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Antonio Moresco: el secreto mejor guardado de la literatura europea

Se publica «Los comienzos», primera parte de la trilogía del autor, que fue religioso y anarquista, y hoy está considerado un genio en Italia

Antonio Moresco: el secreto mejor guardado de la literatura europea
Antonio Moresco: el secreto mejor guardado de la literatura europeaFelicia Ferrara

Hay que reparar en la estampa, veteada de canas y cansancios, de Antonio Moresco, y detenerse a contemplar su mirada, que todavía retiene brillos de rebeldía, como si la juventud aún permaneciera acantonada en ellos y se negara a asumir la edad que determina el calendario y que rubrica el deneí. Antonio Moresco ha redondeado una biografía desaforada, desabrochada de lugares comunes y tópicos, como si los carriles frecuentados de la existencia no hubieran sido planteados para tipos como él. Digamos que su vida y su literatura siempre han disfrutado de un ancho de vía distinto al resto. Unas líneas de comunicación que lo han llevado a desfilar por los atavismos que anudan las rutinas conventuales, las inflexibilidades de la disciplina anarquista, que de alguna manera es otra clase de monacato, y las rutinas autoimpuestas que reclama la escritura, otra militancia con aristas anacoretas.

Moresco es el mayor secreto de la literatura italiana y, probablemente, europea. Alguien sobre el que gravitan los ejes del malditismo: pasados trabados de renuncias y fragosidades, infinitos rechazos editoriales y, por encima de todo, un libro, «Los comienzos», que ahora publica Impedimenta, que luce una plástica tan original y expresionista, que en ocasiones deja la impresión de que está más cerca de Pollock que de Flaubert. «Este libro reúne las vicisitudes de mi vida, que me han llevado a atravesar tres dimensiones: la religiosa, la revolucionaria y la artística. Para narrarla, tuve que revivirla y reinventarla; inventarme otra forma de ver y de verbalizar el mundo, las personas y las cosas. El protagonista pasa de la dimensión religiosa a la revolucionaria, y de esta a la artística. Si echo la vista atrás me da la sensación de haber vivido tres vidas distintas y de haber atravesado las tres categorías del espíritu que, si fuese un romántico alemán del siglo XIX, llamaría: sacerdote, soldado, artista», comenta el autor a este diario.

Moresco ha elegido un protagonista, que es él mismo, con toda probabilidad, el más complejo de retratar, para anudarlo a esta novela río, un caudal literario que discurre arrasando premisas y que a la vez parece tributar peaje con el Dante. Es una obra con movimiento propio, con sus propias «circularidades», que avanza con sístole y diástole propios. «Creo que esta extraña vida que ha tocado vivir me ha permitido acumular en mi interior una montaña de experiencias, de conocimientos, de desesperación y de anhelos, sin los que jamás habría podido escribir lo que he escrito, aunque luego, para plasmarla de manera dinámica y no especular en el interior de una obra, haya tenido que devastarla».

¿Se arrepiente de dejar de estudiar por la política?

No me arrepiento, porque me permitió llegar a la literatura a través de mi propio camino, de «encuentros en la tercera fase» con los escritores y los poetas, a través del tiempo y del espacio. Al observarla desde lejos y desde fuera, parece que toda mi vida de hombre y de escritor ha sido un vía crucis, un delirio. Pero, al final, y parafraseando al príncipe Hamlet, quizá yo también pueda decir aquello de: «Había método en esta locura».

¿Cuándo se dio cuenta de lo absurdo de la extrema izquierda?

Más que parodiar, la atraviesa, lo trasciende. Tanto en la experiencia religiosa como en la revolucionaria, después de haber pasado mucho tiempo, me invadió una sensación de abstracción, de vacío, así que tuve que dejarlas atrás, seguir buscando. Así llegué a la dimensión artística y de conocimiento, y ahí me quedé, aunque creo que la vivo de manera no pacífica, sino insurreccional. Mis dos dimensiones precedentes, la religiosa y la revolucionaria, no quedaron eliminadas, no hice borrón y cuenta nueva, sino que acabaron en un crisol, se multiplicaron y se convirtieron en una tercera dimensión, en algo distinto.

Aquí está Moresco, agitando la coctelera intelectual con el hontanar de sabidurías que ha extraído de obras clásicas, como Shakespeare, y populares, como Steven Spielberg; asistiéndose de la religión y apelando al sinsentido. El autor ha confesado que si en su vida no hubiera llegado a un punto muerto, a uno de esos trances donde el futuro daba tanto miedo como el pasado, no hubiera escrito nunca. Solo le quedaba ir hacia adelante. Por eso se empleó durante décadas en este ciclo de novelas. Lo hacía en cuartos pequeños, en cocinas destartaladas, encogiéndose sobre sí mismo para poder escribir. Lo hizo sin cesar y también sin reconocimiento. «Considero que fue precisamente esa "masacre de las ilusiones", por decirlo con mi querido Leopardi, lo que creó las condiciones para que pudiera poner en tela de juicio y atormentar también el instrumento de la literatura; para abrirlo de par en par, para derribarlo».

