Paco Plaza: “Me da mucho más miedo cagarme encima que morirme”
El cineasta vuelve al terror con “La abuela”, un fascinante y angustioso retrato de la vejez y la belleza protagonizado por Almudena Amor y Vera Valdez en donde el tiempo y el cuerpo son concebidos como una cárcel
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Cuando Baudelaire le pregunta a la belleza de dónde procede en el poema XI de sus siempre reveladoras flores malsanas, enseguida dibuja con claridad la ambigüedad que lleva aparejada el término: “¿Vienes del hondo cielo o surges del abismo? ¿Sales de la negra sima o bajas de los astros? Vas sembrando al azar desventuras y dicha, y todo lo gobiernas y de nada respondes”, inquiere el poeta francés. Pese a haberla representado e interpretado en la multiplicidad de sus formas y orillas, ni siquiera el arte ha sido capaz de equilibrar los contrarios de este término maldito con el que cada vez se obsesionan más las sociedades contemporáneas, que, ansiosas por conquistar aceleradamente las agujas del reloj y taponar el grifo del tiempo, emprenden una carrera demencial para frenarlo.
En cambio el director Paco Plaza (Valencia, 1973), hace rato que quitó el dedo para dejar correr el agua. Respaldado por una dilatada trayectoria en el fantástico y autor de cintas de género tan celebradas como “El segundo nombre”, “Verónica” o la saga de “REC”, ahora estrena en salas “La abuela” -con la que participó en la sección oficial de la última edición de San Sebastián- en un intento tan efectivo como aterrador de contraponer lo hermoso a lo viejo y proponer al espectador un juego de claustrofobias y atávicos miedos en donde un espacio de recogimiento y completa seguridad como la casa de la yaya puede convertirse en algo amenazante.
Mientras termina de saborear un cuarto de mollete con jamón –para cuyo primer mordisco pide permiso con tanta gentileza que dan ganas de hacer toda la entrevista con la boca llena– en el interior de Casa González, Paco Plaza, que se inspiró en la vivencia personal de una tía abuela que padecía Alzheimer y demencia senil, habla de los cuerpos como carcasas habitadas y del arrinconamiento de los ancianos: “De alguna manera, la película nace de la sensación de estar mirando a alguien que ha sido muy importante en tu vida y darte cuenta de que está desapareciendo y que, al final, solo queda el envoltorio. Comienzas a pensar cómo al final somos continentes, cómo en realidad los cuerpos simplemente son espacios que se habitan. Mira, recuerdo que le decía a Enrique (el productor): “Quiero hacer una película de posesiones en la que vejez sea un demonio”, porque creo que vivimos en una sociedad que ha satanizado el paso del tiempo, que nos parece como que cumplir años es un pecado imperdonable y glorificamos los valores de juventud y belleza, cuando en realidad cumplirlos es el síntoma definitivo de estar vivo porque la única manera de no cumplirlos es palmarla. Al menos, hasta ahora... Por eso supongo que se trata de algo que a todos nos preocupa, en una medida o en otra”, señala.
Y prosigue: “Me gusta mucho que, en la peli, la abuela evidentemente tiene su agenda, sus objetivos…pero para el personaje que interpreta Almu, cumplir años es un problema. Cuando el fotógrafo le dice al principio “¿24 años? uff eres una vieja”, que es algo a lo que creo que todos y todas nos enfrentamos en cierta medida”. Nos hemos acostumbrado a domesticar nuestro ego a base de comparaciones que cuanto más alejadas de la realidad estén, mayor pensamos que va a ser la gratificación que nos procuren. “Eso es, como que restar años parece un piropo ¿no?, eso de decirle a alguien que no aparente la edad que tiene. Recuerdo el día en que mi amigo Fernando Marías cumplía 60 y su madre le preguntó “¿pero cuántos son, Fernando?” y él respondió que 60. Entonces ella le dijo “quién los pillara”, y es curioso, porque parece que nos pasamos toda la vida, a partir de ciertos años, anhelando volver a tener 20, 30, 40 o incluso 60 cuando tienes 80. Como intentar parar el paso del tiempo, algo que por ahora no se puede. A ver si Jeff Bezos lo consigue”, añade socarrón.
