Eusebio Poncela: “De tonto tengo lo justo para no ser perfecto”
Eusebio Poncela, homenajeado en el Festival Lesgaicinemad de la capital, repasa su medio siglo en la contracultura
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Desea, que no busca, ser percibido dentro de los parámetros de lo salvaje. Eusebio Poncela (Madrid, 1945) habla rápido y sin ambages de ningún tipo. Por momentos, hasta se echan de menos, pero la sinceridad y la franqueza son trofeos de caza que ya apenas se exhiben, por lo que es imperativo moral seguirle las pisadas. Le interesa poco, incluso, recrearse en el homenaje que justifica la entrevista. «¿Mi carrera? Uy, eso suena a algo muy largo y tengo muchas cosas pendientes todavía. Vamos al lío, mejor». Y al lío vamos. «Vivo casi aislado en el pueblo, solo salgo a enseñar el tobillo gracias al cine o al teatro. Entonces, cuando me dijeron que me iban a premiar, no me lo esperaba en absoluto. Y, claro, aquí el premio tiene un significado que va más allá del ego. Y de cómo me crece o se desvanece», completa el protagonista de «La Ley del Deseo» (1987) o «Arrebato» (1979), y último Premio de Honor del Festival Lesgaicinemad de la capital, consagrado al cine LGTBIQ+.
Piruetas contra la censura
Poncela, que se sabe buscado mediáticamente por declarar estos días, entre otras cosas, que «media España es fascista», reflexiona sobre su manera de entender la libertad de expresión: «Lo único que he aprendido en esta vida, en cincuenta años ya de carrera, es que si no eres tú, no eres nadie. Soy como soy, no puedo ser mi prima la de Cuenca. Es lo único que tengo, coño. Y es como si volviera a empezar. ¿Eso es ser auténtico? Es como soy», explica antes de esquivar la bala del arrepentimiento: «Jamás haría nada distinto. Desde chiquitito, por ejemplo, tenía clara mi sexualidad. Y sabía que la anomalía no estaba en mí. Que lo raro era lo del rosario y los toros que me quería imponer la sociedad. De tonto tengo lo justo para no ser perfecto», espeta en sepelio de abuelos.
Y sigue, sin abandonar esa pose irremediablemente contracultural que nació cuando todavía había que medir en noches de calabozo determinadas declaraciones: «Cada día vuelvo a empezar. Es como si no supiera nada. ¿Cómo veo el panorama? No tengo ni puta idea. Supongo que ahora es más fácil sacar proyectos arriesgados adelante, porque tenemos libertad de expresión. Pero es curioso, y no voy a defender aquella censura espeluznante, cómo nos la jugábamos y cómo hacíamos piruetas ideológicas para contar lo que queríamos contar. No lo echo de menos, faltaría más, pero creo que agudizaba el ingenio de los creadores. Ahora, con el campo libre, la fotografía suele ser plana, la música es una mierda y los temas están manidos. Hay más trabajo para la gente mediocre, y esto está muy bien, pero quizá es demasiado el espacio que se dedica a las medianías. Pero bueno, ya me estoy yendo a tomar por culo con la reflexión», completa cómico.
Sin pelos en la lengua, y arqueando la silueta como presa antes de huir, el nominado al Goya entra, ahora sí, en sus papeles más icónicos: «Cuando Zulueta me propuso “Arrebato” no tenía ni idea de la película de culto en la que se acabaría convirtiendo. Pero creía en él. ¿Por qué? Porque siempre me he considerado un hombre de su tiempo que tiene que buscar a sus pares. Con pares, precisamente, de cojones. Es un orgullo haber participado, porque cuando yo esté criando malvas, la película seguirá viva. Y hay algo muy importante, que no se suele comentar, y es que fue un rodaje muy divertido. Lejos de toda esa leyenda un poco oscura», añade Poncela. Y así, se va hasta el otro extremo del abecedario de sus colaboradores para hablar de Almodóvar, con quien trabajó por primera vez en «Matador» (1986): «Es una suerte haber podido trabajar con tipos cuyas obras sobreviven, incluso en estos tiempos, cuando todas las películas se olvidan a la semana. Empezamos como amigos, y luego nos convertimos en esos hombres de su tiempo que se encuentran».
El tono y hasta la inflexión de Poncela, ahora como saliendo del personaje selvático que escoge ser en la entrevista con LA RAZÓN, cambian radicalmente hasta lo conmovedor, cuando nos acercamos a Eloy de la Iglesia. De la mano del realizador, fallecido 2006, Poncela no solo encontró su primer papel de relevancia en la gran pantalla («La semana del asesino», 1972), sino que dio con la epítome de su vocación misma: «Él era el que estaba antes de Pedro (Almodóvar) y antes de Iván (Zulueta). Él fue quien realmente abrió los caminos a ese otro cine español. Y comió mierda que no le tocaba para que los demás pudieran encontrar la vía. Tuvo los cojones necesarios y por eso se llevó muchos ladrillazos, pero no hay que dudar en compararlo en importancia a directores como Fassbinder», completa con vehemencia, reivindicativo y orgulloso antes de despedirse y recomendar, a gritos y a dos muchachas que pasan por la calle, que se metan en el Cine Doré a ver aquel adebut con «su» Eloy. Elogiado por la organización del Lesgaicinemad por su relevancia en los papeles de ese primer cine español LGTBIQ+, Poncela ejerce también como padrino de un certamen que, hasta el próximo 13 de noviembre, acercará a Madrid varias joyas internacionales del independiente.