Arsuaga y Millás se adentran en la última frontera
En «La conciencia explicada por un sapiens a un neandertal», su nuevo libro a cuatro manos, exploran el misterio del yo
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La pareja literaria que forman Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954) y Juan José Millás (Valencia, 1946) está a punto de extinguirse. Acaban de publicar su tercer y último libro a cuatro manos, «La conciencia explicada por un sapiens a un neandertal» (Alfaguara). Su química sobre el papel está refrendada por las ventas, aunque en persona funcionan todavía mejor. En el directo tienen una energía que recuerda a Walter Matthau y Jack Lemmon en versión intelectual. A ratos, olvidan la presencia de la periodista enfrascados en una charla que va dando saltos; de la serie «Mr Ripley», que ha impactado al escritor, al último libro que enamoró al paleontólogo, «La noche del fuego».
El tema elegido para cerrar la trilogía, que inauguraron con conversaciones sobre la vida y siguieron con la muerte, ha sido la conciencia, la última frontera del conocimiento humano. Dónde está y cómo se articula la experiencia subjetiva de ser uno mismo. El libro, claro, no resuelve un misterio que trae de cabeza a la neurociencia en este siglo, pero deja pistas interesantes. Como dice con sorna Juan Luis Arsuaga: «El Premio Nobel no nos lo van a dar, no».
¿Creen que estamos determinados o existe el libre albedrío?
J. L. Arsuaga: No creo que nadie piense que es totalmente autónomo y que no le influye para nada la clase social en la que ha nacido, el lugar o la educación recibida. La libertad, como tal, no existe. Sin embargo, algo que siempre se ha pretendido desde la filosofía es que uno sea capaz de sobreponerse a esas circunstancias, adversidades, y no dejar que estas decidan por uno. Esta sí es una gran enseñanza.
J. J. Millás: Para mí, este es un problema filosófico inquietante. Como decimos en el libro, creo que gran parte de lo que no sabemos se debe a que nos falta información. Si tuviéramos toda la necesaria, sabríamos lo que va a suceder. Entonces, es muy probable que la mayoría de lo que consideramos decisiones personales no lo sean tanto; simplemente, creemos que lo son. En mi opinión, el inconsciente, el ello, manda más que el yo. Lo que ocurre es que, como es insoportable vivir con la idea de que no podemos controlar nuestras vidas o de que estamos en manos de fuerzas desconocidas, le damos al yo una importancia desmesurada.
Le dan mucha importancia en el libro al Big Data.
J.J. M.: Es lo que en la filosofía escolástica es Dios, que es toda la información. Por eso se plantea un problema cuando hablan del libre a albedrío. Si hay un ser que lo sabe todo de mí, que conoce si acabaré yendo al cielo o al infierno, entonces yo no soy libre porque, en realidad, eso ya ha ocurrido. Esto está intuitivamente planteado en la Greca clásica, cuando se habla del destino, del fatum. ¿Somos libres realmente o vivimos con la ilusión de serlo? El fatum sería un variante del azar. Si repasamos nuestra vida, veremos que todo lo que nos ocurrió fue por azar. Cuanto mayor eres, más cuenta te das de que es así. Para que yo conociera a mi mujer con la que he tenido hijos, por ejemplo, tuvieron que darse un conjunto de azares impensables. Y, por otra parte, se trata de un azar diabólicamente articulado. Tanto, que parece el destino. Dos minutos antes o después o una decisión nimia pueden cambiar tu vida de arriba a abajo. En el nivel colectivo ocurre lo mismo, cuántas veces la vida de los pueblos cambia en 24 o 48 horas y los vecinos pasan de pedirse la sal a matarse los unos a otros.
¿Qué han concluido sobre la conciencia después de estas 200 páginas?
J.L.A: Bueno, hay muchas cosas que sí sabemos. Es más la percepción o la subjetividad de la conciencia. El yo, para entendernos. En uno de los capítulos se aborda un experimento sobre dónde reside el autoreconocimiento en el cerebro. Se sabe perfectamente en qué zona se ubica, otra cosa es explicar lo que tú sientes. El problema es que la ciencia no puede aceptar entidades inmateriales que actúen en el mundo material. Esa es la línea roja entre la ciencia y el pensamiento mágico. No sabemos exactamente qué es la conciencia, pero sabemos que no puede ser algo inmaterial. La ciencia no puede admitir que algo que no esté hecho de átomos influya sobre lo material. Aunque podamos no entender cómo funciona todo, tenemos claro que la conciencia está ligada al cerebro, y el cerebro está hecho de materia.