Las complicaciones surgidas durante el rodaje y la puesta de largo de la cinta, cuyo estreno estaba previsto para el 5 de enero, se cuentan por varias, en palabras del director, como consecuencia de la inevitable ralentización pandémica: “Hemos vivido todo el proceso con mucha angustia. Me acuerdo cuando me despedí de Vera Valdez en el momento en el que paramos el 13 de marzo, que me prometió, “me mantendré viva”, y eso la verdad es que fue super impactante para mí porque no era una forma de hablar, podría no haber estado viva el mes siguiente. Eso sí –añade–, tampoco me gusta dotarlo de mucha épica porque pienso que dadas las circunstancias a todo el mundo le ha pasado esto o algo parecido. La pandemia ha cambiado nuestras vidas y nos ha condicionado, ha sido una grandísima putada. Al menos, en nuestro caso, pudimos terminar la película, hacerlo bien y contentos por lo que hemos hecho. En ese sentido, me doy con un canto en los dientes”.
Silencio y memoria
Ese condicionamiento paralizante y denso del virus no impidió, sin embargo, que Plaza hiciera dos descubrimientos prodigiosos en mitad de la niebla: el de Vera Valdez y el de Almudena Amor, que protagoniza su bautismo cinematográfico con esta película paseando de la mano de “El buen patrón”, cinta en la que también interviene y cuya interpretación ha tenido una excelente acogida por parte de la crítica. En la cinta de Plaza, la prometedora joven de 28 años da vida a un personaje, Susana, con el que no resulta del todo complicado encontrar conexiones profesionales que la vinculen con su pasado como modelo, algo que según la actriz, nunca se ha considerado de manera seria y en lo que trabajó para “ganar pasta, viajar y currar mientras estudiaba”. Tras abandonar momentáneamente su vida en París y hacer efectivo su traslado a Madrid para poder cuidar de su abuela enferma (empezamos con los old issues), Susana se ve inmersa en una espiral absorbente y claustrofóbica de progresiva vampirización en cuyo grosor de complejidades y símbolos que solo funcionan más allá de lo evidente, se percibe el barniz de Carlos Vermut, encargado del guion.
Sin la explicitud física de una vertiente tocante con el gore, la atmósfera de “La abuela”, ese caserón con retrogusto palaciego cerca del Retiro lleno de silencio y de memoria, penetra por las capas más racionales de la piel para situarnos en la casilla de los miedos compartidos. “Me aterra la realidad en todas sus variantes. Me da miedo la gente mala, algo que siempre pensaba que no y con los años me ha dado cuenta de que claro que existe. Me da miedo depender de otras personas, perder la salud, que se mueran mis padres. Me aterran los miedos de la realidad, por eso la fantasía siempre me parece un refugio en el que sentirme muy cómodo: es decir, el miedo que pasas en la sala de cine o en tu casa viendo una película es como ir al gimnasio, como ejercitar un músculo, porque el miedo no deja de ser una herramienta para la supervivencia de la especie. Tenemos miedo para no correr peligros, por eso ejercitarlo te hace sentir vivo: la adrenalina, dentro del pacto de la ficción, es estimulante y agradable. La gente que es indiferente al dolor de los demás también me aterra y me hace sentir vulnerable. La realidad me provoca mucho dolor, por eso me refugio tanto en la literatura, en el cine, en el teatro, en la ficción… como escape porque la realidad en sí misma me parece verdaderamente insoportable”. Por eso aspira a “ser un viejito “salao”. No me da miedo envejecer, me da miedo no poder valerme por mí mismo, creo que no podría soportarlo. Mi amigo Juan Mariné tiene 101 años, director de fotografía y trabaja restaurando en la Escuela de Cine de Madrid. Esa situación la firmaba ahora mismo. Pero lo que me produce pánico es la fragilidad física, no poder ir solo al baño. Me da mucho más miedo cagarme encima que morirme”.
Las preferencias personales del cineasta -siempre del lado de las sombras, eso sí-, parecen no entender de subgéneros. “Me encanta el slasher, el gore y el terror que ahora llaman “elevado” también lo disfruto. Me gusta todo. Cuando haces una peli, por lo menos en mi caso, no hay mucho cálculo, no pienso el género en el que podrá encajarse cuando se estrene, sino más bien en contar una historia de la forma que considero la mejor vía. Naturalmente me gusta usar la fantasía y el terror porque entiendo que cuando haces una película con unas normas de la lógica de lo que entendemos por el mundo real, esas pautas te constriñen de alguna manera y en el momento en el que entra la fantasía es como si derribaras esos muros que te están atrapando y el terreno de juego se expandiera”, aduce.
