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Entrevista

“Mantícora”, la película más perturbadora del año: habla su protagonista, Nacho Sánchez

El intérprete protagoniza “Mantícora”, la nueva película de Carlos Vermut, un acercamiento a los lugares más oscuros de la psique humana y un turbio ejercicio de riesgo cinematográfico

Nacho Sánchez, nominado al Goya por su actuación, protagoniza "Mantícora", la nueva película de Carlos Vermut BTEAM

Hablar de amor, casi por obligación postal corintia, nos puede llevar al más banal de los lugares comunes. Es de rigor citar la «extraña voluntad» de la que hablaba Schopenhauer, o la «máxima forma de altruismo», de Leibniz. Más complicado, quizá, por mero terror a lo desconocido, es juzgar quién merece ser, realmente, objeto en el verbo. ¿Merece amor, también, un monstruo? Esa es la pregunta desde la que Carlos Vermut construye su vuelta a la dirección, la atrevida «Mantícora» que llega hoy a los cines tras revolucionar toda sala, butaca y conciencia desde la que se ha podido disfrutar previamente, como en el último Festival de Sitges. No es que haya un monstruo dentro de cada uno de nosotros, es que hay uno de nosotros por cada monstruo que sale a la superficie.

En el último Vermut -después de firmar el guion de “La abuela” de Paco Plaza-, Nacho Sánchez es un diseñador de videojuegos al que las cosas le empiezan a ir bien: a sus éxitos laborales como creador de criaturas dantescas suma el conocer a Diana (hipnótica Zoe Stein), una joven que parece entenderle mejor que nadie. Todo cambia, eso sí, tras un incendio fortuito en el que su Julián se convierte en héroe involuntario, salvando a un vecino, un niño (Álvaro Sanz Rodríguez), de las llamas. Ese encuentro, filmado quirúrgicamente por un Vermut que aquí se disfraza, a la vez, de Brian De Palma y de Jonás Trueba, remueve al protagonista. Le deja desolado, roto por la duda. ¿Qué es eso que está sintiendo?

En «Mantícora», Vermut y Sánchez se dan la mano en un proceso de descubrimiento arriesgado, alejado de lo empático. No es tanto recrearse impactantemente en la pulsión pedófila, ni con el tacto de «El leñador», ni el morbo de «Sparta» o «La caza», sino intentar desarrollar la inevitable hamartia del protagonista, en una película que es a la vez «mumblecore» y tragedia griega. La «Mantícora», virtual y figurativa, que visita al protagonista de la nueva película de Vermut, recuperado de la desolación narrativa de «Quién te cantará», es valiente en su esfuerzo ético, y es “shock”, aunque siempre fuera de campo.

-¿Cómo llevas lo de responder lo mismo una y otra vez?

-Vas descubriendo cosas nuevas de la película, también. No es malo.

-¿Has ido descubriendo cosas que no habías verbalizado?

-Sí, totalmente, y pensando no solo en la película sino en el impacto que ha tenido en ti. En qué piensas tú de ti mismo en la película. La entrevista al final me lleva a pensar en voz alta, y eso es bonito. Es una experiencia que parte desde lo individual hasta lo compartido. Los aledaños, y la periferia de la película, la promoción misma, te hace repensarla. Repensarte a ti. Eso en un día positivo, en el que dices “uy, qué bien”. En el día negativo es terrible.

-¿Cómo te llega el proyecto?

-Me llegó a través de un cásting.

-¿Qué preparáis?

-La secuencia con Diana (Zoe Stein), donde mi personaje cuenta la anécdota del parque de atracciones, que es un momento muy distendido. La primera conexión entre ambos personajes, por así decirlo. Y también la primera secuencia con el personaje de Cristian (Álvaro Sanz), del niño, cuando se quedan solos después del incendio. No se trabajó nada más en el primer cásting. Y fue muy bien. Fue intuitivo, pero es que después del cásting nos fuimos a tomar unas sidras con Carlos (Vermut) y los productores. Y eso es rarísimo que pase después de una prueba, la verdad, así que quedé muy contento. Aunque me daba un poco de rabia porque decía “¿Y si no me lo dan? Qué cabrones”. Estaba muy ilusionado con la película antes de saber siquiera cómo sería. Luego supe que ya lo habían decidido en ese momento.

