Buscar Iniciar sesión

Así perdimos la cola hace 25 millones de años y ahora la han perdido los ratones

Un nuevo estudio ha editado genéticamente a ratones para eliminarles la cola con una simple inserción
Los simios pueden predecir el comportamiento humanolarazon
  • Desde enero de 2020, colabora con La Razón y presenta su podcast de ciencia, Noosfera, que ya cuenta con más de 200 episodios. Mientras tanto, divulga en redes sociales, donde ya tiene más de 58 mil seguidores en Twitter y más de 34 mil en Instagram. En 2021, diseñó el programa de ciencia de la Cadena SER, Serendipias, donde continua como director y presentador, liderando un equipo de colaboradores. Ese mismo año, comenzó a dirigir y presentar MenteScopia, un podcast sobre salud mental en colaboración con la FECYT. En 2022, asumió el cargo de director de contenidos de la plataforma de cursos científicos Amautas. Además, en televisión es colaborador semanal y director de contenidos científicos del programa de divulgación Curiosity en La 2, cuya segunda temporada se estrenará en enero. También ha participado en otros formatos televisivos, como El Condensador de Fluzo, Todo es Mentira y Mapi. Como autor, ha publicado el libro Una Selva de Sinapsis (Paidós), que ya va por su sexta edición, y ha coescrito otros títulos, como Genes y Marie Curie, ciencia y vida.

Madrid Creada:

Última actualización:

Hace ya mucho que nos sabemos parientes del mono. Cuando Darwin publica El Origen de las Especies en 1859, plantea el mecanismo por el cual unas especies evolucionan en otro, pero la idea de la evolución le precedía y, en realidad, ya hacía mucho tiempo que algunas mentes sospechaban nuestro parentesco con otros primates. Cierto es que el predicamento que tuvo El Origen de las Especies llevó al gran público eso de que descendíamos del mono. Y, tiene sentido. Nuestras manos con pulgares oponibles, las uñas planas, el cráneo e incluso los ojos son rasgos que nos recuerdan a nosotros mismos. Sin embargo… ¿qué hay de la cola?

Una de las características más llamativas del humano frente a otros animales es nuestra carencia de cola. Platón nos describió como un bípedo sin plumas, pero bien podía haber hecho referencia a la carencia de ese apéndice que la mayoría de las especies lucen sobre sus cuartos traseros. Podemos decir que incluso la mayoría de los primates tienen una, aunque sea corta. ¿Por qué nosotros no? ¿Qué nos hace diferentes? ¿Responde a alguna presión evolutiva? ¿Es acaso una casualidad de la evolución? Eso es lo que han intentado responder un grupo de investigadores de la NYU Grossman School of Medicine y de la NYU Langone Health.

Un puñado de excepciones

La investigación ha sido publicada en la prestigiosa revista Nature, y no como un artículo cualquiera. Es la mismísima portada de la última edición. Una fotografía de dos monos abrazados mientras uno se agarra su propia cola, con la mirada fijamente clavada en ella, como si se preguntara: ¿por qué tengo yo esta cosa aquí? Una pregunta que también ha inquietado al doctor Bo Xia desde que era joven. Pongámoslo en números. Existen unas 233 especies de primates y somos muy pocas las que carecemos de cola, al menos muy pocas especies extintas.

Podemos encontrar entre ellas a la totalidad de grandes simios: gorilas, chimpancés, bonobos y la familia de Hominidos llamada Hylobatidae, a la que pertenecen los gibones, los siamangs, etc. Nosotros somos uno más, uno de pocos y, por si todos estamos cercanamente emparentados. Así pues, los investigadores decidieron analizar el ADN de varias especies de primates con cola y de los grandes simios. Así es como obtuvieron el resultado que ahora protagoniza la portada de Nature. Al parecer, todos los grandes simios compartían un fragmento en su ADN que no tenía ninguna de las especies con cola.

25 millones de años

El cambio, en concreto, lo debimos de experimentar hace unos 25 millones de años, antes de que nuestro antepasado común con el resto de grandes simios diera lugar a especies diferentes. Sin embargo, esto no es lo más importante. El cambio consiste en una inserción de la secuencia genética llamada AluY en el gen TBXT. Es lo que conocemos como un intrón. Estos fragmentos del ADN les indican a las herramientas celulares cómo “interpretar” el ADN. O, por decirlo a través de una analogía simple: es como si fueran las líneas finales de cada página en un libro de “sigue tu propia aventura”.

Estas líneas nunca incluyen información relevante para la historia, pero nos dicen cómo componer nuestra ventura, qué fragmentos del libro empalmar, por decirlo de ese modo (imaginando que arranquemos las páginas indicadas y las coloquemos una tras otra). Esa es la idea a rasgos generales, los intrones pueden funcionar como interruptores que condicionan la información que acaba expresando el ADN en un momento dado y, si su lectura puede dar lugar a la producción de proteínas, los intrones hacen que de un mismo fragmento de ADN se puedan producir proteínas diferentes según el momento.

Ratones sin cola

Pero claro, aunque hace unos años esto habría sido más que suficiente, las herramientas de edición genética que ahora tenemos a nuestra disposición abren una ventana para llevar todo esto a la práctica, para comprobar empíricamente y más allá de cualquier duda razonable si realmente esta inserción es responsable de la pérdida de cola. Para comprobarlo, los investigadores del estudio decidieron editar genéticamente a un grupo de ratones. Les insertaron el intrón AluY en el gen TBXT y comprobaron que, aunque cada uno lo expresaba de forma ligeramente diferente, se reducía el número de vértebras de su cola y el tamaño, llegando algunos a carecer por completo de este apéndice. Así es, en principio, como de una generación a otra podrían haber nacido homínidos sin cola y con coxis al final de la columna.

De hecho, algunos de estos ratones han desarrollado problemas del tubo neural. Enfermedades como la conocida espina bífida, que está relacionada con el desarrollo embrionario. Podría ser que este tipo de enfermedades en humanos sea una suerte de consecuencia colateral de nuestra pérdida de cola. Y, aunque todavía no sabemos qué pudo propiciar que perdiéramos este apéndice, lo cierto es que lo hicimos, y si había defectos del tubo neural en este cambio, más nos vale que fuera una mutación.

  • Todavía no sabemos con seguridad a qué se debió esta pérdida de la cola. Por decirlo de otro modo: no conocemos la ventaja que propició que se reprodujeran más los ejemplares sin cola que los que tenían cola, aunque ahora, al fin, sabemos dónde estaba codificada esta extraña instrucción anatómica.
  • “On the genetic basis of tail-loss evolution in humans and apes” Nature 10.1038/s41586-024-07095-8

Archivado en: