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cultura
Premios Oscar 2025: Hollywood sin sustancia
La Academia se olvida de las propuestas más arriesgadas y deja a un lado la política en tiempos de Trump

Son tiempos difíciles para Hollywood. Durante meses, las colinas y prácticamente las avenidas mismas de la meca del cine han ardido, convertidas literalmente en calles de fuego, obligando a muchas estrellas y magnates del cine a abandonar sus hogares... Bueno, algunos de sus hogares, que para eso tienen varios. Los grandes títulos del pasado año han tenido más espectadores en las plataformas, donde se siguen viendo, que en las cada vez más escasas salas. Y el retorno de la dinastía Trump al trono imperial, aparte de unas cuantas bromas sobre «Dune», parece haber puesto freno al atrevimiento político de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas y a sus opiniones, tan discretas este año en los Oscar como discretos y conservadores han sido sus premios.
Tras un inicio de ceremonia tan divertido como ominoso, con el presentador de la gala, por primera vez Conan O’Brien, surgiendo de la piel de Demi Moore en referencia a la que sería una de las grandes perdedoras de la noche, «La sustancia» de Caroline Fargeat, los Oscar 2025 navegaron por aguas tan tranquilas como tranquilizadoras para quienes auguraban enconadas disputas entre estrellas resucitadas, Demi Moore, y otras nuevas pero ya estrelladas, como Karla Sofía Gascón. No deja de ser curioso que las películas que dieron lugar a los mejores chistes de O´Brien y a los más espectaculares números musicales de la ceremonia, como «La sustancia», «Wicked» o «Emilia Pérez», fueran también las grandes derrotadas del año. Salomónicamente, el Oscar a mejor actriz acabó en manos de Mickey Madison, la alabada protagonista de «Anora», premiando juventud y frescura frente a veteranía (al fin y al cabo «La sustancia» tenía razón…), pero también a la atrevida propuesta de premiar por vez primera a una mujer trans con el galardón. Y es que «Anora» ha sido el comodín perfecto con el que los Oscar han conseguido escapar este año a cualquier polémica.
Mucho hubiéramos disfrutado algunos viendo cómo una película de terror grotesco, pura Serie B travestida en cine de autor (cosas que nunca fueron excluyentes, por cierto), ganaba los grandes premios, pero sabíamos que con haber llegado a la recta final «La sustancia» ya había sido premiada. Tampoco ese accidentado híbrido entre musical posmoderno, culebrón y drama criminal, cuya moraleja es tan delirante como propia de nuestros tiempos, «Emilia Pérez», del otrora interesante Jacques Audiard, se alzó con más reconocimiento que el esperado para Zoe Saldaña, como mejor actriz de reparto. La primera cayó víctima de su atrevimiento y bastante lejos ha llegado; la segunda, siendo la película quizá más políticamente correcta de la noche (con permiso de «Wicked», otro musical transgénero en cierto sentido), ha sido paradójicamente víctima de esa misma corrección woke, por obra y gracia de Twitter, hacedor y deshacedor de imperios. Más sorprendente ha sido que «The Brutalist» de Brady Corbett, una de las favoritas por su estólido neoclasicismo formal, tan sólido y poco imaginativo como un bloque de cemento, consiguiera sólo el reconocimiento al mejor actor para un Adrien Brody omnipresente, que sirvió quizá como excusa para dejar una vez más fuera la juventud y el talento de Timothée Chalamet, superior como el Bob Dylan de James Mangold.
El Oscar perfecto
Aunque pocos lo sospechaban, la Academia ya había encontrado para su Oscar 2025 esa piedra filosofal que convierte todo lo que toca en oro: el amor. Engañando a los cinéfilos más ingenuos con el mito de que ha premiado una vez más al cine independiente (vieja treta que suele conducir al olvido… De «Moonlight» solo nos acordamos porque dio lugar a la madre de todos los errores en la historia del Oscar, de su director, aún menos), Hollywood otorgó su beneplácito, con cinco de sus preciadas estatuillas, al filme de Sean Baker: mejor película, dirección, actriz, guion original y montaje. Un filme de factura esencialmente clásica. Una historia de amor que fagocita desde «Pretty Woman» a «Casada con todos» pasando por «Risky Business» (mucho más atrevida, por cierto), «La gatita y el búho» o incluso «Irma la dulce», inteligente y artificiosamente traducidas al lenguaje estandarizado de la «dramedia indie» por un director que, sin duda, sabe lo que se hace desde sus inicios más honestamente cassavettianos.
