Doncellas, solteras y el juego carnal
La España de Felipe IV tenía fama internacional, como la del propio monarca, de ser uno de los lugares más promiscuos de Europa: conductas que, muchas veces terminaban en la Justicia
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Durante el reinado de Felipe IV, la terminología sexual estaba muy presente. A las mujeres que no se habían casado las llamaban solteras. Estas solteras tenían tanta experiencia como las casadas. No por el hecho de no convivir con un hombre significaba que fueran inexpertas. Ninguna de ellas conservaba su «pureza», dada la mentalidad de la época. Habían tenido relaciones, pero decidieron no compartir su vida. Preferían vivir solas y tener una vida, a veces independiente, otras, disipada. Había otra categoría para diferenciar a las que sí conservaban la virginidad. A estas se las conocía como doncellas. Nunca habían tenido contacto carnal con nadie, o al menos esto es lo que decían. Eran puras y castas. Con lo cual tenemos mujeres casadas, solteras y doncellas.
La doncellas nunca habían tenido trato carnal con un hombre. Eso sí, se relacionaban con ellos. Hablaban y se divertían sin ir a más. Muchos creían que las doncellas no existían. El escritor francés Robert d’Alcide Bonnecase, en Relación de Madrid (1667), escribe que «las viejas tienen el honor de ser llamadas rameras, y las mozas estiman en poco la virginidad, por implicar falta de atractivo el conservarla, y que dan con ella al traste al salirles los dientes, a menos que la conserve su madre para venderla a buen precio». Las madres guardaban la pureza de sus hijas y la vendían al mejor postor, tal era la pobreza. En una época donde la necesidad era grande, el dinero que una madre conseguía por la virginidad de su hija ayudaba a superar ciertas carestías económicas. De ahí que la palabra «doncella» se hiciera difícil de pronunciar. Por eso era famosa la frase de «doncella y Corte son cosas que indican contradicción».
Luego estaban los avisos. ¿Qué eran? No dejaban de ser noticias sobre las cosas que ocurrían en la ciudad. Se informaba a la gente, mediante avisos, sobre aquellas cosas descubiertas y que no debían hacerse. Te avisaban que no caminaras hacia el mal. El dramaturgo Jerónimo de Barrionuevo de Peralta escribió… «Prendieron a un hombre porque le hallaron dando a una mujer de bofetadas, y a él y a ella los llevaron a la cárcel. Pidió el hombre licencia de hablar, y dijo: ‘‘Señores, yo soy casado y con mis hijos. Salí anteayer desesperado de casa, por no tener qué poderlos sustentar y pasando por la calle de esta mujer, me llamó desde una ventana, y diciéndome allá dentro el había parecido bien, me ofreció un doblón de a cuatro si condescendía con ella y la despicaba, siendo esto por decirla yo que era pobre. Era un escudo de oro el precio de cada ofensa a Dios. Gané tres, desmayando a cuatro de flaqueza y hambre. Quísime quitar el doblón y no pudo, y a las voces llegó este alguacil que está presente, y tuvo mejores manos que ella para hacerlo. Suplico a V.S. diga ahora ella si esto es verdad o mentira’’.
La cual allí en público dijo ser todo así, y visto por la sala, in continente le hicieron volver el doblón de a cuatro en su presencia, al alguacil, y le echaron libre y sin costas la puerta afuera, y a ella la mandaron tornar a su encierro para quitarla el rijo con algunos días de pan y agua». Siempre había menos problemas si se trataba con mujeres casadas que con solteras. El motivo es fácil. Las segundas eran expertas en «cazar» para el matrimonio a los hombres, porque, si este las rechazaba y eran denunciados, se exponía a ser mandado a galeras o a ser extorsionado por la amante, con dinero, si eran ricos. Era normal que un hombre acabara en la cárcel por no quererse casar con una mujer. Una aventura de una noche podía resultar fatal. De hecho, en ocasiones se casaban sin el consentimiento del infeliz marido que, en muchas ocasiones, ni la había cortejado. Una manera de evitar esos contratiempos amorosos, por así decirlo, era vender la honra ante notario.
Algunas mujeres vendían su honor, real o ficticio, ellas mismas o a través de su madre, a caballeros acaudalados. En otras ocasiones, al negar todo el hombre, el juez o alcalde decidía encarcelarlos por afrentar a una mujer. Otras, como escribió Góngora «casada hay que libra en sí misma letras para el mismo día que a casar la llevan». El oficio de vender el cuerpo para la satisfacción de los hombres es una práctica tan antigua como la historia de la humanidad. Si bien es cierto que la inmoralidad sexual siempre ha existido, en aquella época España se la más promiscua en comparación con otros países europeos.