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Música

Fito Páez: "La música de hoy está pasteurizada"

El legendario músico celebra 30 años de «El amor después del amor» con una reedición y una gira por 8 ciudades españolas. Acaba de publicar su autobiografía, que ha sido llevada a televisión por Netflix en un exitoso melodrama

El músico Fito Páez publica su autobiografía y gira por España
El músico Fito Páez publica su autobiografía y gira por EspañaPH Val & Musso

Ha escrito algunas de las páginas más gloriosas del rock argentino. Lo hizo junto a Charly García, al costado de Luis Alberto Spinetta y, por supuesto, en solitario. «El amor después del amor» sigue siendo, en el treinta aniversario de su publicación, el disco más vendido de la historia de su país. Pero la vida de Fito Páez (Rosario, 1963) es en sí misma materia lírica, como ha demostrado la serie de Netflix que roba el título a aquel álbum y que se ha convertido en un fenómeno en su país, e incluso sustrato para la prosa memorialística: acaba de publicarse en España «Infancia & Juventud. Memorias» (Libros Cúpula), un volumen autobiográfico que abarca el mismo arco temporal que la producción audiovisual pero desde otro enfoque: «La serie está muy bien, pero adopta un enfoque melodramático que no fue mi decisión, pero que funciona muy bien», explica Páez, de visita en Madrid, antes de arrancar una gira, sobre una vida que arranca dramáticamente con un olor: el olor a muerte.

Apenas tenía unos meses de vida cuando falleció su madre a consecuencia de un tumor. El olor a muerte del que habla Páez es el de las flores marchitas, las del cementerio al que, cada sábado acuden para retirar y colocar un ramo nuevo de reemplazo. Esa ausencia se convertirá en una estrella que guíe los pasos del joven rosarino hacia la música. «La relación con tu madre es lo más importante que tienes. Y con una muerta la complejidad se acrecienta, porque, aunque estás más lejos de Edipo, tampoco puedes reclamar nada. Uno puede terminar armando un delirio de la ausencia, pero, en mi caso, fue todo positivo: me dirigió a la música, o a encontrar a mi madre en la música, o a tener la fantasía de llegar encontrarla en la música. Eso siempre es saludable. Estás en busca de algo que no sabes qué es y así es como las cosas aparecen».

Con su padre mantuvo una hermosa relación que oscilaba entre las visitas cada sábado a la tienda de discos y el empeño de Rodolfo senior para evitar que el pequeño Fito terminase eligiendo la música como camino profesional. En contra de su voluntad, marchó a Buenos Aires a experimentar en aquella contracultura que resistía frente al régimen militar y, cuando la carrera de Fito Páez despegaba y su nombre sonaba en todo el país, con «Giros» (1985) su padre falleció. Apenas pudo despedirse de él en el hospital cuando su estado era irreversible. Sin embargo, en «Baires» Fito deslumbra a Charly García, que lo recluta para su universo mágico y poco a poco el de Rosario alcanza incluso a eclipsarle. Era el toque provinciano nostálgico que supieron apreciar los vanguardistas porteños. «Si algo tengo es agradecimiento por comprender dónde estaba parado y la dimensión de lo que hacían ellos. Y también por su generosidad al haberme transmitido tanto. Lo que allí había es la búsqueda de ser diferente. No original ni novedoso, porque eso es pasajero, es un fuego de artificio. Sé vos. Esa búsqueda de libertad es lo que yo extraño en la música contemporánea», apunta sobre un tema que volverá a aparecer.

La oscuridad

Desde aquel momento, a Fito apenas le quedaron dos personas: su abuela y su tía abuela que, poco tiempo después, fueron asesinadas por unos vulgares asaltadores de ancianas. Se ensañaron con ellas para robarles apenas un collar y calderilla. Fue el golpe definitivo y la puerta a una etapa oscura de profunda soledad: pastillas para dormir, piel de fantasma. Luis Alberto Spinetta, leyenda absoluta del rock argentino, le rescató. Grabaron «La la la» (1986), pero el desgarro por la pérdida lo exorciza en «Ciudad de los pobres corazones» (1987). En aquellos tiempos, incluso tiene un episodio místico, una experiencia ultrasensorial. «Me crie en el catolicismo más cerril. Algunas enseñanzas las llevo conmigo y me gustan muchísimo, pero también me he peleado con la conservaduría católica. Ahora, reconozco que la puesta en escena de la iglesia es lo más Rolling Stone del mundo –ríe–. Creo que el rock & roll es legatario de la ceremonia católica. Yo soy muy respetuoso de todas las fes, aunque la mía sea itinerante. Me considero una persona creyente a pesar de todo». Páez cree... «en que hay algo que no es un señor de barba en las nubes, pero yo he tenido mis propias experiencias místicas. Personales, sin drogas ni hongos, y he conectado con el resto del universo. Yo estaba limpio y no sé si necesito que me vengan a contar acerca del contacto con el cosmos. He podido realizarlo con este cuerpito».

