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De Vietnam a Gaza: la ratonera de los túneles de las guerras

Se utilizan para batallar desde el siglo IX a.C. La industrialización los convirtió en máquinas de matar. Sin embargo, no son garantía de victoria
Una nueva estrategia para anular túneles subterráneos.
Los túneles subterráneos son una estrategia de guerrillasIDFIDF
La Razón

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El miliciano de la Peshmerga kurda que hacía de guía a través de la maraña de túneles cavados por Estado islámico cerca de Mosul sostenía el arma como si se agarrase al mundo entero. El frontal en su cabeza era la única luz iluminando la penumbra. En el suelo cada lata oxidada, bota militar, chaqueta, colchón y enseres personales, sobre todo fotografías y archivos, parecían una amenaza de muerte. En la guerra subterránea la imaginación y el miedo son dos armas esenciales para aterrorizar al enemigo, cuyo pavor ante las trampas explosivas es más que real. Entrar en un túnel de batalla es como internarse en una pesadilla angustiosa, claustrofóbica y opresiva en la que los muros se hacen cada vez más pequeños ante el miedo de que se vengan abajo por los bombardeos, o por el trabajo de los zapadores que los abandonaron. En el subsuelo la realidad exterior se diluye y los soldados convertidos en topos crean un mundo diseñado para matar. Su objetivo militar es permitir el rápido movimiento de tropas, evitar ser detectados en la era de la vigilancia satelital, los drones y las cámaras térmicas, protegerse de los bombardeos, lanzar ataques sorpresa, esconder armamento e, incluso, a cientos de rehenes con cuya vida jugar a las cartas, como está sucediendo en la Franja de Gaza, el último conflicto donde la guerra subterránea ha vuelto a la palestra tras la confrontación entre Israel y Hamás.
El grupo islamista palestino lleva semanas combatiendo bajo el suelo. Sus excavaciones solo están destinadas al uso militar porque no permiten que la población civil se refugie en ellas. Algo que, en el pasado, probó ser muy beneficioso para Ejércitos irregulares como el del Vietcong, en Vietnam, como cuenta la obra de Tom Mangold, «Los túneles de Cu Chi», los cuales fueron claves para derrotar al todopoderoso Ejército norteamericano, empleando una estrategia que también dejaba a los civiles desamparados, atrapados entre el fuego cruzado y víctimas de la frustración y las venganzas de los soldados del Tío Sam.
Como demuestra la oscarizada película «Platoon», dirigida por el veterano de guerra Oliver Stone, el conflicto de Vietnam (1965-1975) probó que tanto las vendettas como acabar con los túneles resultaron ser unas tácticas funestas. Los subterráneos convertían a Charlie (el Vietcong) en un fantasma de la selva. Los explosivos C4 podían reventar una parte, pero no acababan con ellos ni usando gases venenosos. Las trampas y emboscadas en el interior tenían un alto precio en vidas. Sin duda, ese es el motivo por el que, recientemente, el Ejército israelí en Gaza informó que no combatirá en el interior de «el metro», el apodo con el que los milicianos de Hamás llaman a su ciudad laberíntica y kilométrica bajo el suelo. Una estrategia desesperada, pero que no es nada nuevo en la Tierra Santa, donde el arte de combatir de esta forma se ha refinado durante milenios, normalmente con consecuencias fatídicas para los que la eligieron.
En el siglo I a.C, los rebeldes judíos que luchaban contra los legionarios del Imperio Romano crearon una vasta red de túneles durante la guerra y posterior gran derrota hebrea conocida como la revuelta de Bar Kojba. Otros pasajes subterráneos como las galerías de 600 metros que van desde la mezquita de Al-Aqsa hasta a la Ciudad de David, parten del lugar más sagrado de Jerusalén y han sido objeto, durante siglos, de leyendas sobre Templarios, el tesoro de Salomón, el Santo Grial o el Arca de la Alianza. Durante milenios, los túneles militares se llevaron a cabo para acercarse e internarse en las defensas del enemigo, normalmente murallas rodeando una ciudad aparentemente inexpugnable. Hacia el siglo IX a.C. los asirios los llamaban «minas» y excavaban para que los baluartes enemigos colapsaran. Los griegos, romanos y persas también emplearon esta táctica en numerosas confrontaciones, tal y como cuenta el cronista heleno Polibio, creador de la primera Historia Universal en el siglo II a.C.
