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“El agua”: mujeres, mitos y leyendas de la Vega Baja

Elena López Riera debuta en el largometraje con una película rodada en el corazón de una de las zonas más olvidadas del país, un poema místico a la resiliencia en femenino que se estrena en cines el 4 de noviembre
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La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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No termina aún de acomodarse y encontrar su café cuando la directora Elena López Riera (Orihuela, 1982) es abordada por un hombre de mediana edad. «Sabía que hoy estabais por aquí, así que vine a ver si te podía dar un saludico», explica Pascual, camarógrafo en la televisión del pueblo y, quizá, artífice involuntario de lo que provoca el encuentro en la tierra de Miguel Hernández: «Fue el primero que me dijo cómo se encendía una cámara», recuerda López Riera, que trabajó en sus inicios en la cadena local y que este viernes, tras años forjándose un nombre de prestigio en el cortometraje, estrena su ópera prima, «El agua». LA RAZÓN, de la mano de Filmin, Elástica Films y Suica Films, se cita con la directora, y con su elenco, en la tierra del alcacil, la granada y quien escribe.
Superchería ontológica
En la película, la realizadora mezcla mito y verdad histórica para hablar de las inundaciones cíclicas en la Vega Baja, comarca del sur de Alicante olvidada a nivel institucional y que se talla orográficamente en topónimos como Dolores, Almoradí, Albatera o Rojales. Todos estos municipios resultaron afectados por la última DANA, de finales de 2019, que les dejó varios días sin luz. López Riera, casi en imperativo moral, busca la explicación de la violencia fluvial en la leyenda de las mujeres a las que les corre «el agua por dentro», una especie de justificación pagana de las ansias de emancipación. En definitiva, responder a cómo el agua es capaz de encontrar un cauce.
«Al ser de Orihuela, y hacer una película por y para el pueblo, mi principal preocupación era no ofrecer una mirada exotizante. Y, sobre todo, no caer en esa nostalgia que está ahora tan de moda sobre el pueblo como elemento mítico. No. Tenemos Internet. Hospitales. Medios. Hay quien todavía piensa que en estos pueblos se vive como en un tiempo suspendido, atávico», explica la directora, que también admite a Juan Rulfo o Nona Fernández entre sus referentes para levantar una película que va más allá del manido tópico del realismo mágico y busca su propia relación ontológica con la superchería. Como si su extraordinaria película, en ejercicio de metacine, buscara también esa libertad.
¿Le molestaría a la directora de «El agua» que su filme fuera insertada en los discursos de reivindicación de vuelta al pueblo (casi siempre, vociferados por turistas emocionales con abono de metro)? «Me sorprende cuando me hablan de lo rural, cuando yo no he visto a una gallina poner huevos en mi vida. Orihuela es una ciudad pequeña de la que me quise ir de joven, como tantos otros, porque no había y todavía no hay demasiadas oportunidades. Existe un problema endémico en lo laboral, de clase, díria», completa López Riera para oídos inquietos.
Vidas que a veces, parece, no existieran
Son sinceras. «Por la calle, jamás nos habríamos hecho amigas, pero Elena nos ha tratado como a sus hijas», explican Nayara (19 años), Lidia (19) e Irene (17), el grupo de amigas del personaje de Pamies en la película y la piña juvenil que da forma a «El agua». Una trabaja en una casa de apuestas, otra compagina sus estudios de Magisterio con la barra de un bar y otra sigue en el instituto, pero todas han entendido la experiencia como una puerta hacia un mundo que, hasta ahora, veían lejano: «Nunca habíamos escuchado un “mañaco” en una película», explican con el Segura de fondo, sobre el palabro propio de la Vega Baja que viene a significar caprichoso, infantil.
Y siguen: «Ni siquiera piensas que haya interés aquí, es casi como si no existieras ni importaras. ¿Por qué nuestras vidas como jóvenes, en esta parte de España, nunca sale en las series? Siempre vemos ciudades perfectas. O hablan de las afueras de la ciudad como si estuvieran apartadas realmente de algo», se preguntaban las chicas momentos antes de que todo el pueblo viera la película en el Teatro Circo de Orihuela, en una emocionante proyección que reunió a una pequeña multitud de vecinos.
