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Cine
«La sustancia»: Demi Moore frente al espejo deformado de sí misma
La actriz protagoniza junto a Margaret Qualley el último y salvaje trabajo de la cineasta Coralie Fargeat sobre el injusto señalamiento del cuerpo femenino
En línea con esta nueva necesidad abigarrada y abultadamente maximalista de definir cada proyecto audiovisual a punto de estrenarse como lo mejor del año, uno de los mejores títulos de la temporada o algo nunca visto en la gran pantalla, la expresión más utilizada para intentar vaticinar la dimensión inabarcable de «La sustancia», el último trabajo de Coralie Fargeat durante las últimas semanas tras su paso por Venecia, Toronto, San Sebastián y Sitges, ha sido la de «la experiencia cinematográfica del año». Sin ánimo de convertirnos en partícipes de esa oleada grandilocuente de calificativos e intentando acotar en la medida de lo posible el objeto actual de nuestro análisis con la reaparición estelar de Demi Moore como protagonista explosiva –en el término menos patriarcal de la palabra– de esta salvajada de película incluida, confesaremos que resulta extremadamente complicado no sucumbir a los encantos definitorios del adjetivo exagerado para perfilar las líneas de una historia tan subversiva y macarra como esta.
Lo que propone la también autora de «Revenge» en esta disección macabra de los cuerpos femeninos conecta en el fondo con los discursos actuales sobre la imperiosa reivindicación del digno envejecimiento social de la mujer y en forma, con la representación deliberada de la violencia, las salpicaduras y las vísceras históricamente asignada al género gore. «¿Alguna vez has soñado con una versión mejor de ti misma? Tú, pero mejorada en todo», nos induce la cineasta francesa de manera tendenciosa al comienzo de la cinta. La sustancia es, además del título elegido, el componente «adecuado» para que una celebridad en proceso de decadencia a la que despiden en el momento en el que alcanza la cincuentena (lo de Demi Moore en la interpretación de este personaje resulta del todo apabullante) invierta los efectos del tiempo sobre su físico. Para que, en definitiva, adopte «una versión mejorada, más joven, más bella, más perfecta», aunque eso signifique desdoblarse y adaptarse al nuevo yo generado tras la aplicación del elixir.
El fin de una vida
«Solo tienes que compartir tu tiempo con esta nueva figura. Una semana para ti, otra semana para ella en un equilibrio perfecto de siete días. Parece fácil. Solo es necesario seguir las instrucciones. Claro que es inevitable pensar en las contraindicaciones. ¿Qué podría salir mal?», advierte el prospecto con las indicaciones de uso durante el comienzo de este delirante juego de identidades en el que Moore representa a Elisabeth Sparkle, la estrella madura que quiere cambiar su aspecto, víctima de toda esa madeja de misoginia hollywodiense que le ha convencido de que su cuerpo ya no vale, y Sue (una hipnótica Margaret Qualley) personifica a ese otro yo rejuvenecido, epatantemente bello y sexualizado nacido de las entrañas de los efectos de la sustancia.
Haciendo uso de una coherencia discursiva patente en el desarrollo de la historia, la directora confesaba en una reciente entrevista promocional que «no conozco a una sola mujer que no tenga una relación problemática con su cuerpo, que no haya vivido un trastorno alimentario en algún momento de su vida, que no haya odiado a su cuerpo y a sí misma por no dar la imagen que la sociedad le requería. A punto de cumplir los 40, empecé a deprimirme porque pensé: “Vale, es el final. El final de mi vida. Ya no gustaré a nadie, nadie me valorará, me querrá, se interesará por mí…”. Solo tenía 40 años, pero me habían enseñado que mi vida había terminado», explicó sobre la injusta presión ejercida sobre el físico de las mujeres. «Estudié Ciencias Políticas, soy feminista… pero incluso así. Esa mierda había encontrado la forma de inmiscuirse en mi cabeza. Estaba convencida de que a partir de cierta edad, ya no valdría. Exactamente de la misma forma que, cuando era más joven, estaba absolutamente convencida de que si no estaba delgada y no tenía un cuerpo perfecto, no valía nada. Y ahora, una afirmación política para el mundo: es hora de deshacernos de esta mierda. El cine de género es político. Para mí, como cineasta, es una forma genial de enfrentarme a asuntos políticos y personales a través del objetivo del entretenimiento, de la diversión y del exceso», reivindicaba tajante sobre la urgencia de introducir este tipo de relatos explosivos en las nuevas narrativas cinematográficas. Por eso «La sustancia» planea sobre las conciencias para interrogarnos acerca de cómo se examina, se fantasea y se critica el cuerpo de las mujeres en lugares públicos, porque tal y como subrayaba Fargeat, «durante más de 2.000 años, el cuerpo de las mujeres ha sido moldeado y controlado por el deseo de aquellos que las miraban… Todo lo que nos rodea, anuncios, películas, revistas, escaparates, muestra versiones fantaseadas de nosotras mismas. Siempre guapas. Delgadas. Jóvenes. Sexy. La versión de la “mujer ideal” que, supuestamente, nos traerá amor. Éxito. Felicidad». Pero llega un momento en el que todo explota y qué suerte que sea Moore, devenida en monstruo, consagrada como reina, la que nos avise de las consecuencias de esa explosión.
CÓMO RECONSTRUIR TU ROSTRO POR CUADRANTES
La presión que ha sufrido Demi Moore en su carrera desde los años 90 en que se convirtió en todo un «sex symbol» ha sido uno de los factores que la condujeron a someterse a retoques estéticos en cadena hasta el punto de reconstruir su rostro, por cuadrantes, y volverlo irreconocible. Pómulos, labios, «liftings» y hasta algo llamado «bichetomía» han modelado su rostro de 61 años.
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