¿Hasta qué punto son antagónicos ustedes dos? En esta trilogía se enfrentan como los adalides de un pensamiento racional y otro más mágico.
J.L.A: No se trata de un reparto de roles artificial. Yo siempre digo que soy una persona de ciencias en el peor sentido de la palabra y que Millás es un humanista también en el peor sentido, ja, ja. Un científico puede emocionarse ante un cuadro de Caravaggio, de hecho yo soy fanático y se me saltan las lágrimas, pero lo que no puedo admitir es que haya entidades inmateriales que actúen en el mundo material. Hay una linea roja. Dicho esto, creo que el pensamiento mágico tiene una base biológica. La mente mágica y la mente racional son tan naturales y humanas la una como la otra. No creo que debamos eliminarlo ni que sea un lastre del pasado, como dicen algunos científicos. Al contrario, de ahí vienen Bach, Mozart, Shakespeare, Cervantes... Sin ella seríamos meros robots.
J.J.M: Yo a eso le digo, como experiencia propia, que el sentimiento de culpa no está hecho de átomos pero te puede producir una úlcera de estómago. Para mí es un asunto sin resolver. En el último capítulo hablamos de la búsqueda de Dios como una forma de representar lo misterioso, lo que aún no comprendemos. Y ante esa zona Arsuaga, como científico que es, se siente impotente. En el libro contamos que fue durante una comida cuando él decide que vayamos a ver a Dios y admite que hasta ahí no llega. Esa búsqueda representa lo que no conocemos. Me encanta ese final, cuando llegamos a un punto en el que más allá está el abismo. No vemos nada.
Sí, sorprende mucho ese colofón en dos personas que se presumen ateas.
J.L.A: No tengo problemas con mi ateísmo ni con la religión. Los ateos somos gente en paz. Puedo admirar una iglesia y sentirme fascinado por su belleza sin ningún conflicto. Mira, incluso llevo una medalla de la Virgen de los Milagros. Es que esto es parte de nuestra naturaleza humana.
Dice el neurocientífico Anil Seth que nuestra experiencia es una alucinación controlada de nuestro cerebro.
J.J.M: Todo es alucinatorio, no es la realidad. Es una representación.
J.L.A: Es que la mente es una representación interna del mundo, pero está hecha de neuronas, no es algo inmaterial. Lo que ya no puedo explicar es tu experiencia subjetiva cuando, por ejemplo, tienes un recuerdo. Pero lo que es seguro es que se está activando una red neuronal.
¿Qué han aprendido el uno del otro durante esta larga colaboración?
J.J.M: Yo ahora soy más biologicista de lo que era cuando empezamos esta relación. Era más animista, más mentalista. Cuando se habla de estos temas no es raro que las posturas se radicalicen, que unos crean que todo es producto de la psicología, de la mente, y otros totalmente lo contrario. El contacto con Arsuaga me ha hecho reconocer mucho más la biología.
J.L.A: Bueno, creo que es lo que venía buscando. Es un acto evolutivo; Millás llega hasta mí para que le cuente lo que sé. Y yo, al revés. He aprendido muchas cosas. Creo que es el escritor más original que ha dado España en décadas. Y eso es algo muy difícil porque está todo escrito. Tiene un estilo de pensamiento que me va mucho. Se aparta de lo convencional. Yo le daría el Nobel o, como poco, el Premio Cervantes. Pero no creo que el misterio exista, eso es para la religión y sus dogmas. En Ciencia decimos que lo que hay son problemas que, de momento, no hemos sido capaces de resolver. Y eso que los vamos resolviendo poco a poco. Mira por ejemplo los volcanes o los terremotos, hace cuatro días no sabíamos por qué se producían. La tectónica de placas es de hace cuatro días. Y conocemos también que hay otras galaxias.