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"Dolor y gloria": Almodóvar frente a su propio espejo

La nueva cinta del manchego, en la que Antonio Banderas da vida al director en el ocaso de su carrera, plantea un viaje al origen de su pasión por el cine, la familia, la homosexualidad y los locos años 80, así como los miedos y adicciones de la edad madura.

Antonio Banderas, que interpreta al director en «Dolor y gloria», junto a Julieta Serrano en el papel de su madre
Antonio Banderas, que interpreta al director en «Dolor y gloria», junto a Julieta Serrano en el papel de su madrelarazon

La nueva cinta del manchego, en la que Antonio Banderas da vida al director en el ocaso de su carrera, plantea un viaje al origen de su pasión por el cine, la familia, la homosexualidad y los locos años 80, así como los miedos y adicciones de la edad madura.

Cuenta Antonio Banderas que lo primero que sorprendía del guión de «Dolor y gloria» era la sobriedad, la caligrafía confesional en la que un hombre, de vuelta de todo, se expresa adelgazando las metáforas. Mediado el metraje de la nueva cinta de Almodóvar, que como todo memorial de méritos y daños tiene algo de despedida, hay un momento epifánico, que resume una vocación indeclinable: «Bajo la pared encalada donde se proyectaban las películas de mi infancia, yo lloraba para salvar a las protagonistas; pero no pude hacerlo con Natalie Wood, con Marylin...». Estamos en el terreno de aquel Cernuda que clamaba: «Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos, como nace un deseo sobre torres de espanto...». Eso es «Dolor y gloria», la genealogía de una vocación y un estilo o si se quiere los mimbres de aquel «don» y aquel «látigo con el que azotarse» capotianos que el manchego referenciaba en «Todo sobre mi madre». En una sola cinta, tras la experiencia ya más claramente autorreferencial de «Julieta» (2016), Almodóvar, a sus 69 años, ha firmado su «Amarcord» y su «8 ½» en una sola película, la que narra en sendos «flashbacks» su infancia en la Mancha, el descubrimiento del cine, el entorno familiar humilde, la génesis de la homosexualidad y luego, la actualidad de un director que intenta reconciliarse con su obra y con actores del pasado que lo acompañaron en los locos años 80.

Descargar la mochila

«En aquella época Pedro era más explosivo y divertido, era un jolgorio –recuerda Banderas–. El Pedro de esta película, en cambio, se iba aliviando a medida que pasaba el rodaje, porque había muchas cosas que necesitaba sacarse del pecho. Se ha ido descargando la mochila de piedras. Nunca lo había visto en este estado». Banderas es Almodóvar, a veces literalmente, con sus achaques, sus dolores de espalda y la fotofobia, sus adicciones tardías, el miedo a decepcionar. «El guión está lleno de referencias, me dijo Pedro, vas a reconocer bastantes cosas, pero hay un compendio de mucha gente y situaciones. Lo que más me sorprendi es la austeridad, la simpleza increíble. Sus guiones suelen ser muy barrocos y en este caso era casi monacal, bello y simple. Me acordé mucho de mi trabajo en Picasso, de este pintor que con un trazo simple comunicaba». El reto de Banderas era ser Almodóvar sin imitarlo. «Eres yo, pero que no se note», le dijo. «Y eso es un trabajo muy fino, había que bordar cada día. Pedro es un director duro, como dice la gente, pero no por egoísta o porque se quiera imponer sino porque quiere lo mejor de ti y te quiere en un estado puro, sin tics ni engaños. No te puedes agarrar a nada con él. Estás en el vacío, desnudo y te da vértigo. Te las caza todas si quieres engañarle. Te tienes que poner en posición de entrega». Al manchego había algo en su amigo y actor fetiche (se conocieron para «Kika», cuando el malagueño tenía solo 19 años) que le gustaba: la marca dejada por tres operaciones de corazón. «Yo vi la muerte de cerca, sentí que me iba. Eso añade algo a tu vida y ha habido algo de esa experiencia que está en el personaje –asegura Banderas–. Pero para un actor lo peor que puede pasar es tener una conciencia absoluta de lo que estás haciendo, como un ojo mirando a ti mismo. Pedro me colocó en un lugar para que mis experiencias aparecieran en el rodaje». «Dolor y gloria» arranca con el encuentro entre Salvador Mallo, un director en el ocaso de su carrera (Banderas) y un actor (Asier Etxeandía) con el que empezó en los 80 y del que llevaba años distanciado. Esta cita con el pasado dará pie a levantar el andamiaje de la memoria: la influencia de la madre (Penélope Cruz en el pasado, Julieta Serrano en el presente), los viejos amores de la profesión (Leonardo Sbaraglia), las amistades perdidas, la energía consumida en los años de la Movida, el miedo a haberse consumido en el proceso... «La primera reunión con Pedro y Antonio en su despacho –recuerda Etxeandía– fue de cinco horas de los dos hablando de sus batallitas de los años 80. No hacían falta que me explicara anécdotas concretas para orientarme en lo que debía sentir, porque ya en el guión estaba claro el valor que le da al cine, a la madre, al amor». «Dolor y gloria», afirma el último de una larga lista de «chicos Almodóvar», «tiene su firma y su lenguaje reconocible. Su personalidad no se parece a ninguna otra. Con un solo plano ya lo sabes. Eso es un artista». Como los Coen, dice, como Kubrick.