-Cuando descubres toda la evolución del personaje, todo ese paseo por su oscuridad que es en realidad la película, ¿cuál es tu reacción?

-Grité. Mucho. Mi primera reacción fue contarle la película, de principio a fin, a mi pareja. Estaba muy nervioso, muy excitado, porque la leía viéndome a mí. Estás leyendo sabiendo que vas a pasar por todo eso. Me encantó. Necesitaba volver a contar toda la historia, entenderla, como para saber si era de verdad o no. A ver si lo había entendido, incluso. Se la conté a mi pareja y ella me dijo que sí, que había sentido el impacto de la película. Así que me quedé más tranquilo.

-¿Se puede preparar un personaje así desde la empatía o lo buscas desde otro lugar?

-Yo lo preparé desde la empatía y el entendimiento, la verdad. Desde ir trabajando los momentos, poco a poco, y muy concretamente. No me gusta construir la vida entera del personaje desde que nace, lo respeto, pero no es mi método de trabajo. Me funciona centrarme en la acción concreta. Joder, yo paso por mil momentos en el plazo de un mismo mes. Hay días en los que soy una persona exquisita y hay días en los que soy bastante reprobable. A este personaje también le pasa, pero es que cuando él es malo y reprobable… Es mucho más oscuro. Pero mi trabajo era transitar de momento en momento. Así es como podía realmente entenderle, de una manera más sencilla. Por momentos, incluso, no me parecía tan alejado de mí mismo. No tanto, al menos, como un genocida o alguien que, realmente, llega a cometer un acto terrible. Este personaje llega al límite, lo sobrepasa por momentos, pero no llega a entregarse a ello.

-Las reacciones viscerales a la película, ¿te dan la razón respecto a ese impacto? ¿Sientes que justo ahí radica la relevancia del proyecto?

-Es que quiero hablar de la película con la gente. He hablado con críticos, con periodistas, con compañeros… pero muy poco con espectadores. Solo he hablado con gente que me pregunta: ¿Por qué coño habéis hecho esto? Solo la semana pasada pude hablar con unas amigas sobre ello. Y descubrí que la gente sale impactada, pero quiero hablar también con gente a la que no le guste. No me parece que haya que justificarla, pero quiero saber. Porque es una película que me gusta mucho y me gustaría mucho, incluso, sin estar yo dentro. Es una película a la que se le coge mucho cariño, pese a lo perturbada que es.

-Quería preguntarte por la mezcla, precisamente, de tonos. La película a veces parece “mumblecore”, a veces es horror puro, es thriller, es comedia romántica… ¿Cómo trabajas esas variaciones desde la incomodidad de tu personaje en su propia piel?

-Es complicado. Porque es un personaje que tiene muchas capas, como todos. El problema es que una de esas caras da mucho miedo y produce rechazo. Siento que todo el mundo muestra caras diferentes según con quién esté. Y eso era la película, verle en diferentes registros y situaciones. Y eso debería ser la ficción, porque a veces nos centramos solo en un aspecto, “la película va solo sobre esto”. Pero si te metes en la vida de alguien no puedes dejar de lado el contexto que le rodea. Y así es como le ves feliz, triste, cuando se siente realizado, rechazado, cuando se siente una mierda… Creo que a veces tenemos una mirada demasiado simple sobre cómo se abordan las vidas en la ficción. Buscar los límites del tono y del género es lo interesante. Coño, es que aquí pasamos de un ambiente digital a un mensaje, casi, de tragedia clásica. Estar en la brecha es lo que te hace generarte preguntas. Sin esas preguntas, sin esas sacudidas, no hay diálogo ni avance posible.

-Te he preguntado como artista, pero ahora quiero hacerlo como trabajador. ¿Cómo se aborda, sin hacer spoiler, esa última escena en la que todo lo que hemos visto acaba explotando y que, claro, involucra al niño (Álvaro Sanz Rodríguez)?

