El hombre que salvó a Carlos III y predijo su reinado
Pese a ser capaz de estar en dos lugares al mismo tiempo, de leer el alma de las personas y el futuro y hasta de levitar, la vida de «El Padre Pío español» era completamente desconocida hasta ahora
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Casi nadie le conocía hasta ahora pese a ser capaz de estar en dos sitios distintos al mismo tiempo, leer el alma de las personas, levitar o profetizar el futuro. Bautizado por mí como «El Padre Pío español», dadas sus sorprendentes semejanzas con el capuchino italiano canonizado por el Papa Juan Pablo II en 2002, fray Sebastián de Jesús Sillero constituye hoy otro vivo ejemplo del Evangelio. Su poder intercesor ha hecho posible, como sucedió en su día con el Padre Pío, que algunas personas recobrasen la vida, los ciegos viesen, los paralíticos caminasen o los incrédulos creyesen.
Ahora, su biografía «El Padre Pío español» (Custodian) sale a las librerías el 16 de marzo para dar a conocer a este sorprendente personaje cuya causa de canonización auspició en su día el rey Carlos III de España en persona. El proceso se hallaba en paradero desconocido desde la invasión napoleónica nada menos, iniciada de modo sigiloso en España en 1808. Y, por increíble que parezca, al fin he podido rescatarlo y relatar de primera mano su prodigiosa vida para asombro probablemente de muchos.
Beatificación paralizada
La inopinada muerte del monarca en 1788, junto a la terrible persecución católica y la secularización extendidas desde la Revolución Francesa en 1789 y la consiguiente invasión napoleónica, paralizaron «sine die» la beatificación de quien ya había sido declarado Venerable Siervo de Dios por la Santa Sede.
Carlos III llevaba siempre colgada al cuello la crucecita que le hizo fray Sebastián de Jesús Sillero con la rama de un laurel centenario que había en el Convento Casa Grande de San Francisco, en Sevilla. De la causa de canonización exhumamos ahora la carta del monarca al cardenal Francisco Solís, arzobispo de Sevilla, junto a un arsenal de documentos inéditos. Datada el 2 de septiembre de 1773, Carlos III relata en su epístola tres hechos excepcionales: la profecía de fray Sebastián de Jesús sobre su futuro reinado, la cruz de laurel hecha por el mismo religioso cuya invocación salvó al monarca de perecer durante una peligrosa travesía marítima y finalmente la milagrosa curación de la infanta María Luisa de Borbón con esa misma crucecita bendecida por el fraile. Añadamos que Carlos III era el tercer varón en la línea de sucesión al Trono de España por detrás de sus hermanastros Luis I y Fernando VI, lo cual hacía más meritoria aún, si cabe, la profecía del religioso sobre su futuro reinado.
Respecto a María Luisa, nacida en Nápoles el 24 de noviembre de 1745, era la quinta de los trece hijos de Carlos III. Además de infanta de España, era duquesa de Toscana y emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico, desposada con el archiduque Pedro Leopoldo José de Habsburgo-Lorena, coronado más tarde como emperador de Austria con el nombre de Leopoldo II. Pero de no mediar el poder intercesor de fray Sebastián de Jesús, cuya crucecita conservaba Carlos III como el mayor de sus tesoros, María Luisa hubiese fallecido víctima de la viruela como su hermano mayor, el infante Gabriel, a quien el temible virus se lo llevó finalmente a la tumba.
Y qué decir sobre la tempestad: «Estando yo –en palabras del rey Carlos III– en vísperas de partir para Italia, visitóme ex profeso dicho Siervo de Dios, y dándome una crucecita de la que solía hacer con sus manos, me dijo: “Puede suceder que ocurra alguna borrasca en el mar, y en ese caso cesará arrojando esta crucecita al agua”. Con efecto, sobrevino la borrasca en mi viaje a Italia; pero no quise arrojarla al mar a causa del aprecio en que la tenía, por ser cruz y por quien me la había dado, a pesar de lo cual Dios se dignó sacarme del peligro que me amenazaba».
Fray Sebastián de Jesús gozó también de fama de santidad «post mortem». Lo mismo que su alma gemela el Padre Pío, él también estaba llamado a convertirse, en su caso con más razón aún dada la mayor distancia entre siglos, en un meteorito del Medievo en pleno segundo milenio. «Haré más ruido muerto que vivo», prometió en su día el Padre Pío, ofreciéndose a seguir salvando almas desde el mismo Paraíso. Y, desde luego, su hermano franciscano tampoco faltó a su palabra empezando ya a hacer de las suyas nada más subir al Cielo. Y ahora, con mayor motivo aún tras la publicación de su increíble vida y milagros, muchas más personas tendrán oportunidad de conocerle e invocarle, poniendo a prueba de nuevo su gran poder intercesor.