Ese sello distintivo, opina Banderas, es el que ha hecho que su cine sea mundialmente reconocido e identificado con España. «En Hollywood hacen Coca-Cola y eso está muy bien, es muy fresquita, pero Almodóvar hace vino, un vino bueno. Lo más distintivo de él es su lealtad inquebrantable a su obra y personalidad. Ya no hay tantas personalidades en el cine. A Almodóvar le han ofrecido de todo en Hollywood y no ha querido porque se rompía su personalidad. Y los americanos lo saben y le rinden pleitesía porque hace lo que muchos de ellos no pueden hacer allí, solo unos pocos y fuera del ámbito de los grandes estudios. En películas independientes estarán los Coen o Spike Lee, que pueden permitírselo y buscar por otros lados, pero Hollywood no se lo puede permitir». Con «Todo sobre mi madre» y con «Volver» tocó la cima de la Meca del cine. De repente el niño que soñaba con salvar a Marylin estaba en lo alto del escenario agradeciendo un Oscar a San Judas Tadeo y todo el santoral en pleno. Eso era la «gloria». Y antes y luego estuvo el «dolor», haz y envés de la experiencia creativa.

El amor que crece

También agarró con las manos el cielo de Cannes, festival en el que ha ganado la Palma de Oro y donde podría competir con esta nueva cinta, de la mano de un hombre, Banderas, que es más que un aliado del cine: «Mi experiencia con él ha sido buena siempre. Desde la primera vez que me llamó por teléfono para ‘‘Kika’’. Conectamos tanto desde ese primer día. Ha sido como una historia de amor que ha ido creciendo con el tiempo. No es un director con el que solo trabajo, va mucho más allá. Yo le admiro. Quieres irte a tu casa y verle la cara de que está contento, porque él es muy honesto y te lo va a decir».

¿Estamos ante la película definitiva de Almodóvar? Banderas no cree que este sea un punto y final: «De pronto, Pedro se ha convertido en un director muy joven porque es capaz de reinventarse. Solo le pasa a la gente joven, que es capaz de tirarse a un acantilado de cabeza. Y ahora con 70 años y pico, el tipo ha pegado ese revuelco. ¡Olé!». Lo que está claro es que este es un Almodóvar sin filtros, menos agazapado que nunca tras la ficción. Y eso despierta el pudor, pero también aligera el peso de lo mucho callado. «Dolor y gloria» es, para bien y para mal, almodovariana cien por cien. Encantará a sus fans, como el reencuentro con un viejo amigo, y gustará menos a sus detractores, porque aquí está la quintaesencia de un estilo y una personalidad controvertidos desde los años 80 hasta aquí.