Adiós a Godard: la muerte de la Nouvelle Vague
La muerte del director es quizá también la definitiva despedida no sólo del gran cineasta, sino del movimiento del que fue símbolo y cabeza visible
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La historia del cine, el que fuera arte e industria por excelencia del siglo XX, se desvanece día a día ante nosotros, como si algún siniestro demiurgo estuviera borrando digitalmente, uno a uno, a sus protagonistas, en la gran foto de familia de sus mitos y figuras emblemáticas. Ahora le ha tocado el turno a Jean-Luc Godard porque, a pesar de su célebre axioma, la cruel existencia sí tiene un principio, un nudo y un desenlace, necesariamente en ese y no otro orden.
Por supuesto, no es Godard el primer miembro que nos deja de la legendaria “Nouvelle Vague”, la Nueva Ola surgida a finales de los años 50 que revolucionó tanto el cine francés como el cine en sí, con su mirada de sesudos críticos de “Cahiers du cinéma” paradójicamente fresca e iconoclasta. De hecho, es prácticamente el último de ellos, descontando a su aventajado alumno Luc Moullet, a la veterana Agnés Varda y al actor estrella por antonomasia del movimiento: el incombustible (en apariencia al menos) Jean-Pierre Léaud. Antes se fueron Truffaut, demasiado pronto quizás, Rohmer, Rivette, Chabrol, el precursor Bresson y compañeros de viaje como Resnais, Demy, Chris Marker o Jean Pierre Melville. Pero no cabe duda de que la muerte de Godard posee una especial resonancia, tanto por su papel, no siempre asumido voluntariamente, como cabeza del grupo, como por su compleja, variopinta y radical obra y personalidad. Si alguien encarnó el espíritu a menudo contradictorio pero siempre arriesgado de la “Nouvelle Vague” hasta la médula, fue sin duda el director de “Al final de la escapada” (“À bout de souffle”, 1960).
Tan feroz es la impronta de su longeva, esquiva y desafiante carrera, que no es exagerado decir que, al menos durante cierto tiempo, el mundo de la crítica de cine, de la cinefilia y aún de la cinefagia, parecía dividirse entre quienes amaban (o aman) a Godard y su praxis del cine, y quienes lo detestan, incluso tanto o más como persona y personaje que como creador. Con Godard o contra Godard. Algo sumamente absurdo si tenemos en cuenta, precisamente, la compleja variedad de su obra, que abarca desde su revisión iconoclasta pero al tiempo icónica de los géneros clásicos de Hollywood, a través del prisma modernista del Pop Art, la deconstrucción y la militancia política, hasta sus últimos y recientes experimentos ensayísticos, digitales, entre la no-ficción y la instalación audiovisual. Es decir: desde la sonrisa de Belmondo y los ojos de Jean Seberg; el mágico baile de “Banda aparte” (1964); el sensual desnudo en plano fijo de Brigitte Bardot en “El desprecio” (1963) o las viñetas de cómic vivientes de “Made in U.S.A.” (1966), hasta las crípticas y no menos radicales “Nuestra música” (2004), “Film socialisme” (2010), “Adiós al lenguaje” (2014) o “El libro de imágenes” (2018), pasando por el escándalo de “Yo te saludo, María” (1985), el retorno al género degenerado en “Detective” (1985) y hasta un Shakespeare producido por la Canon: “King Lear” (1987). Allí donde otros compañeros de la vieja Nueva Ola se bajaron del barco, en uno u otro momento, Godard siguió al timón, decidido, como un capitán intrépido, a hundirse con él.
Porque Godard, prácticamente el último mohicano de la original tribu cahierista, fue tanto motor como testigo, protagonista como comparsa, de la evolución del lenguaje cinematográfico, de la modernidad a la hipermodernidad, contribuyendo profundamente a ella pero también llevándola hasta el extremo último de aquello que podemos seguir llamando cine. Por eso, su muerte se me antoja símbolo no tanto de la desaparición y disolución de los revolucionarios hallazgos y aportes de la “Nouvelle Vague” al cine, como de la del cine mismo, tal y como lo conocimos. Vivimos un momento que no deja de recordar aquellos años 70 y 80 del pasado siglo en los que Picasso, Dalí, Rothko o Andy Warhol desaparecieron de la escena del arte y la pintura, sin que nadie haya venido a sustituirlos. Tampoco nadie podrá sustituir a Godard ni al resto de esa Nueva Ola que tal vez fue, sin que entonces lo supiéramos, la última ola.