Esa problemática, que tiene aquí forma de angustia adolescente, la encarna la debutante Luna Pamies (San Bartolomé, 2004) y que, a la vera de ese mismo Segura que casi devora Orihuela, lo explica en términos de representación: «Me parezco mucho a mi personaje, en esas ganas de querer salir del pueblo, por ejemplo. En ese egoísmo, a lo mejor, de ponerse siempre por delante. Lo que no tengo es mala fama en el pueblo», bromea la joven actriz, desde ya candidata al Goya como revelación, sobre la leyenda que rodea a su familia en el filme: «Todo el que se mete en esa casa sale escaldado», le espeta en rico acento meridional un personaje al novio de Pamies en la ficción como advertencia.
Y ese «malditismo», precisamente, es otro de los ejes de la cinta, jugando con la ínfima percepción del mundo asociada tanto a la adolescencia como a los pueblos. «Yo me tuve que ir a los 18 para estudiar fuera. Se han hecho muchas cosas mal en esta zona. A veces se me pregunta por qué hago tan tarde la película. Y la respuesta es porque estaba trabajando. En esta industria, si no eres hijo de, es muy complicado. Es algo transversal a muchas directoras españolas», opina López Riera con la vehemencia de la experiencia y la frustración del profeta en la propia tierra.
Paisaje etnológico
Con un elenco que se completa con las tablas de Nieve de Medina como abuela y Bárbara Lennie como madre, «El agua» es también una especie de relato arqueológico de la resiliencia femenina, muchas veces matriarcal por obligación: «Tiro del mito y de las leyendas, en primer lugar, por la riqueza de esa tradición oral, que se está perdiendo. Y segundo, por saldar una especie de deuda con esas mujeres y sus historias. Casi siempre, con destinos trágicos, funcionando como mecanismos de control. “No salgas sola por la noche porque pasó esto”. “No hagas esto otro porque si no, no te vas a casar nunca”. Son ritos, tradiciones, que están anclados en lo patriarcal, pero que en realidad se trata de artefactos de cuidados, de bienestar, transmitidos entre mujeres. Me interesa el mito, pero como sistema etnológico casi para hablarnos del control sobre el cuerpo de la mujer o el miedo al agua», añade la directora.
Gota fría: un desastre ecológico marcado a surcos
12 de septiembre de 2019. Pueblos como Dolores, también en la Vega Baja, preparaban ya sus fiestas patronales cuando la gota fría, conocida técnicamente como Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA), se precipitó sobre un terreno seco, cuarteado ya por la sequía (en la imagen). Durante 36 horas, la Vega Baja soportó hasta 500 litros por metro cuadrado, dejando anegados campos, carreteras, casas y centros escolares. Se cortó la luz. Hasta seis personas murieron. Y todavía quedaba lo peor, con varias semanas de lodo cubriéndolo todo y la humedad haciendo estragos en las estructuras más precarias. Desde 1897 no se daba un registro así de dantesco. Y es ahí, en ese trauma colectivo para la zona, donde «El agua» busca exorcizar demonios, llorar las pérdidas y, de algún modo, ser un quejido colectivo sobre el abandono de una zona ya terriblemente deprimida antes incluso de la pandemia.
Así, el paisaje que dibuja la película es el de una Vega Baja donde la colombicultura es mecanismo de cohesión masculina, el carajillo se cuela por las gargantas antes que el regadío por las acequias y la fiesta, muerta la Ruta, es cultura de «rave», botellón a bolsa de hielo en el suelo y petición de vaso de plástico como cortejo. «La película habla de la rebeldía de cuando uno es joven. De entender de dónde uno viene para saber a dónde ir», reflexiona Pamies, como su directora: «Para definirla, diría que es como cuando pasas frente a un espejo y ves cuánto te pareces a tu madre», se despide poética López Riera, antes de que la lluvia llegue a las salas de cine.