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Joaquín Cortés: "Para las instituciones no merezco ser 'marca España'"

El bailaor regresa a los escenarios, con "Esencia", tras años sin pisarlos por lesiones, virus y paternidades

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En los tiempos de Google suele ser norma (y no sé si buena) teclear el nombre de un personaje equis en nuestras pantallas para ver cómo le va o, de una u otra forma, dónde le podemos encontrar; y con Joaquín Cortés (Córdoba, 1969) no iba a ser menos –ya quedó muy «vintage» lo de bajar al archivo en busca de la biografía de turno–. Pues bien, con la todopoderosa compañía como oráculo mundial, las primeras preguntas que aparecen en la búsqueda son, uno, «¿qué ha pasado con el bailaor?» y, dos, «¿qué hace en la actualidad?». La segunda de las respuestas (ya saben que Google pregunta y responde) es hasta graciosa y lo suficientemente ambigua como para que cada uno imagine lo que quiera: «Está viviendo experiencias únicas», se sonsaca en el buscador de una entrevista a su «entorno familiar»; la otra nos remite a la última polémica de Cortés, a cuando su estancia en Lisboa se saldó con una orden de desahucio y una condena a pagar 55.000 euros al propietario del inmueble en el que vivía con su familia. Pero, como él mismo se apremia a zanjar en directo, «está todo arreglado. Todo va bien y estoy muy contento de poder regresar a Madrid», adonde ha vuelto el artista para comenzar de nuevo.
Y es que hace mucho que no se ve a Cortés por los escenarios de estos lares. Lesiones, pandemia y paternidades (dos) mediante, en total, el bailaor ha estado lejos de los escenarios casi seis años. «No hay mal que por bien no venga. He podido disfrutar de mis hijos. Un lujo». Pero vuelve donde lo dejó, con Esencia, un montaje que, tras Madrid, Sevilla, Barcelona y San Sebastián, saldrá de gira internacional con más de 40 artistas para patear América, Europa y Asia –«allí se vuelven locos»– y con el que pretende «volar» de nuevo, sostiene en una convocatoria presidida por su foto, en la que, sin camiseta e inclinado hacia delante, los brazos se le disparan hacia el cielo «como si fueran alas», dice.
Sin perder de vista esos brazos de «cisne moscovita», que se define en su página oficial, a veces, basta con mirar las botas de un hombre para saber su historia, y en un bailaor, con más motivo. Resopla Cortés cuando se le nombra el calzado: «Buf». Sus botines de artista son efímeros, «serán millones», exagera. Los que no han muerto por la rotura del tacón lo han hecho por el desgaste del taconeo, pero no les den más de un mes, «mucho menos». Es el poderío de unas botas que «cuentan toda una vida», recuerda subido esta vez a unos zapatos negros con alguna floritura en la punta y sin cordones. Cuarenta y dos años de carrera que han visto de cerca a gentes como Madonna, Michael Jackson, Naomi Campbell, Jennifer López... y que ni podría imaginar aquel chiquillo que bailaba tantas horas al día como años tenía: «Doce. De diez a diez. Y, cuando llegaba a casa seguía hasta que mi abuela me echaba la bronca». Únicamente la pasión pudo hacer que ese niño no frenase, aunque confiesa «no tener la fórmula de dicho amor. Solo sé que el físico todavía me funciona y que quiero estar con mi público». Esa platea que no le da la espalda, «he metido a 40.000 personas en un solo sitio».
Muy diferente es su relación con las instituciones... Porque Cortés cambia de registro y se pone serio cuando se le menta la bicha: «A nivel de público estoy muy valorado, tengo una carrera larga, espectáculos de calidad... Pero a nivel institucional, ¡ay!, no merezco ser marca España a pesar de ser uno de los artistas más reconocidos del mundo. Tampoco tengo muchos premios [Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, el Premio de Cultura 2001...], y me da igual, porque eso me lo dan los aplausos, que me hacen feliz. Aquí parece que tienes que nacer en otro país para que te reconozcan».
Y se mosquea el bailaor, como tantos, cuando piensa en el trato que se le da al arte en España, «mi lucha es reivindicarlo. Me da rabia porque tenemos mucho talento». Sus cientos de viajes por el mundo le han llevado a autodenominarse Willy Fog, y, sobre todo, a presumir de su país por «una calidad de vida que no hay en ningún otro lugar, por su gastronomía y por el flamenco». Lástima que con el arte «no pase como en Francia, Italia, Portugal, Alemania..., donde se apoya al 100%. Es una pena».
Como buen flamenco, Joaquín Cortés es flexible en la hora de la llegada a sus citas, pero en lo demás siempre ha roto con la tradición. La crítica que se hizo a la fusión que planteó hace 30 años todavía le resuena en la cabeza, «pero mientras funcione la fórmula, para qué cambiar. Ahora resulta que la fusión está de moda...», ironiza un señor que se puso falda cuando solo la llevaban los escoceses y que, por encima de todo, no está dispuesto a renunciar a esa filosofía que iluminó la danza como nunca antes se había hecho y que sumó a la causa nombres como los de Armani o Dolce & Gabbana: «Fueron cambios necesarios», comenta un artista que todavía saca pecho cuando habla de aquella Pasión gitana de los 90.
  • Dónde: Teatro Real, Madrid. Cuándo: 14 de marzo. Cuánto: de 25 a 200 euros.