Por otro lado, es paradigmático que, después de 2.000 años, la guerra en Palestina no haya cambiado mucho. Los caballeros y campesinos que, envalentonados por el Papa Urbano II al grito de «¡Dios, lo quiere!», en 1095 d.C. se lanzaron a conquistar la tierra de Jesús en manos musulmanas, así como sus descendientes en las siete Cruzadas que les siguieron, dejaron atrás fortalezas plagadas de túneles secretos para la defensa y huida de sus moradores, como los que todavía hoy se pueden visitar en la antigua ciudad de Acre, cuyas espectaculares construcciones subterráneas no evitaron su caída en el 1291 d.C.
Los túneles en manos de los asaltantes suelen tener un mejor índice de victoria, como comprobó el rey el inglés Ricardo Corazón de León durante el asedio del Château Gaillard, el castillo normando construido por este en 1203 d.C., que fue tomado por las tropas del rey Felipe II de Francia cavando unas galerías. La historia europea cuenta con muchos ejemplos como este. Victus, la crónica de Albert Sánchez Piñol sobre el asedio de Barcelona (1714), es excelente para conocer la arquitectura de la guerra y los planes para convertir lo aparentemente inexpugnable en un recuerdo. Además, habla del genio de aquella disciplina, el mejor ingeniero militar de la historia, Sébastien Le Prestre de Vauban, cuya tumba se encuentra junto a la del mismísimo Napoleón Bonaparte dentro de Les Invalides de París.
Con la llegada de la industrialización, los túneles para uso militar se convirtieron en un arma de destrucción masiva, incluida su concepción como bombas que utilizaban como ojiva la propia Tierra. Así fue durante la Guerra Civil de Estados Unidos, cuando un túnel utilizado como bomba en el sitio de Petersburg, en Virginia (1864), acabó en la sangrienta batalla del Cráter, donde los confederados arrasaron a 4.000 asaltantes. El principio de la película «Cold Mountain», de Anthony Minghella, es una buena ventana a aquellos sucesos.
Sin embargo, lo peor estaba por llegar con la Primera Guerra Mundial en cuyas trincheras infernales los túneles, búnkeres y cráteres desventrando el paisaje fueron el escenario de las matanzas que llevaron a millones a una tumba prematura, así como vio la creación de ciudades enteras bajo tierra capaces de albergar hasta 20.000 hombres antes de un ataque frontal y suicida. También utilizaron los subterráneos para detonar toneladas de TNT, como en la Cota 60, donde, durante la batalla del Somme (1916), un grupo de mineros australianos hizo volar por los aires la cresta de Messines-Wytschaete matando, casi instantáneamente, a más de 10.000 soldados alemanes. Por su parte, Francia no aprendió de la experiencia y, después del conflicto, gastó 9 mil millones de dólares en la construcción del famoso complejo de túneles defensivos de la Línea Maginot, cuyos depósitos de artillería y cañones fueron tan formidables como inservibles cuando, en 1940, el blitzkrieg de la Wermacht alemana los rodeó y tomó en cuestión de horas.
La historia de España, rica en victorias y derrotas a menudo olvidadas por igual, también tiene en su haber el guerrear bajo tierra. Arturo Pérez Reverte contó una de las luchas más famosas, la sucedida durante el sitio de Breda (1624-25), en su colección de las «Aventuras del Capitán Alatriste». Esa batalla de caponeras, trincheras, barricadas, barro y túneles acabó con la victoria de la Corona. No obstante, España también cuenta con derrotas humillantes como la del Gran Asedio del Peñón de Gibraltar (1779-1783), en el que los túneles de los ingenieros ingleses acabaron con las posibilidades para recuperar la roca. El trepidante libro de Roy Adkins, Gibraltar: The Greatest Siege in British History, es una obra fundamental al respecto.
De vuelta al siglo XXI, además de los túneles de Estado Islámico y Hamás, tampoco hay que olvidar el papel que estos jugaron en la humillante derrota de Estados Unidos, la Unión Europea y sus aliados en Afganistán. Desde las fortalezas ancestrales dentro de las montañas de Tora Bora, también utilizadas para vencer a la Unión Soviética y lugar en el que se escondió y por el que, presuntamente, huyó Osama Bin Laden, hasta los nidos de defensa en Kunar, Helmand o Kandahar. Por ello, desde los conflictos más remotos en el tiempo hasta la fecha de hoy, el Ejército que subestime los túneles como arma de guerra o no ha aprendido nada de la historia, o está muy próximo a la derrota.