Sección patrocinada por sección patrocinada

Crítica de cine

Crítica de 'Un simple accidente': Perdón o venganza, ese es el dilema ★★★★

Dirección: Jafah Panahi. Intérpretes: Vahid Mobasseri, Mariam Afshari, Ebrahim Azizi, Hadis Pakbaten. Irán-Francia-Luxemburgo, 2025, 105 min. Género: Drama.

Crítica de 'Un simple accidente': Perdón o venganza, ese es el dilema ★★★★
Crítica de 'Un simple accidente': Perdón o venganza, ese es el dilema ★★★★X

Es lógico que la película más enfadada de Jafar Panahi, flamante Palma de Oro, se estrene dos años después de su estancia en la cárcel, acusado de conspirar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el sistema. Después de toda una carrera plantándole cara a la censura del régimen, sufriendo inhabilitaciones y arrestos domiciliarios, y rodando en la clandestinidad, Panahi parece haber sentido la necesidad de despojarse de preámbulos y metáforas, y coger el toro por los cuernos. Esto es, reflexionar sobre lo que ocurre cuando la víctima del terrorismo de Estado puede vengarse de su verdugo.

El prólogo de “Un simple accidente” sienta las bases de lo que será la sustancia del filme: por un lado, el atropello de un animal en plena noche funciona como un mal presagio, un anuncio de la violencia que atravesará todo el relato, y se revelará como una presentación especialmente perturbadora del que será el villano, y por otro, que la secuencia de desarrolle en un automóvil adelanta el género de la película, la ‘road movie’. El encuentro entre torturado y torturador será azaroso, accidental, pero, como ocurría en “La muerte y la doncella” de Polanski, también será la génesis de un dilema metafísico, que oscila entre la revancha y la compasión. ¿Perdonar no es una forma de olvido? ¿Castigar con la misma moneda no es un acto de cobardía?

Serán primero un coche y luego una furgoneta los escenarios en los que se debatirán una y otra vez tales cuestiones, invitando a cada vuelta de la esquina a una nueva voz, a una nueva víctima que aporte su opinión a un viaje que parece no llevar a ninguna parte. En el tramo central Panahi pone las cartas sobre la mesa, porque está haciendo una película de tesis directa y sin coartadas, acaso insistiendo demasiado en sus argumentos, a veces rizando el rizo (la visita al hospital) para tensionar el relato hasta el absurdo. No es casual la referencia explícita a “Esperando a Godot”, la obra maestra de Beckett en la que el lenguaje se transmuta en muro y límite, retorciéndose sobre sí mismo, como constreñido por una camisa de fuerza.

Es en el tercer acto, con el presunto verdugo atado a un árbol y dos de sus vengadores despellejando sus actos indignos, cuando la película, al menos en el plano formal, alza el vuelo. A Panahi le basta un plano fijo del culpable con los ojos vendados para que el fuera de campo de las acusaciones se haga más intenso, y la verdad salga a la luz en su más descarnada venganza. Allí, al desnudo, la vergüenza del gobierno se hace visible, mientras que la rabia de las víctimas la acorrala. Es una larga, intensísima secuencia, que precede a un final escalofriante, que funciona un poco como contraplano de esta, y que demuestra que el mal es invencible e inmortal, y siempre existe más allá de las imágenes, escondido donde no se le puede ni ver ni cazar.

Lo mejor: Es cine político hecho desde las vísceras, desnudo y directo.

Lo peor: Sobre todo en su tramo central tiende a ser en exceso repetitiva.