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El hombre que trajo las escaleras mecánicas

Chiqui Carabante y su «Algún día todo esto será tuyo» abre la temporada en la Abadía repasando desde un mordaz sentido del humor, avisan, la vida de Ramón Areces, fundador de El Corte Inglés

De izda. a dcha., Juan Vinuesa, Font García y Vito Sanz, los tres encargados de levantar en el escenario de la Abadía el imperio de Ramón Areces
De izda. a dcha., Juan Vinuesa, Font García y Vito Sanz, los tres encargados de levantar en el escenario de la Abadía el imperio de Ramón Areceslarazon

Chiqui Carabante y su «Algún día todo esto será tuyo» abre la temporada en la Abadía repasando desde un mordaz sentido del humor, avisan, la vida de Ramón Areces, fundador de El Corte Inglés.

Si existiese un prototipo ideal de persona que compra en El Corte Inglés (ECI) no sería el de los chicos de Club Caníbal. Ni Chiqui Carabante, ni Vito Sanz, ni Font García, ni Juan Vinuesa entran en el canon, y, aun así, no entienden su vida sin él. Siempre estuvo ahí. «Está entroncado en nuestra educación», reconocen. Pasearon por sus pasillos, se protegieron del verano con su aire acondicionado y se resguardaron de la lluvia bajo sus puertas, vieron a compañeros de residencia que acudían a su supermercado para comprar plátanos «como si fuera un parque temático» e, incluso, fueron a buscar allí ese regalo olvidado para la ex porque solo él iba a estar a la altura de la situación. Carabante, autor y director, todavía recuerda cómo «toda Málaga acudió en masa a subir por las escaleras mecánicas» el día que se inauguraba el primer centro: «Era la modernidad».

Ahora es una parte indisoluble de los últimos 75 años de la historia de nuestro país. A ese mismo al que la compañía ha dedicado su trilogía «Crónicas ibéricas», cerrada con este «Algún día todo esto será tuyo» que presentan en la Sala José Luis Alonso del Teatro de la Abadía el día 12. Es el homenaje particular de los «caníbales» al capitalismo, que era el lugar por el que querían transitar en su tercer capítulo después de coquetear con qué significa ser español, en «Desde aquí veo sucia la plaza», y con la corrupción, en «Herederos del ocaso». Pero en este nuevo camino se iban a topar con un personaje que podía adaptarse a sus pretensiones y que, a su vez, desató ese sentido del humor mordaz que, dicen, «nos mantiene unidos». Ramón Areces (1904-1989) era ese hombre. Un chaval muy humilde que salió de la ruralidad de una parroquia de Grado (Asturias) para, previo paso por Cuba, convertirse en uno de los mayores empresarios de este país, y, por ende, en sinónimo de poder.

Justo por ello, ya en la función, el señor Areces no quiere ser recordado como un cualquiera. Si el Cid fue «el Campeador», Franco «el Generalísimo» y Joselito «el Pequeño Ruiseñor», el fundador –junto a su tío César Rodríguez– de El Corte Inglés «y hombre que trajo las escaleras mecánicas a España», ríe el montaje, no puede ser menos y busca dejar huella en los libros con una metáfora que no termina de encontrar. No quiere irse sin dejarlo todo atado y, en esas, ensaya su funeral «in situ», en la planta de juguetes de la propia tienda junto a dos «palmeros» y empleados con los que repasa su obituario. Mientras, hace «lo único que me calma», coger el micro y hablar por megafonía con voz tierna: «Aquí nace la Navidad».

¿Quién iría a mi entierro?

Así da comienzo una función que nació espoleada por el descubrimiento, por parte de la compañía, del libro de Javier Cuartas «Biografía de El Corte Inglés»: «En su momento, los propios grandes almacenes decidieron comprar toda la tirada y destruirla, por lo que nos preguntamos qué ocurrió ahí», cuenta Vito Sanz –protagonista de la ficción– de un título que desarrolla el enfrentamiento de dos empresarios salidos de la misma familia: Pepín Fernández, propietario de Galerías Preciados, y el citado Areces.

Suficientes pretextos para Club Caníbal para que esta historia rodeara al personaje, pero, avisan, «a nuestra manera. Esperemos que nadie se moleste. Lo que pasa es que hemos entrado en una dirección en la que el teatro ya no ofende, sin que nosotros queramos hacerlo». A lo que Ronald Brouwer –coordinador artístico de la Abadía– sale al paso: «Solo es un tono desenfadado». «Partimos de una idea y de unas noticias reales que vamos distorsionando hasta inventarlas», explican Sanz y García. Dirigidos por Carabante, elevan la historia hasta un contexto disparatado y «un universo nada realista» para que no haya dudas de que se trata de una ficción en la que sus personajes visten como en el patio del colegio, con chaqueta y pantalones cortos, «para que se vea que esto es un juego», justifican.

Una propuesta que busca la reflexión sobre «el poder y los límites después de tenerlo todo». A la vez que habla de los fantasma de los presentes, lo explica Vinuesa: «También están nuestros propios miedos. De ahí que salga la escena del entierro, en la que se representa esa curiosidad que hemos tenido todos por saber quién lloraría e iría a nuestro funeral, qué dirían...». De unos y otros ha terminado saliendo un texto «de cuatro autores», explican, en el que Carabante ha sido el responsable final de la dramaturgia. Desayunos, reuniones, improvisaciones, encuentros con ex empleados y demás les han valido para, entre otras, abordar al personaje «épico», como lo definen, en todas sus aristas. De su relación con los niños y el amor a su pasado y, por supuesto, su faceta más empresarial, donde la lucha familiar le lleva a suplicar para que Franco y Carmen Polo compren en su establecimiento, en vez de en Galerías –«más afín al régimen», presentan–, por unos «yogures de fresa con tropezones. No los soporta», representan entre caracajadas.