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Entrevista

Gay Talese: «Moriré feliz. No me arrepiento de nada, lo he hecho lo mejor que he podido»

El inventor del «nuevo periodismo» publica «Bartleby y yo», un libro sobre los personajes secundarios que le fascinaron y que suena a despedida

El mítico periodista Gay Talese
El mítico periodista Gay TaleselarazonJ. Fdez-Largo

Para un periodista, esperar la llamada de Gay Talese (Nueva Jersey, 1932) es como esperar a que te llame Dios. Dan ganas de servirse un martini, como el que él se toma a diario, para una charla que puede ser la última. A sus 92 años, este maestro de reporteros acaba de publicar en castellano «Bartleby y yo» (Alfaguara), un libro que está llamado a ser su despedida. Esta es la excusa para una charla nocturna de fijo a fijo (él no tiene móvil) en la que Talese se expresa rápido y con lucidez pero con una voz aguda que delata su edad. Dice que sigue leyendo a diario, libros y periódicos, y que le fascina el cine aunque ya solo lo vea en casa de madrugada. La última película que le ha gustado ha sido «El buen patrón», con Javier Bardem, «el mejor villano de todos los tiempos». Se le escucha reconciliado con la idea de morirse porque ha logrado en vida lo que perseguía; hacer con la realidad lo que Hemingway o DeLillo crearon a partir de la ficción.

¿Cómo se encuentra?

Tengo 92 años y estoy vivo, así que no tengo queja de nada. Es todo lo que puedo decir.

Después de que tantos reporteros hayan tratado de emularlo, ¿a quién sigue usted hoy?

Todo era tan distinto antes... Nosotros teníamos una cuenta de gastos para perseguir nuestras historias y los reporteros de ahora apenas pueden viajar. Yo fui a todas partes, a China a hacer un reportaje de una futbolista o a Río de Janeiro a entrevistar a una cantante de Ópera. Para el encargo de Frank Sinatra estuve seis semanas en un hotel en Los Ángeles y tripliqué el presupuesto que me habían dado. Ahora solo se usa el Zoom, no hay contacto directo con la gente. Yo pasaba tiempo con los entrevistados, era todo un arte. Había que cultivar una relación con ellos, casi diría que una amistad. No se trataba de venderles una moto sino de tener un interés real en ellos, no de juzgarlos. Hay una suerte de compasión hacia el protagonista de la historia. Nunca escribo sobre alguien a quien no respete.

¿Tampoco la mafia?

He escrito sobre mafiosos, asesinos, agresores sexuales... Todo tipo de personajes. Pero siempre eran tipos a los que respetaba de alguna forma, no los depreciaba. Si no, ¿para qué dedicarles mi trabajo?

Siempre tuvo fascinación por los «Don Nadie».

Valió la pena ponerlos en el mapa o escribir su obituario porque era gente que lo merecía.

¿Por qué nunca le gustaron las celebridades? ¿Temía que no fueran sinceros?

No es que los rechazara, pero mi ambición como escritor era descubrir otros perfiles al lector. Si escribes sobre famosos, como por ejemplo Taylor Swift, todo el mundo los conoce ya. A mí me gusta hacer célebres a personajes desconocidos, eso me ha dado siempre una gran satisfacción personal.

Y justo cuando hizo el que ha sido calificado como el mejor reportaje de todos los tiempos, «Frank Sinatra está resfriado», no habló con el protagonista.

Tuvieron que obligarme, no quería hacerlo e intenté escaquearme por todos los medios. Cuando vi que Sinatra no iba a hablar conmigo la verdad es que al principio me alegré, pero el editor quiso seguir adelante de todas formas. Así que hablé con todos esos personajes secundarios que le rodeaban, sus guardaespaldas, sus músicos, sus colegas de barra. Ninguno era conocido.

A usted le interesaba escribir en la página 30 de los periódicos, no aparecer en portada. ¿Cuál de esas pequeñas historias le tocó especialmente?

Si, nunca quise la primera página. La historia inédita que aparece en el libro, «El brownstone del doctor Bartha» es un buen ejemplo. Es maravillosa. Va de cómo alguien está dispuesto a morir por lo que ha vivido. Su casa de ladrillo en un barrio de ricos en la ciudad de Nueva York simbolizaba el éxito en América y cuando trataron de arrebatársela se suicida y se lleva la casa por delante. No estaba dispuesto a vivir sin ella.

¿Usted por qué ha vivido?

Lo que más me ha motivado ha sido aprender del mundo que me rodea y de la gente sobre la que he escrito. Todos me han enriquecido y me han aportado algo. Ha sido una vida de conocimiento y escritura. La primera vez que publiqué fue con 21 años en «The New York Times» y nunca he parado de ver mi nombre en negro sobre blanco desde entonces. Ha sido toda mi vida.

¿Está de acuerdo con que hay que ser buena persona para ser buen periodista?

