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El último viaje de Diaghilev a Venecia

La mañana del 19 de agosto de 1929, el empresario ruso falleció en la ciudad italiana, acompañado de Boris Kochno y Serge Lifar: «Me has vencido», murmuró antes de entrar en coma
César Alcalá
La Razón
  • César Alcalá

    César Alcalá

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Diaghilev tiró la toalla. Decidió acabar con todo. A pesar de su diabetes empezó a cometer excesos. Esto debilitó su salud. Con Markevitch se fue de vacaciones a Alemania. Allí se reunieron con los compositores Paul Hindemith y Richard Strauss, escucharon música de Mozart y Wagner, y visitaron museos. Diaghilev quiso –como hizo antaño con otros– educar a su joven acompañante. Mientras creaba un nuevo artista él avanzaba hacia la muerte. Terminado el periplo alemán Diaghilev se refugió en el Gran Hotel des Bains del Lido veneciano. Diaghilev quería morir en Venecia. Allí lo estaban esperando Boris Kochno y Serge Lifar, sus dos últimos amantes. La muerte se acercaba. El 18 de agosto Lifar pidió que un sacerdote ortodoxo aliviara el alma del moribundo. Antes de entrar en coma Diaghilev murmuró: «Me has vencido». El final estaba cerca. Lifar se situó a su derecha. Kochno a su izquierda. A sus pies Missia Sert. La mañana del 19 de agosto de 1929, Diaghilev dejó de existir.

Un sueño profundo

Minutos después Lifar y Kochno se enzarzaron en una pelea. Ambos se disputaban el funeral del difunto y su legado. Sert tuvo que poner paz. Lifar se encerró en la habitación con el cuerpo inerte del difunto. En otra habitación Kochno y Sert prepararon el entierro. Como de costumbre, Diaghilev estaba al borde de la ruina. Sert sufragó los gastos del entierro de su amigo. En 1935 Walter Nouvel y Arnold Haskell publicaron «Diaghileff. His artistic and private life», la primera biografía sobre él. Nouvel, conocido íntimamente como Valitchka, fue amigo y secretario de Diaghilev. En esta biografía nos relata así los últimos días de su vida: «En Venecia, donde lo acompañaron Serge Lifar y Kochno Boris, unos pocos días después de su llegada, estaba bien y de excelente humor, tomando el sol y hablando con sus amigos, entre ellos su mayor amiga, la señora Sert. Estaba pensando en el futuro, señalándole cosas a Lifar como lo había hecho antes con Massine: «Mira a esos campesinos, fíjate exactamente la forma en que están caminando», y nada le daba mayor placer que impartir su visión al muchacho receptivo.
De repente se puso muy enfermo, con una temperatura que aumentaba de manera constante, y entró en un coma. Un devoto y aterrorizado Lifar inmediatamente se lo advirtió a la baronesa d’Erlanger, una de sus amigas más fieles. Por unos instantes volvió en sí, pero al principio no la reconoció, se quitó el sombrero. «Ah, Catherine... ¡Qué hermosa te ves! Estoy enfermo… muy enfermo. Me siento tan caliente... mareado». Esas fueron sus últimas palabras. La temperatura aumentó, y volvió a entrar en un coma. El doctor dijo que si pasaba la noche aun había una excelente oportunidad de recuperación. Lifar y Kochno estuvieron a su lado toda la noche, debido a la aprensión entre ambos pidieron a la señora Sert, su mejor amiga, que compartiera aquellas horas con ellos. Hacia el amanecer la respiración cesó, no hubo lucha, no sabía que esta cosa terrible había de venir, o lo fácil que era. Se fue en un sueño profundo y tranquilo. En ese momento salió el sol, y se iluminó su rostro tranquilo. Había muerto en el agua en Venecia, su favorito lugar de descanso. La siguiente noche, mientras estaba en su habitación, rodeado de flores, una violenta tormenta se acercó a la laguna, grandiosa y espectacular, como él mismo la hubiera escogido. Por la mañana, después de la tormenta, fue llevado por el agua a su último lugar de descanso en la isla de San Michele, en medio de cipreses. La tormenta había hecho una alfombra de hojas verdes desde el hotel hasta la góndola; contexto digno de sus grandes espectáculos».
Dos días después tres góndolas partieron hacia el cementerio de San Michele. En la primera iba Lifar y Kochno junto al féretro. No se miraban. Al llegar condujeron el féretro hasta el recinto ruso. El trayecto lo hicieron Lifar y Kochno de rodillas. Venecia daba el eterno reposo de una pieza fundamental del Ballet del siglo XX. Kochno y Lifar se repartieron papeles, documentos y objetos. La coda final la firmaron los dos: «Nosotros no podemos cargar con la responsabilidad de continuar con la obra de Diaghilev… fue un creador de artistas. Uno puede trabajar con un creador, ayudarle en la palabra y en la acción, pero no podemos pintar como Picasso o componer como Stravinsky… Así que nos despedimos de ustedes y de la obra común, pero igual que ustedes nunca olvidaremos todo lo que hemos aprendido».