Fito no considera que la música le haya salvado la vida. «No. Me ha acompañado y me ha dado puertas de su territorio. Es como una chica preciosa que te dice de pasar un rato juntos y enseguida te das cuenta de que es la mujer de tu vida. La música sí fue una forma de vida. Pero he escuchado tantas voces necias a lo largo de los años... Me considero un hombre obscenamente libre. He hecho siempre lo que quise, aunque me dijeran que me estaba alejando del público, cuando en realidad solo estaba explorando. Por otro lado, la música no evoluciona, no es materia darwinista, es un lenguaje. Por eso hay que ejercerla con humildad y gratitud. La música no es de nadie». Sin embargo, no puede evitar sentirse ajeno a algunos códigos contemporáneos. «Veo pobreza en el lenguaje musical. Y me parece una actitud peligrosa, porque, si teniendo los medios eliges ser conservador, eso me remite a una cuestión política, a la estrechez de pensamiento. En general se nota una especie de pasteurización donde no salta lo diferente. Todo es más o menos lo mismo. Escuchad a Prince, que estaba vivo hace nada. Un swing una alegría de vivir. Ahora trabajan en oficinas, con un teléfono. ¿Y dónde está la guitarra y el piano?», se pregunta. Bueno, la principal estrella argentina del momento, Bizarrap, hace exactamente eso. «No sé cómo llamarlo. No tengo contacto emocional. No me conmueve, pero es parte de la cultura de nuestros tiempos y está allí por algún motivo. Hay lugar para todos», dice rehuyendo la polémica.

Después de algunos abismos, publicó «El amor después del amor», el disco que le redimió, su obra maestra, que aparece ahora reeditado con colaboraciones: «Fue un delirio que demostró que no hay discos sacros, nada que no se pueda tocar y revisar. No siento el menor apego a mi obra, cuanto más suelto estés, más feliz, más liviano», dice. Más tarde llegaron una veintena de discos, novelas y hasta películas: una trayectoria multilingüe que le eleva al santoral de la canción latinoamericana con un repertorio que ahora trae a ocho ciudades españolas a partir del uno de julio. Tiene una enseñanza de todo este proceso memorialístico: «Hay algo que yo no sabía. Ignoraba que los recuerdos podían ser tan activos y podían despertar en uno llantos y carcajadas, de todo. Fue una montaña rusa emocional: tres días deprimido en la cama y luego periodos de euforia, todo, sin drogas. Algunos vinos, pero ya. Eso aprendí: que los recuerdos son una materia viva». Y tiene una aclaración que para todos los telespectadores: «No veo mi vida como un melodrama. Un poquito, pero mucho menos de lo que parece. Me han pasado cosas duras, como a todo el mundo. Nada más».

Aquel Madrid "salvaje"

La acción de los recuerdos de la autobiografía del cantante se detiene, quizá, demasiado pronto. No cuenta en el libro la mayor parte de su experiencia en Madrid, donde residió durante una década de forma discontinua junto a la que fue su mujer, Cecilia Roth: «He tenido mi familia aquí mucho tiempo. Viví los años finales de los 80, con ese Madrid salvaje, que explotaba. Me han sacado al hombro alguna noche después de una salida descontrolada. Fue un Madrid hermoso y pleno. Me encanta recordarlo, porque era una ciudad arrebatada y brillante y Buenos Aires tenía algo de eso también, de ese espíritu, a su manera, distinta. Eran dos ciudades semejantes. Y, por supuesto, en momentos así, andar por los arrabales era lo mejor», recuerda Páez.