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La España de 1975
Franco firma su testamento
La enfermedad del Generalísimo no era un secreto. En el ambiente político era tema común la posición que tomaría cada uno tras la inminente muerte

Franco dejó firmado su testamento el 20 de octubre de 1975. Hasta ahora se decía que tras recuperarse de un infarto se encerró en su habitación, tomó dos cuartillas con el escudo de la Casa Civil, y escribió a mano un mensaje de despedida a los españoles. Luego pidió a su hija Carmen que lo pasara a máquina. Esta versión fue propagada por la huérfana del dictador en una entrevista a Alfonso Paso para el diario «El Alcázar» el 26 de marzo de 1976. Sin embargo, no fue así. Franco no escribió el testamento.
La enfermedad terminal del Generalísimo no era un secreto para nadie. En el ambiente político era tema común la posición que tomaría cada uno tras la inminente muerte del Caudillo. No había más que incertidumbres. El príncipe Juan Carlos no lo tenía todo atado y bien atado. El búnker se resistía al fin del franquismo, los reformistas no se ponían de acuerdo para formar una sola agrupación, don Juan de Borbón estaba en el limbo, la oposición se unía con mucho recelo y desprecio mutuo, Marruecos se había lanzado al Sáhara, y el terrorismo seguía matando. Las asociaciones políticas permitidas por la dictadura parecían inútiles, pero una era muy activa, la Unión del Pueblo Español (UDPE) impulsada por Fernando Herrero Tejedor –que murió el 12 de junio de 1975– y Adolfo Suárez.
Un testamento necesario
En una reunión de UDPE se habló de la necesidad de que Franco dejase un testamento con el itinerario bien marcado y conciliador. No se llegó a nada y la concurrencia se disolvió. Era 17 de octubre de 1975. Esa noche, uno de los miembros de la UDPE, Javier Carvajal, un conocido arquitecto de Madrid, no podía dormir. Se levantó, fue al escritorio y escribió un mensaje a los españoles, justo el que le gustaría oír tras la muerte del Caudillo. A la mañana siguiente se lo pasó a sus compañeros de la UDPE y a Suárez, que no quiso saber nada del asunto.
Carvajal no cejó en su empeño y aprovechó sus contactos con el búnker. Así fue que llegó a manos de Carmen Franco, la hija del Generalísimo, la única que verdaderamente se preocupaba por la salud de su progenitor y en quien el dictador confiaba.
Conmocionada por el ataque al corazón del 17 de octubre, pasó el texto mecanografiado a su padre. Al dictador le pareció bien, sin embargo, pensó que debía simular que lo había escrito él, no otra persona. Solo de esa manera, si era de su puño y letra, tendría fuerza suficiente para conseguir la obediencia del Ejército y de sus fieles. Fue así que Franco copió el texto que había escrito Carvajal. Ordenó entonces a su hija que presentara el manuscrito y el mecanografiado para su cotejo, diciendo que ella lo había pasado a máquina, y que se custodiara hasta el momento de su muerte. Las palabras del dictador parece que fueron: «Te pido que guardes el secreto. No se lo digas a nadie, ni a tu madre». Y la hija cumplió.
Una mujer obediente
Carmen Franco, obediente, entregó los documentos al general Gavilán, que era el Jefe de la Casa Militar de Franco, como atestiguan sus memorias. «Una vez a solas –escribió Gavilán–, comprobé que aquellas cuartillas eran el testamento de Franco, (...) (y) lo guardé en la caja fuerte–. La orden era que entregara los papeles a Arias Navarro, presidente del Gobierno, solo después de su fallecimiento.
Así ocurrió. El cenizo Arias salió en TVE para anunciar a las 10 de la mañana del 20 de noviembre lo que ya se sabía: la muerte del dictador. Dirigió unas palabras y sacó de su chaqueta un papel que llevaba cuidadosamente doblado. Era el testamento escrito por Carvajal y firmado por Franco. El mensaje pedía, u ordenaba, que se respetara la sucesión de la Jefatura del Estado en Juan Carlos de Borbón, para velar por la unidad, la paz y la justicia. El objetivo era atar a las Fuerzas Armadas en su obediencia al Rey. Lo más sorprendente fue la petición de perdón «a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos». El testamento se hizo imprimir para su reparto gratuito entre los españoles, lo publicó la prensa y ha poblado los libros de historia desde entonces. Pero no lo escribió Franco, sino un arquitecto insomne de una asociación política. El hecho lo descubrió el historiador Guillermo Gortázar, tal y como se lee en su libro «El secreto de Franco. La Transición revisitada» (Renacimiento, 2024).
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