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Las cartas que nunca llegaron a los Reyes Magos y sí al Rey de España: "Si nos alegráis, seremos los mejores guerreros"

Entre los tesoros que guarda Patrimonio Nacional se pueden encontrar peticiones de todo tipo que hacían los niños de finales del siglo XIX y principios del XX
Las cartas que nunca llegaron a los Reyes Magos y sí al Rey de España: "Si nos alegráis, seremos los mejores guerreros"
Una niña de principios del siglo XX, junto a los Reyes Magos
Julián Herrero

Madrid Creada:

Última actualización:

Los niños no se andan con tonterías. Van al grano hoy, y han ido al grano siempre. Como aquel 3 de enero de 1919 en el que Encarna, “afectísima amiga” de Gaspar, escribía al rey mago sin rodeos: “Mándame una cocina, un patín y una bolillera de tamaño regular”. Una chiquilla directa. Eso sí, junto al trío de peticiones, la otra parte esencial de la carta era la dirección en la que debían descargar los camellos: "Calle de Santiago, 1 bis, 3.º Dcha". Nada más.
Aunque lo que no sabemos es la suerte que corrió aquel año la buena de Encarna en el objetivo de cumplir sus deseos porque su carta, lejos de llegar a Oriente, no salió de Madrid. Apenas recorrió 300 metros hasta llegar a Palacio... Real. No fue a manos de los Reyes Magos, pero sí a la de los Reyes de España o, por lo menos, a las de sus súbditos, que guardaron una carta que todavía hoy se puede encontrar en el Archivo General de Palacio. Allí la conserva Patrimonio Nacional junto a otras tantas en las que se puede comprobar que la naturalidad de los niños no cambia por mucho que pasen los años y los siglos.
Entre los regalos destacan bolilleras, trajes de torero, patines, soldados, cocinas o castillos
Para los críos, el Evangelio de Mateo es ley: “Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ‘¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?’ (...) Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”. Y si al niño Jesús se le vino a ver desde tan lejos para obsequiarle, cualquier semejante tiene el mismo derecho que él. Pocos chavales a lo largo de la historia se habrán pedido incienso y mirra, pero seguro que alguno, pese a su corta edad, se ha dejado seducir por el “brilli, brilli” del oro. 
Entre las cartas consultadas en el Archivo General de Palacio no hemos dado con ninguna criatura que reclame lo mismo que le regalaron a Jesús, pero sí se encuentran ciertos patrones de la época. Si Encarna pedía “una bolillera”, una paisana suya de ocho años firmaba una petición muy similar solo dos días después: “Mis queridos Reyes Magos: Me halegraré que este año si venis a esta desearia que me traigais una almohadilla de hacer bolillos [sic]”, escribía Elisa Álvarez en una cuartilla en la que, como en la anterior, también se declaraba “afectísima” seguidora de los magos de Oriente.
Elisa era la mayor de, al menos, dos hermanos, pues junto a su lista de deseos se encuentra la de Vicente, quien a sus seis años compone una carta prácticamente igual (erratas incluidas) que la de la mayor de los Álvarez; solo cambia una cosa, el regalo en cuestión: “Un traje torero [sic]”, pide antes de sus “mil gracias anticipadas”.
Imagen del Archivo General de Palacio; en primer plano, la carta que los hermanos Querol, Pepita y Enrique, enviaron a Alfonso XIII en lugar de a los Reyes de Oriente
Imagen del Archivo General de Palacio; en primer plano, la carta que los hermanos Querol, Pepita y Enrique, enviaron a Alfonso XIII en lugar de a los Reyes de OrienteAlberto R. Roldán
No iban a ser estos los únicos niños que, en su soñado envío a Oriente, se iban a topar con que sus cartas iban a llegar a los reyes más cercanos. Otro 5 de enero mandaba sus peticiones Antonio: “Mis queridos Reyes –comenzaba–: Yo deseo que me traigan un rompe cabezas una caja de pinturas con aleluyas, una pelota y un aro [sic]”. Otro infante directo.
