La historia rescatada

Caifás desenterrado

Tuvieron que pasar casi dos mil años para que un grupo de arqueólogos dirigido por Zvi Greenhut y asesorado por el antropólogo Joe Zias hallasen la prueba de su existencia

Osario de Caifás, situado en el Museo de Israel, en Jerusalén
Osario de Caifás, situado en el Museo de Israel, en JerusalénThe Israel Museum

La fecha: 1990. El hallazgo inopinado del osario de Caifás, el sumo sacerdote que condenó a muerte a Jesús, constituye uno de los más grandes hitos de la arqueología moderna.

Lugar: Jerusalén. El osario de Caifás apareció ante su atónita mirada durante las obras de construcción de un parque y de una carretera en el Bosque de la Paz.

La anécdota. El arqueólogo Zvi Greenhut leyó las tres palabras que jamás pensó que podría hallar en un objeto de aquella época: «Yehosef bar Caiapha» (José hijo de Caifás).

Debieron transcurrir así casi dos mil años para que un grupo de arqueólogos israelí dirigido por Zvi Greenhut y asesorado por el antropólogo Joe Zias hallasen la prueba fehaciente de su existencia histórica más allá de la fe. Quedó acreditado de este modo, desde la ciencia, que Caifás, yerno de Anás por estar desposado con la hija de éste y líder del complot para arrestar y ejecutar a Jesús de Nazaret, no era un invento ni una fábula de cuatro evangelistas fanáticos seguidores de Cristo, sino un personaje de carne y hueso tan real como la vida misma.

Los arqueólogos que dieron con el paradero de sus restos al cabo de tantos siglos, sumergidos en la oscuridad de una cueva funeraria de Jerusalén, debieron quedarse atónitos y desconcertados ante semejante descubrimiento que, para colmo de intrigas, resultó ser accidental. En honor a la verdad, Zvi Greenhut, de treinta dos años entonces, no sospechaba ni por asomo que iba a protagonizar con su equipo de la Autoridad Arqueológica de Israel (AAI) la gesta investigadora más sensacional y deslumbrante relacionada con el Nuevo Testamento. «Cuando llegué allí –relata el propio Zvi Greenhut– pude comprobar que la bóveda de la cueva se había derrumbado. Aun así, desde fuera podía distinguir cuatro osarios o cofres con huesos, en la cámara principal. Para un arqueólogo como yo, constituía un claro indicio de que era una cueva destinada a sepultar a los judíos. Fue así como descubrimos el último lugar de descanso de la familia Caifás, uno de cuyos miembros presidió el juicio de Jesús».

La cueva apareció así de modo fortuito ante su atónita mirada durante las obras de construcción de un parque y de una carretera en el Bosque de la Paz, al sur de la Ciudad Vieja de Jerusalén y justo enfrente del monte Sión. Para acceder al interior del sepulcro formado por una sola cámara, Greenhut y sus hombres debieron agacharse ya que la abertura rectangular era estrecha y baja. Una vez en el interior, pudieron comprobar que el suelo se había rebajado para crear un espacio suficiente que permitiera permanecer de algún modo en pie, con el techo a una altura aproximada de 1,65 metros.

Nada les importó la incomodidad ni las agujetas por estar tantas horas seguidas de cuclillas o encorvados en el interior de aquella gruta tallada en la colina de caliza. Sobre todo, al reparar de repente en la presencia de una urna de piedra de excepcional belleza con un nombre inscrito en el tipo de letra cursiva judía, tan común en otros osarios datados en el mismo siglo primero de nuestra era.

Sacudirse los ojos

Zvi Greenhut debió sacudirse los ojos para convencerse de lo que allí decía. Leyó así varias veces la inscripción, deteniéndose en cada letra, hasta componer en su cabeza las tres palabras que jamás pensó que podría hallar en un objeto de aquella época: «Yehosef bar Caiapha» (José hijo de Caifás).

Las cuatro fosas de que habla Zvi Greenhut halladas en la cámara principal, aunque fueron doce en total las repartidas por otros rincones de la cueva, se adentraban casi dos metros en la pared de la cámara sepulcral. Sólo en una de ellas, los arqueólogos hallaron dos arquetas en su lugar, una de las cuales pertenecía al sumo sacerdote Caifás. Llevaban inscritas en sus laterales de forma tosca, tal vez con los dos clavos de hierro encontrados en el interior de una de las arquetas, los nombres de quienes yacían allí sepultados para que los supervivientes pudiesen identificarlos entonces, al igual que todos sus descendientes.

Los nombres eran muy comunes en la época de Jesús: «Miriam» (María), «Shalom» (Salomé), «Shimon» (Simeón) y «Yehosef» (José). En el caso de «Miriam, hija de Simeón», como reza la inscripción, en la boca de su calavera se encontró una moneda acuñada durante el reinado de Herodes Agripa I (años 42-43), lo cual podía constituir un indicio de la costumbre pagana del pago al dios griego Caronte por un tránsito seguro por la laguna Estigia. De este modo, la influencia de la cultura pagana en la vida judía pudo haberse manifestado incluso en los círculos sacerdotales del más alto rango.

LA RELACIÓN CON PILATO

►De la vida de Caifás se conoce hoy relativamente poco. Aparece citado varias veces en el Nuevo Testamento por Mateo, Lucas, Juan, y en los «Hechos de los Apóstoles». Sabemos por Flavio Josefo que Caifás accedió al sumo sacerdocio alrededor del año 18, nombrado por Valerio Grato, y que fue depuesto por Vitelio en torno al año 36. Su permanencia durante dieciocho años en el sumo sacerdocio induce a pensar que mantenía relaciones cordiales con las autoridades romanas. Flavio Josefo subraya los insultos de Poncio Pilato a la religiosidad del pueblo judío, así como las airadas protestas de algunos contra él por esa razón ofensiva. Pero llama la atención que al glosar esos episodios de violencia verbal, Josefo omita el nombre de Caifás entre los que se quejaban de Pilato pues, a fin de cuentas, el sumo sacerdote era entonces él. Otra muestra de la buena relación existente entre ambos.