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Estreno
Crítica de "Enemigos": ¿víctima y verdugo, los mejores amigos? ★★
Director: David Valero. Guion: Alfonso Amador y David Valero. Intérpretes: Christian Checa, Hugo Welzel, Estefanía de los Santos, Luna Pamies. España, 2025. Duración: 103 minutos. Drama.

“Enemigos” podría alinearse en esa tradición de cine quinqui que directores como José Antonio de la Loma o Eloy de la Iglesia cultivaron durante la Transición española. Detrás de la denuncia, a menudo tosca, de la delincuencia de poca monta, de las duras condiciones de vida de unos ‘ragazzi di vita’ con familias disfuncionales y sin más universidad que la de la calle, había el retrato de una España que carecía de imágenes del lumpen, que no había sido representada por el franquismo.
En aquella época, la música (los Chunguitos, Antonio Flores, el flamenco rock) también funcionaba como esperanto de una realidad que se sostenía sobre los mimbres de la amistad y la lealtad entre iguales. Incluso más que en sus modelos, “Enemigos” utiliza el trap como esqueleto narrativo de su relato: las letras, en forma de recurrentes poesías urbanas, y la propia música, serán uno de los leitmotivs de la película, junto al retrato documental de los barrios periféricos de Alicante, de sus edificios-colmena y de sus churrerías con servicio a domicilio, tal vez lo más convincente de una película tan torpe como bienintencionada.
Para que su fábula sobre el perdón y la redención funcione, al menos a un nivel de lectura muy primario, David Valero necesita polarizar a sus protagonistas, y qué mejor que convertirles en víctima y verdugo. Así las cosas, Chimo (Christian Checa) es un joven modélico -cariñoso con su madre, cuidador de su abuelo, repartidor a domicilio y dependiente de supermercado- que lleva sufriendo bullying desde los nueve años. Su acosador es el Rubio (Hugo Welzel), que no pasa ni un solo día sin amargarle la vida, robándole y pegándole en cuanto se lo cruza por la calle. Un accidente allanará el terreno para que Chimo se vengue, pero muy pronto se dará cuenta de que lo mejor será convertirse en el salvador de su némesis, después de descubrir que él también fue y es víctima, de que la violencia solo genera violencia, etcétera.
La repentina iluminación de Chimo, que merecería una canonización en toda regla, da pie a una versión algo bizarra, por lo cursi y extrema, de “Intocable”. Que Chimo no solo opte por el perdón sino por hacerse amigo del que aniquiló su adolescencia, ahora que está desvalido, podría hacernos pensar en una relación casi de tintes sadomasoquistas, pero es obvio que la película de Valero no pretende oscurecer ese nuevo vínculo, sino enaltecerlo.
Si “Enemigos” quiere mandarnos un mensaje sobre el acoso, es cuando menos confuso y discutible, y al final, por mucha música urbana que invoque desde sus imágenes, por mucha poética callejera que intente cultivar, por muy buenista que sea su retrato de las ilusiones de las clases bajas por prosperar y sobrevivir en condiciones hostiles, su mensaje parece tan rancio como el de aquellas novelas del jesuita Martín Vigil, que hablaban de los peligros que acechaban a la juventud del franquismo. “Enemigos” es una película católica para tiempos laicos, pero, por el camino, se olvida de algo tan clásico como la lógica de lo verosímil.
Lo mejor:
Su retrato de los barrios de la periferia de Alicante y el leitmotiv de la música urbana.
Lo peor:
El relato de perdón y redención no es nada creíble.
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