-Al niño, al contrario que a sus padres, se le intentaba no contar nada. Lo que pasa es que el niño es más listo que el hambre. Él sabía que algo pasaba, que algo no estaba bien en la película ni en las cabezas de la gente que estaba ahí (ríe). Pero se acabó enterando, claro. Porque lo preparamos como una sesión de trabajo más, simplemente teniendo en cuenta lo largo de la escena y que si fallábamos, teníamos que empezar desde el principio. Carlos (Vermut) es muy meticuloso con su trabajo. Y cosas que yo a lo mejor pasaría por alto o sería menos exigente, él no. Y por eso la película es así de redonda, porque sabe exactamente qué quiere. Siento que es una de las películas donde más paciencia hemos tenido que tener todos, porque incluso nos costó terminar alguna toma. Quizá, de toda esa secuencia del final, hubo solo tres o cuatro tomas completas.

-Imagino que intentas no juzgar al personaje, pero la pregunta que queda en el aire me parece clara. ¿Todo el mundo, incluso tu personaje, merece amor?

-Uf. Es jodido. ¿Merece todo el mundo? Yo creo que sí, pero no lo sé. Es muy fácil decir que sí en el vacío. Si me preguntas por un personaje en concreto quizá te diga que no. Quizá quien merezca amor es quien lo busque. Siento que el amor, al final, parte del cambio, de lo que nos puede transformar. El odio es un motor muy fuerte, pero su cambio es a corto plazo. Es el amor lo que nos hace cambiar a largo plazo. Al final, en la película, creo que sin hacer spoiler, la razón que lleva a mi personaje a tomar una decisión que no debería tomar es por el odio de quedarse sin red, sin nada. Absolutamente solo. La única persona con la que ha compartido su vida le mira como a un monstruo, se ha ido. Eso es lo que hace que Julián decida. Siento que es lo que pasa con mucho fanático, también, que son personas que no tienen nada más que creer que en su fundamentalismo. Cuando hablamos del amor a veces nos ponemos un poco etéreos, pero su traducción física es tener cerca a gente. Con la que puedas hablar, que no te juzgue. Y este personaje lo encuentra y lo pierde.

En "Mantícora", Nacho Sánchez es un exitoso diseñador de arte para videojuegosBTEAM

-Temporada de premios. Forqué, Feroz y Goya. Tu nombre está sonando en todas las quinielas. ¿Cómo lidias con esa parte?

-Es divertido. Es como una especie de circo dopamínico, una especie de montaña rusa. Un subidón de adrenalina, azúcar… Una cosa un poco anabólica. Se te dilatan las pupilas. Tienes que disfrutarlo, porque al final te están agasajando y tratando a cuerpo de rey, pero es raro. Siento que el problema, eso sí, es volver luego a tu vida, a trabajar, a estar en ti mismo. Se hace difícil. Ya no solo con los premios, sino en la burbuja de los festivales, por ejemplo. Te conviertes, un poco, en el centro de atención momentáneo. Por ejemplo, ahora estamos haciendo la entrevista y parece que tengo respuesta para todo, pero cuando terminemos tengo que irme a casa a hacerme de comer. Y ahí no tengo respuestas (ríe). Es un juego peligroso y divertido en el que no puedes perder el norte. Es complicado, y a mí me pone muy nervioso. Noto que me genera ansiedad, nerviosismo… Te gustaría ganar premios, claro, pero no sé cómo lidio realmente con la exposición. No estoy nada acostumbrado y no me gusta, porque no lo asocio a mi trabajo, pero agradezco estar en la conversación. También porque luego te da la oportunidad de elegir entre más cosas, y eso ayuda a vivir de esto. ¡O a vivir de otra cosa! A veces me recuerdo que soy más cosas que un actor. Joder, vaya viaje de respuesta. Perdona.

-¿Qué otras cosas es Nacho Sánchez?

-¡No lo sé! Ojalá saberlo. Soy una persona, supongo. A través de la interpretación, el cine y el mundo del espectáculo se crean a veces unos referentes inalcanzables, idílicos… que no dejan de ser personas. Si no tienes muy claro quién eres, tienes un problemón tremendo. Es imposible de gestionar, porque siempre serás un fracaso ante ti mismo. Pero creo que la solución es la diversificación, hacer cosas distintas. No quiero que mi vida gire en torno a ser un actor.

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