Todo lo contrario a dos hermanos barceloneses, que, desde el barrio de Gracia (calle de Bruniquer, 47), contaban a sus “querido y esperados Reyes” las penurias de la época. Ellos no tenían culpa de las peleas de los mayores y lo querían dejar bien claro: “Mis papas me dicen que este año estan pobres porque estan en tiempos de guerra pues que culpa tengo yo con eso si todo el año me e portado bien para ganar algun premio vuestro tener compasion de mi y de mi hermanito [sic]”. Pero ahí no queda el asunto. Jaime y Miguel Mont (de seis y cuatro años) estaban dispuestos a hipotecar su futuro con tal de recibir algún obsequio, “pues si nos alegrais con algun regalo [sic]”, continuaban, “os prometemos que cuando lleguemos si D. Q. a grandes seremos los mejores guerreros de nuestra nación”. Ese era el trato por hacerse con lo deseado: para el mayor y escribiente de la carta, un automóvil, un castillo “con muchos soldados y camiones”, un coche “con caballos y el cochero”, un vapor de guerra, una trompeta y varios soldados de guerra; para el menor, tan solo “un piano de teclas”. Como cierre de la carta, un poco de peloteo y otro poco de mostrar el desasosiego que se vivía en casa de los Mont: “Espero con ansia el dia 6 pues se que sois muy buenos [sic]”.
"Como el año pasado los Reyes Magos no nos portaron nada, este año se lo decimos a U. [Alfonso XIII]"
Los Ferratges también creían en los Reyes. Fernando Ferratges de Mesa y Margarita Carrida de Ferratges, aparentemente primos, ofrecían su casa en “Orellana 3, 2º” a principios de 1891. Dos cartas en una: “Les saludo con el mayor respeto y les digo que hagan el favor de acordarse de mi. Yo deseo que me traigan una pelota, un rompe cabezas y unas riendas con latigo que silbe [sic]”, pedía un Fernandito que “jamás” se olvidaba de los Reyes, a quienes les pedía “el favor de dejar los juguetes en el despacho”. El mismo encabezado empelaría “Marga” antes de dar inicio a sus peticiones: “Una caja de papel para escribir, una pelota, un perfumador pequeño, una cajita para polvos de marfil y dulces”. Además, dejaba la puerta abierta a la creatividad y generosidad de los regaladores para advertirles de que “si ustedes me quieren traer más cosas se lo agradeceré mucho”. Por si acaso, les deja bien claro que lo que no quiere ni por asomo es “ni carbón ni ceniza”; y sus motivos tenía “porque me porto muy bien y no hago incomodar a mis papás”.
El rey Melchor escuchando las peticiones de dos niños, a principios del siglo XX
El rey Melchor escuchando las peticiones de dos niños, a principios del siglo XX
Igual de cuidadosa, o más, fue Amparito de Díez y Muñoz, que en su misiva destaca haber sido buena en el colegio. De hecho, destaca que los suyos la califican de “aplicada”, por lo que “quiero que me eches una muñeca”, escribe de su puño y letra la pequeña. Sin embargo, la diferencia de esta carta es que sí llegó a su destinatario, pues Amparito pasó olímpicamente de Oriente para dirigirse directamente a su “querido Rey de España”. A quien le recuerda su domicilio: “Acuerdate que bibo en la calle del carmen 6 y 8 1º derecha [sic]”.
Con ella comienza una serie de cartas que obvian a los magos para centrarse en Alfonso XIII y señora, Victoria Eugenia de Battenberg. El plantón de los años anteriores no se olvida fácilmente, por lo que los pequeños deciden escribir a la Casa Real en busca de una solución. Isabel, “hija de un bombero, Ricardo Mira”, juega la baza de su humildad para ofrecer, “con el permiso de mis papas”, su casa a sus Reales Majestades: “Señores Reyes. Yegando lla el dia deseado de Reyes para que pasen por esta su umilde casa, para osequiarnos con juguetes y no abiendo nunca tenido la suerte de que los santos Reyes pasaran, por esta umilde casa, desearia que este año tubieran la vondad de alcordarse de esta umilde niña de 9 años que no puede nunca disfrutar de ningun juguete y gualmente sus hermanitos , sus servidores Ysabel Mira de 9 años, y Carmen de 7 M Antonia de 5 y Antonito de 3 años, Gracias que esperamos del Cariñoso corazon de nuestros Reyes, que dios los de mucha salud para hacer mucho bien alos Pobres [sic]”, firmaba la niña en 1919 desde el número 5 de la calle de Jaén de Madrid (Cuatro Caminos).
Desde Tortosa, un 3 de enero, los hermanos Querol –”sobrinos de nuestro tio que murio el escultor Agustín Querol [sic]”– también acudían a su “querido Señor Rey D. Alfonso y Reyna” en busca de ayuda: “Como el año pasado los reyes magos no nos portaron nada, este año le decimos a U. que cuando pase U. por Tortosa por la calle del Carmen número 3 en el balcon más pequeño de esta casa dormimos los dos ermanitos y dejaremos la puerta junta para que U. nos vea le enviamos los retratos de los 2 [sic]”, escribían Pepita y Enrique, sobrinos de un artista que, en 1895, creó un busto en mármol de don Alfonso XIII para el Palacio Real y que, en 1901, también desarrolló el proyecto de un monumento a Alfonso XII en Madrid.