quienes a menos filtros están sometidos, viven entre sus vecinos y, sobre todo, viven con sus propias decisiones. Incluso en una ciudad grande, por 50.000 habitantes que tenga, están más cerca de los problemas que los políticos nacionales del Estado. El corazón de la política francesa, en mi opinión, está en sus alcaldes.
-La película se estrena en un momento clave para la política francesa, después de las presidenciales y las legislativas...
-Es complicado saber cómo reaccionará la gente, pero esa contextualidad era a propósito. Me interesaba mucho porque, para bien o para mal, cuando más nos hacemos preguntas es cerca de las elecciones. No creo que sea una película sobre la conquista del poder, sino sobre el ejercicio del mismo, el qué hacemos para cambiar la vida de la gente. Cuando la película se estrenó en Francia (el pasado enero) se leyó de inmediato como un retrato coyuntural de la política francesa. Poco importa de qué partido sea el personaje de Isabelle Huppert, porque los asuntos concretos, la política real a veces se aleja bastante de los postulados del partido. Mi acercamiento es a lo pragmático.
-La película se instala en la tradición de “Borgen” o “House of Cards” en el sentido de tratar exactamente eso, lo pragmático. Casi obviando lo ideológico. ¿Es una decisión narrativa o tiene que ver con las filias que pueda despertar alinear a la protagonista en un sentido u otro?
-No sé si fue una decisión consciente, pero sí fue natural. Me reuní con muchos políticos, mucha gente que lleva años haciendo vida municipal, y me di cuenta de que en realidad ofrecían el mismo discurso, más allá de que fueran de izquierdas o de derechas. Evidentemente, no es lo mismo, no digo eso, pero a la hora de acercarse a los problemas de los ciudadanos, el municipalismo es muy gregario. Los alcaldes tienen más facilidades para encontrar los intereses comunes de la población. Lejos de París, la política es bastante menos inútil.
-¿Se han desenamorado los franceses de sus políticos?
-Absolutamente. Tal y como en España, ¿no? La figura del político ha caído en desgracia, pero al menos en Francia el alcalde sigue siendo importante. Es quizá la única todavía respetada. Y por eso quería jugar con ese elemento en la película, como si fueran los últimos buenos políticos. En Francia siempre se recuerda la expresión de un político, que dijo que “las promesas solo se incumplen si te las crees”, de ahí también el título. Hay gente que ve ironía en ello, pero en absoluto, si acaso hay idealismo en favor de esa política real que llevan a cabo los alcaldes. Claro que hay corrupción y asuntos turbios, pero son los que mejor encajan en esa definición del servidor público.
-¿Cómo ha sido trabajar con Isabelle Huppert?
-No sé si tendrá que ver la madurez, pero me he encontrado con una persona entregada, absolutamente humilde y atenta a todos los matices que queríamos conseguir en la película. Ha sido fácil, porque tenemos una manera parecida de entender el cine como arte de los detalles. Por supuesto, siempre he sentido una fascinación especial por ella, por lo que contar con su arte para la película fue importantísimo. De hecho, ella quiso venirse a todas las reuniones con los alcaldes para entender de primera mano cómo actuaría, cómo dudaría su personaje.
-En la película vemos el lado feo de la política, claro, pero me gustaría volver al idealismo que mencionaba antes. ¿Usted en qué lado está? ¿En el realista o en el idealista?
-Creo que salto entre ambos lados. Porque no estamos tan lejos de ninguno de ellos, siempre mezclando intereses, ideales con narcicismo y ansias de poder. Y eso es legítimo, porque sin poder es imposible cambiar las cosas. Esa es en realidad la pregunta que me hago en la película, desde un punto de vista nada cínico. ¿A cuánto estamos dispuestos a renunciar? ¿Dónde está nuestra brújula moral?