Totalmente. No estoy interesado en el trabajo que pueda salir de alguien que desprecia a los demás o que es hipercrítico por definición. El periodista debe ser alguien con sentido común y buen gusto, con valores.

El manejo de los silencios se le dio a usted de cine.

Lo aprendí de pequeño en la sastrería de mi padre, no me formé en periodismo en la Universidad. Por allí pasaban clientes de todo tipo y condición y fue una buena escuela sobre cómo conocer a la gente y cómo llevarte bien con ellos. Eran una fuente de información increíble sobre el mundo más allá de mi barrio. Vi cómo mis padres hablaban y trataban a todos con el mismo respeto fuera cual fuera su situación económica. Ellos siempre vestían de una manera impecable y aquello me enseñó mucho. Yo siempre acudo como un pincel a hacer mis entrevistas. Es fundamental, es una manera de mostrar respeto a alguien el primer día que lo ves. Traje, corbata y sombrero.

¿Qué ha significado para usted la ciudad de Nueva York?

Ha sido mi casa 70 años. Vine con 21. Siempre he vuelto, es muy internacional. En el Metro puedes escuchar 10 lenguas distintas, cada vagón es como la ONU.

Dice que se siente un inmigrante en Estados Unidos.

Bueno, es que mi padre lo fue. Toda mi vida he sido capaz de ver los dos lados de una misma historia. Con solo 10 años leí en un libro del colegio cómo los hermanos de mi padre, miembros del Ejército italiano, se habían enfrentado en una guerra con EE UU. Mi padre ya era ciudadano americano por entonces, llegó en 1928 y diez años después obtuvo la nacionalidad. Me di cuenta de que podías ser americano y tener filiación con una potencia extranjera. Veía los dos lados de la guerra.

¿Ahora también se siente así?

Es difícil decir esto en mi país porque me condenan, pero sigo siendo capaz de ver los dos puntos de vista, el israelí y el palestino o el ruso y el ucraniano, al mismo tiempo.

Bueno, es lo que se supone que debe hacer el periodista.

Eso ya no lo hace nadie. Solo se muestra un lado; los rusos son unos villanos y los ucranianos, unos ángeles. Pues bien, ni una cosa ni otra. Hay de todo en todas partes y esto no lo refleja la Prensa. Y mientras tanto, mandamos bombas a los israelíes para que ataquen a la gente a la que luego tratamos de alimentar. Es una locura total.

¿Cómo ve América?

Tengo sentimientos encontrados. Estoy en desacuerdo con la política exterior en un 80 por ciento. Me encantaría que nos mantuviéramos alejados de otros países. Irak, Irán, Siria, Afganistán, Libia... los hemos convertido en un desastre. No hemos hecho ningún bien en ningún lado.

¿Y qué pasará si gana Donald Trump en noviembre?

No le votaría nunca, pero también me cuesta apoyar a Joe Biden. Es como elegir entre lo malo y lo peor. Ninguno de los dos debería ser presidente. Tampoco creo que vaya a ganar.

¿No cree que Melania Trump tiene una buena historia?

Creo que ella también es una inmigrante, una extranjera, que solo quiere que la dejen en paz y cerrar la puerta tras ella.

¿Cuál es el reportaje que le queda pendiente?

No me arrepiento de nada. No hay nada que quisiera hacer de verdad y que no hiciera. Claro que me rendí en ocasiones, pero fue porque acabé perdiendo el interés. Cuando echo la vista atrás a 70 años de publicaciones no me arrepiento tampoco de nada de lo que salió impreso. Me voy a morir feliz. Lo hice siempre lo mejor que pude y no me avergüenzo de nada. Igual peco de falta de modestia, pero sinceramente se lo digo.

Nos ha dejado con las ganas de aquel libro sobre el matrimonio que iba a escribir. El suyo supera los 65 años, ¿qué secreto guardan?

Nos ha ayudado mucho que cada uno tuviera su carrera. Cuando yo estaba trabajando por el mundo ella estaba centrada en su labor de editora de grandes escritores. También tuvo siempre mucho éxito. Luego hemos tenido una casa muy grande, no nos ha faltado espacio. Y nunca, nunca, nunca hemos compartido cuarto de baño.

Si fuera un periodista en activo, ¿qué reportaje querría escribir ahora mismo?

Qué difícil lo tendría. Yo, ¡que no tengo ni móvil! Además, es tan fácil ser malinterpretado hoy y que te cancelen... Es un peligro para todos los que hacen algo creativo, me parece horrible. La verdad es que me alegro de que no me toque esta época. Creo que nací en el momento adecuado y he tenido una gran vida.

Los obituarios le fascinaron siempre. ¿Qué es lo que no debería faltar en el suyo?

Creo que el libro que tiene en las manos es mi obituario. Te dice quién fui, cómo era de joven, cómo hacía mi trabajo y mis reportajes. Y muestra cómo aún sigo siendo capaz de publicar una historia como la que cierra el libro. Tenía 80 años cuando empecé a investigarla.

Parece un adiós.

Lo es.