Lo que convierte «Anora» en Oscar perfecto para el Hollywood algo perdido del siglo XXI es que es, en realidad, una película cien por cien americana, cien por cien Hollywood. Por mucho que Baker nos epate hablando de Jess Franco y de la «sexploitation», pocas cosas más lejos de este mundo que su tragicomedia romántica con mafia rusia incluida, que ha permitido a la Academia escapar a la trampa de tener que premiar películas francesas, en un momento de relaciones más bien tirantes entre EE UU y la vieja República europea. ¿Casualidad? También puede serlo que Baker haya superado a Walt Disney en número de Oscar en un mismo año, manifestando además su interés en dirigir una nueva entrega de la saga «Fast & Furious». Como siempre, el secreto de los Oscar es repartir sus bondades. Al fin y al cabo, como estar nominado ya es un premio en sí (o eso dicen, pero Alá sabe más, ya que hablamos de la meca del cine), todos pueden darse por satisfechos. O deberían. Kieran Culkin se hizo con la estatuilla al mejor actor de reparto por «A Real Pain», una inteligente «dramedia» con la que en otros tiempos su director y protagonista, Jesse Eisenberg, hubiera podido ganar los premios principales… y quizá este año, de no ser por el conflicto de Gaza. Tal vez estemos también ante un nuevo guiño inconsciente a Chalamet, prometiendo premiarle en el futuro, cuando sea un hombre maduro, barbudo y mucho menos atractivo. Una de las exigencias no escritas para ser actor merecedor de Oscar, junto a interpretar personajes discapacitados o sufridos, que obliguen a las estrellas masculinas a ocultar su insultante belleza normativa.
Los posicionamientos político-morales de Hollywood quedaron este año relegados en buena medida a los premios de consolación. Su anticatolicismo tradicional le dio a «Cónclave», deEdward Berger, el Oscar a mejor guion adaptado, mientras su preocupación por las dictaduras y abusos en lo que antaño se conoció como Tercer Mundo propició que el de mejor película internacional fuera para la reivindicativa «Aún estoy aquí» de Walter Salles. El mejor documental fue otra muestra de buenas intenciones: «No Other Land» demuestra cómo la convivencia y hasta la colaboración entre israelíes y palestinos es posible… Al menos a escala limitada.
En el terreno animado, la simpática y elegante «Flow», de Gints Zilbalodis, representa una saludable apuesta por cierta animación clásica, europea y relativamente atrevida desde el punto de vista narrativo, estéticamente mucho más agradecida que la otra gran favorita, «Memorias de un caracol», del prestigioso Adam Elliot, quien, al fin y al cabo, ya tuviera su Oscar en 2004 con el corto «Harvie Krumpet». El cine de género estuvo, como siempre salvo error o excepción, condenado al territorio de los galardones técnicos y artísticos. Tampoco es que la pomposa «Dune Parte 2» de Villeneuve mereciera mucho más que los de mejores efectos visuales y sonido. Ni sorprende que la fallida «Nosferatu» de Eggers se quedara sin ninguno, mientras «Wicked», que al menos tiene color, se hiciera con los de mejor vestuario y diseño de producción. Mucho más tragicómico resulta en definitiva que una de las grandes favoritas, «La sustancia», por mucho que sospecháramos lo difícil que lo tenía, quedara finalmente solo para mejor maquillaje y peluquería. Toda una paradoja para una fábula negra que cuestiona los cánones de belleza, estética y juventud de la industria del espectáculo.
Pero, no nos engañemos, ninguna película que acaba con un baño de sangre digno de «Reanimator» y una criatura deforme y licuefacta escapada de «Frankenhooker» o «Society» tenía la más mínima oportunidad. Pese a lo cual, sospecho que «La sustancia» seguirá siendo uno de los filmes –y uno de los momentos– más divertidos y recordados de los Oscar 2025. En definitiva, unos Oscar que no habrán enfadado a Trump y donde el cine menos arriesgado y más americano, romántico y «para todos los públicos» ha sido el gran triunfador. El amor lo puede (casi) todo.
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