“Puedes hacer que una persona viva eternamente, vuele o mueva objetos con la mente. Es como si te bajaras más herramientas al programa, de repente tus personajes pueden hacer muchas más cosas para expresarse. Creo que el terror y el fantástico te proporcionan herramientas para los temas que te interesan de una forma más poética, más alegórica y en mi opinión más sugerente, sin caer nunca en la frontalidad expositiva. Siempre pienso que las películas que menos me gustan son las que no son mejores que lo que cuentan, es decir, películas que son emocionantes porque lo que cuentan es emocionante. En cambio me gustan las películas que son emocionantes por cómo te cuentan las cosas. “Los puentes de Madison” es una película de una señora que le pone los cuernos al marido un fin de semana, algo que daría para medio Sálvame en realidad. Pero es una obra de arte, porque conectas con las emociones que subyacen por debajo de lo anecdótico, comprendes que importa más el cómo que el qué”.
Mil mujeres en una
Explica Plaza que “la casa de tu abuela en teoría debería estar asociado al espacio de mayor seguridad que puedes tener, el siento donde eres querida, protegida, es tu refugio. Que de repente ese entorno amable se convierta en hostil y en amenazante, creo que es lo que más perturba. O que tu abuela, la persona que más te quiere y te cuida, de repente puedas percibir que es una amenaza para ti es lo más inquietante que te puede pasar. Es como la paranoia esta que tiene mucha gente de pensar que sus padres no son sus padres cuando son niños y de repente estás como en una especie de Show de Truman haciendo una especie de pantomima. Entonces creo que todo lo familiar convertido en inquietante es donde se genera algo que conecta con algo que te produce realmente miedo: que la amenaza en vez de ser exterior sea interior o incluso seas tú mismo, algo que no deja de ser nunca aterrador”.
Una hostilidad hacia el hogar, que resulta igualmente extrapolable a la que se percibe socialmente contra el paso de los años: “Creo que hay algo realmente angustioso cuando lo hegemónico en el discurso de la ficción o de la publicidad se convierte en una idea inalcanzable, en la idea de que cuando tienes 40 años no puedes tener el culo como lo tenías con 20 y yo percibo esa angustia cada vez en más hombres, pero es verdad que el yugo sigue estando más cargado en los hombros de las mujeres. A todos nos vienen a la cabeza ejemplos de mujeres que viven en una carrera desesperada por intentar fabricar una simulación de juventud que acaba derivando en el hecho de que al final Frances McDormand es la única que puede hacer según qué papeles porque mantiene la cara de la edad que tiene. En cambio ves otras compañeras suyas de profesión que no. No juzgo los injertos, las inyecciones o los estiramientos que cada uno decide hacerse ojo, comprendo que cada persona afronta la realidad de maneras diferentes pero está claro que esa preocupación persiste con el paso de los años y la respuesta siempre es negativa. Puedes aspirar a ser la mejor versión de ti mismo o de ti misma en cada edad y de hecho hay algo muy envidiable en ver a la gente que asume el paso del tiempo sin oponerse a ello”.
Desde luego, si hay alguien que no se opone a ello, es Vera Valdez. De orígenes brasileños, aura sagrada, aterradoramente hermosa y con la vetusta belleza de los anillos de los árboles enraizada en la piel –por algo fue musa de Chanel, rostro predilecto de Avedon y desfiló para Dior–, Valdez es, a sus 86 años, una mujer llena de mujeres: “La directora de casting, Arancha Vélez, me pasó una vídeo danza de un grupo brasileño y de repente la vi. Desde ese momento te aseguro que ya no me la quité de la cabeza. Quiero tener a esta señora, quiero rodar con ella, pensé. Yo la comparo mucho con los templos romanos que ves que llevan siglos en pie y que tienen esa belleza, que entiendes que han sido de otra forma pero que son hermosos en su manera actual. Es una mujer guapísima, tiene salud, se mueve con agilidad y me da mucha envidia. A mí me gustaría tener ochenta y pico años y tener ganas de irme a otro país, de vivir así, de seguir probando. Cada día que me levanto cansado, como sin ganas de hacer algo pienso “y ésta, que se cruzó el mundo para venir aquí con gente que no conocía, que habla en otro idioma, a lo desconocido…tener esa inquietud es lo que te mantiene joven y ella es una mujer que tiene todos los años. He aprendido muchísimo a su lado y, cuando la miras, dentro de ella descubres a la niña, a la joven, a la anciana, es todas a la vez y me hace pensar que en realidad todos somos todos a la vez y que nunca dejamos de tener ocho años y luego 15 y que todo el rato vuelven las mismas preocupaciones de entonces: querer y que te quieran, estar sano y que no se muera nadie que te caiga bien”, subraya Paco Plaza dejando claro que, en este caso, el atractivo de la abuela sí procede, pese a todo, del hondo cielo.