¿Qué piensa de la deriva política de Europa? Nacionalismos, extrema derecha...

Estoy horrorizado y alarmado. ¿Es posible, me digo, que el horror acaecido en el siglo XIX, que culminó en la Shoa, no haya sido suficiente, y que, después de tan pocas décadas, los mismos fantasmas y demonios sigan cociéndose a fuego lento en el vientre de nuestro continente? Me parece que estamos al borde del precipicio.

En Moresco confluyen afluentes como Dante, Melville, Cervantes, Kafka. Es un escritor que bebe de todas las fuentes y se alimenta de cualquier vida literaria.

Le rechazaron las editoriales.

Mi historia editorial fue la siguiente: 15 años de rechazos; lo que escribí con 30 años se publicó cuando tenía 45. Hubo un rechazo absoluto hacia mi naturaleza y mi fisionomía como escritor, hacia mi forma de ver y narrar la vida y el mundo. Existía, y sigue existiendo, la idea de que el escritor tiene que limitarse a describir lo que ve en su espejo. Yo necesitaba agrietar el espejo, partirlo, derribarlo y pasar al otro lado.

La literatura era rompedora. Hoy es entretenimiento.

La literatura no tiene que ser un juego terminal, autocanibalismo, entretenimiento a la espera de la muerte, sino que puede ser aventura, prefiguración, invención, profecía. A menudo se les dice a los escritores: volad bajo, porque si no los lectores no os seguirán, porque los lectores quieren volar bajo. No sé si es verdad. A lo mejor los lectores necesitan que se mantenga abierta la posibilidad de volar alto, de que alguien los arrolle, los rapte y los alce en vuelo.

"LOS COMIENZOS": UNA LÚCIDA AVENTURA VITAL

El escritor italiano Antonio Moresco hace un enorme despliegue verbal para contar, en un torrente de creatividad, su vida como religioso, militante y escritor

Por Ángeles López

Por una palabra (muchas, en este caso), «sabrás lo que me he callado», parece decirnos Antonio Moresco, retorciendo a Pablo Neruda, en la inauguración de este ciclo narrativo inclasificable titulado «Juegos de la eternidad», donde poesía, drama y comedia se trenzan en muchas situaciones y vidas para transmitirnos el absurdo de la permanencia humana en la vida y, al tiempo, reivindicar la belleza. En «Los comienzos» conocemos a un seminarista que se enfrenta sin cuaderno de bitácora a temas medulares como la religión, la revolución y el arte; un artefacto sin referencias previas por más que se le haya comparado con el cansino y psicoanalítico Marcel Proust o el inabordable James Joyce cuando, como Spinoza, sólo persevera en el propio ser.

Un joven seminarista ha dejado de hablar. Está absorto en el silencio hasta el punto de vivir en una especie de tensión alucinatoria permanente hasta el punto de que percibe los sutiles movimientos de violencia reprimida que se suceden entre los demás seminaristas, por los que, entre otras cosas, no muestra ningún interés. Cuando se somete a una operación de circuncisión y convalece con unos familiares, conoce a una muchacha bizca pero al regresar al seminario... no logra articular palabra alguna. Solo al cabo de unos años le reencontramos lidiando con la política: se ha convertido en activista y viaja por Italia haciendo mítines para después, tiempo después, verle moviéndose en el mezquino mundo editorial italiano donde se enfrenta a un editor ambiguo que se interesa por su novela para luego desaparecer...

Alto Voltaje

Moresco es un autor diverso, autor de novelas y libros de relatos pero también de ensayos políticos de alto voltaje y nada le gustaría menos que ser considerarlo un escritor difícil, porque no lo es, aunque sí único. Si algún lector es un autocomplaciente consigo mismo y cree saberlo todo de narrativa está equivocado. Lo sabrá al leerlo... y no quiero reseñar como mérito el tiempo empleado porque no creo en la literatura penitencial escrita con cilicio. Sirva decir que muchas cosas empiezan y acaban con este libro... y eso sí es suficiente.

Para gozar de estas páginas solo hace falta que el lector muestre la voluntad de compartir esta exigente, lúcida e intimista aventura vital y, sobre todo, la fiesta del lenguaje desatado, pero sin barroquismos que sabe obrar... ¿Será cierto que hay que inmovilizar al mundo para abrirlo de par en par y atravesarlo? Adentrémonos y disfrutemos de un clásico sin referentes, errante, que ha creado un brillante clásico «orgánico», impredecible, ingenioso, inteligente, que se va por tangentes extrañas, con personajes extraños y fenómenos naturales extraños y un narrador al que muchas veces vemos perdido a lo largo de este maldito mundo.

Lo mejor: Pocas veces el acto de la lectura, se nos había presentado tan creador

Lo peor: Requiere un cuaderno donde anotar las impresiones y abordar una necesaria relectura para disfrutarlo en más profundidad