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cultura
El 'no' a la guerra de la culturosfera
Ha vuelto a pasar: esta semana resucitó el 'Manifiesto de la marmota', con los mismos "progres" sermoneando sobre lo mismo y exhibiendo compromiso ante su menguante parroquia

Cuando Darwin formuló la Teoría de la Evolución, no pudo imaginar que una de sus excepciones más resistentes estaría en España, encarnada en un pequeño núcleo de artistas e intelectuales progresistas, dedicados a denunciar lo mismo de la misma manera desde mediados de los años setenta. Algunos activistas de izquierda parecen convencidos de que viven en tiempos de Zola o de Sartre, cuando el escaso nivel educativo y la falta de medios de comunicación hacían razonable que los intelectuales se comprometieran con las causas perdidas, ocultadas o demonizadas por el poder.
Hace un par de días, a las puertas del Congreso, se presentó el manifiesto 'No nos resignamos a la guerra' y cualquiera que pasase podría pensar que era un rodaje de 'Cuéntame' ambientado en 1977.
En realidad, con la inteligencia artificial todo esto podría automatizarse: bastaría envejecer levemente los rasgos de Juan Diego Botto para que el manifiesto y las imágenes de su lectura se generasen de manera automática y llegasen a todas las redacciones cada vez que alguien declare una guerra o debata un aumento del presupuesto militar.
La mayoría nos sabemos la lista de "abajofirmantes" mejor que la alineación de la Selección española en la final de Sudáfrica: portero, Javier Bardem; defensas, Carlos Bardem, Alberto San Juan, Willy Toledo y Aitana Sánchez-Gijón; centrocampistas, Rozalén, Amparanoia y Carlos Taibo; y para terminar la delantera formada por el tridente Luis Tosar, Manuel Rivas y Montxo Armendáriz. La más joven del paquete es la actriz Carolina Yuste, de 33 años, así que esto puede prolongarse hasta al menos 2075 si consigue convencer a media docena más de jóvenes.
Son "los de la zeja", dirán algunos, recordando ese 2008 cuando tantos intelectuales de izquierda se volcaron en la campaña de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero allí era otro nivel con estrellas como Almodóvar, Ana Belén, Imanol Arias, Miguel Bosé y Joan Manuel Serrat. El perfil de participante era más alto porque había más en juego: la promesa de Zapatero –privada, pero "vox populi"– de que si ganaba las elecciones aprobaría el famoso canon por copia privada que compensaría las pérdidas del top manta.
En realidad, todos estos manifiestos políticos son actos electorales. Incluso algo mucho más mezquino: reivindicarse como miembro destacado del mundo de la cultura, como alguien importante con cuya voz hay que contar, autobombo a costa de las miserias de los demás.
Creo recordar que fue el cantautor Ismael Serrano quien contaba en una entrevista que cuando le llaman para firmar estas cosas suele responder que todo el mundo sabe ya que él es de izquierdas, que contacten mejor con David Bisbal que tiene mucho más poder de movilizador.
El ejemplo no es tan loco como parece: en febrero de 2004, la primera generación de triunfitos decidió que durante una gala mostrarían su rechazo a la guerra de Iraq. Lo hicieron con un manifiesto de una sola frase, que leyó el concursante Alejandro Parreño: “En mi nombre y en el de todos mis compañeros, queremos decir ‘no’ a la guerra”. El público se puso a aplaudir fuerte y el presentador Carlos Lozano no sabía dónde meterse, así que zanjó el trance dando paso a un vídeo. Los triunfitos sí arriesgaban algo –sus carreras incipientes– y además representaban a la España real, no a la que vive en una burbuja activista. Muchos comprendieron esa noche que Aznar era incapaz de convencer al país.
¿Cuál es el fragmento estrella del Manifiesto de la marmota de 2025? “No nos resignamos a la guerra porque no queremos la paz de los cementerios, porque la historia nos demuestra que el único camino realista para conseguir la paz no es militar sino político. Pónganse manos a la obra y trabajen por la paz, se lo exigimos”.
Contiene todas las disfunciones habituales, comenzando por el hecho de que lo que nos enseña la historia es que existen las guerras justas. El ejemplo evidente es la Segunda Guerra Mundial, donde ningún esfuerzo diplomático hubiera frenado el expansionismo nazi ni el Holocausto. También fueron justas la mayoría de las guerras de independencia y descolonización, pensemos en la nuestra contra los franceses en 1808. Pregunten a los "abajofirmantes" si la Guerra Civil del 36 les parece legítima y verán cómo se ponen a hablar de la traición de las grandes potencias occidentales por no mandarles armas y dinero.
Los últimos manifiestos de este tipo que tuvieron un sentido disidente, que metieron de verdad miedo al sistema, fueron los de las universidades de élite estadounidense contra la Guerra de Vietnam en los años sesenta. Aquellos jóvenes destinados a sustituir a la clase dirigente de la primera potencia mundial parecían querer un cambio real de reglas, aunque luego quedó claro que solo buscaban un rediseño lúdico y hedonista de sus obligaciones. En España tenemos la facción bohemia sacando brillo al cadáver de la izquierda y confirmando unos a otros su condición almas bellas (por tanto, suscriptores de elDiario.es, oyentes de la Ser y habituales de laSexta).
En algo sí han mejorado esta vez: no estaban Luis García Montero y Joaquín Sabina sonrientes con cara de "cuándo termina esto que Benjamín Prado nos ha hecho una reserva en un sitio cojonudo".
Lo mejor de esta coreografía persistente es que confirma lo muerta que está la izquierda antisistema que dominó el siglo XX. El comunismo chic pretendía avanzar a golpe de una vanguardia intelectual que mostrase a los trabajadores un camino que seguir con disciplina. Hoy entras en cualquier bar de un polígono industrial y puedes asustarte de lo que un trabajador medio suelta sobre Sumar, los sindicatos y los intelectuales comprometidos después del primer chupito de licor de hierbas. La izquierda cultural vive tan pendiente de su condición de élite que ha desconectado por completo de la plebe que venía a emancipar.
Recuerda al chiste clásico de Chummy Chúmez: los "abajofirmantes" miran los resultados electorales en toda Europa y comentan aquello de "A veces pienso en que esta gente no se merece que yo me lea 'El Capital'".
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