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Arte

Damián Ortega: una geometría de lo emocional

El Centro Botín de Santander acoge «Visión expandida», retrospectiva de formato monumental dedicada al artista mexicano, que visitó nuestro país para presentarla

Damián Ortega inauguró su retrospectiva en el Centro Botín de Santander
Damián Ortega inauguró su retrospectiva en el Centro Botín de SantanderBELÉN DE BENITO

Cuenta el artista mexicano Damián Ortega que su primer «Big bang», ese Volkswagen Beetle desmontado hasta la última pieza que le abrió las puertas de las mejores galerías del mundo tras llevarla a la Bienal de Venecia hace dos décadas, bebe mucho de las tardes con su hermano, de «armar y desarmar la tostadora o la licuadora y que luego no volviera a funcionar». Con una llaneza didáctica, fresca en un mundo del arte que se desvive por lo simbólico, este polímata del Distrito Federal va detallando el qué, el cómo y el cuándo de la retrospectiva monumental que le dedica el Centro Botín de Santander y que se podrá visitar hasta el 26 de febrero. «Los brasileños tienen una expresión que me gusta mucho usar, porque hablan de geometría de lo emocional. Y eso es un poco mi trabajo, mi obra, encontrar orden en lo que escapa a lo racional», añade.

Alma cinematográfica

Célebre por sus piezas de gran formato, que por primera vez se encuentran en su totalidad en la Bahía de Santander en forma de móviles avasalladores, Ortega se niega a renunciar a un alma cinematográfica que, en el encuentro con la Prensa, adscribe casi sin darse cuenta a los nombres de Michelangelo Antonioni o Sergéi Eisenstein. Este último, de hecho, se vuelve referente explícito a través de su editorial, Alias, en la que recupera libros de artistas traducidos y presentados específicamente para el público hispanohablante. Así, los dibujos pornográficos del genio soviético exiliado en México son parte de la exposición en el apartado dedicado a la editorial, una especie de rincón de lectura que rompe la dinámica de grandes espacios del resto de la muestra. Un cuerpo expositivo que alude constantemente a lo molecular, como si el verdadero leitmotiv de Ortega fuera la disección atómica de aquello que siempre damos por concreto, indivisible: motores mecánicos, piedra volcánica, agua en suspensión, toneladas de sal.

El particular narco-submarino de Damián Ortega, lleno de sal que se va derramando poco a poco sobre el Centro Botín
El particular narco-submarino de Damián Ortega, lleno de sal que se va derramando poco a poco sobre el Centro BotínBELÉN DE BENITO

La misma sal que se agolpa en un saco gigante, en la última de las estancias, y que tiene forma de submarino. La explicación, como no podía ser de otra forma en un artista cuya carrera empezó en la caricatura satírica, hay que encontrarla en el humor: «Hace un tiempo comenzaron a aflorar noticias en México sobre submarinos precarios, casi caseros, con los que el narco transportaba la cocaína hacia Estados Unidos o Europa», explica Ortega, que ha agujereado su propia creación para que el contenido del saco se vaya derramando sobre el suelo de la pinacoteca: «Tarda alrededor de dos semanas. Luego recogemos la sal y volvemos a llenar el submarino», completa.

Artesanía utilitaria

Todo es estrictamente referencial en el trabajo de Ortega, de vocación existencialista y de pulsión material, que pasea por su propia exposición sin negarle a nadie una respuesta. Y así llega a «Controller of the Universe», adaptación al inglés y a su propia mano del célebre mural de Diego Rivera llamado «El hombre controlador del universo». Ante la herencia cercana a Nietzsche del mítico pintor mexicano, el artista contemporáneo plantea una reconversión del concepto: no se trata tanto del hombre como dominador de todas las vertientes de la técnica como del único ser capaz de rodear de artesanía incluso lo utilitario.

«Visión expandida», que se entiende como un acercamiento del Centro Botín a ese arte contemporáneo que sí puede atarse en las lógicas del ciudadano más allá de gustos y filias, es una exposición en la que el carisma de Ortega llena absolutamente todas las salas. En total, cuatro espacios que se decodifican como etnográficas, cuando el artista utiliza la caligrafía de su propia madre, «macheteada», como define él mismo, y la comba con hierros que acaban proyectando la letra, sí, pero también la herencia.