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Arte
Klimt consigue entrar en el olimpo
El "Retrato de Elizabeth Lederer" pintado por el artista austriaco se convierte en la obra de arte moderno más cara vendida es subasta pública de la historia

La primera subasta de Sotheby’s en su nuevo cuartel general neoyorquino –el edificio Breuer, antigua sede del Whitney Museum– partía con un principal foco morbo e interés: saber si la obra «America», de Maurizio Cattelan –un sanitario de 100 kilos de oro de 18 kilates– multiplicaría su valoración inicial de diez millones de dólares. Y, como era de prever, tal circunstancia no se produjo. Como sucede con todas las obras de arte contemporáneo cuyo coste de producción es tan elevado, el váter de Cattelan fue valorado como un «artículo de joyería», de manera que su crecimiento en términos de «valor simbólico» fue nulo.
De todas formas, esta decepción no empañó el éxito de una velada que ya queda para la historia: el retrato de Elizabeth Lederer, firmado por Gustav Klimt y fechado en 1914-1916, alcanzó un precio de remate de 236 millones de dólares. Esta cifra mareante lo convierte en la obra de un artista del siglo XX y XXI más cara vendida en subasta pública. Con un solo golpe de mazo, Klimt ha superado los 170 millones de dólares que se pagaron en noviembre de 2015 por el «Desnudo acostado», de Modigliani; los 179,3 millones de dólares en los que –ese mismo año– se cerró la venta de «Las mujeres de Argel», de Picasso; y los 195 millones que, hasta ayer, hacían de «Shot Sage Blue Marilyn» (1964), de Warhol, la obra más cara de un artista contemporáneo en venta pública.
Por rematar la proeza conseguida por Klimt, su retrato de Elizabeth Lederer se convierte en la segunda obra más cara de la historia vendida en subasta, por detrás solo del mítico «Salvator Mundi», de Leonardo. Y ¿por qué de repente Klimt? Lo cierto es que si se examina la evolución de precios del artista austriaco durante los últimos años, había señales más que suficientes de que esta «explosión» se podría producir. Klimt es un artista que, durante el siglo XXI, se ha desenvuelto en una horquilla de entre los 30 y 40 millones de dólares. Sin embargo, tras la pandemia, su curva de precios experimentó un ascenso inusitado con remates del tipo de los 105 millones de dólares que se pagaron, en 2022, por Birch Forest (1903); o los 108,4 millones de dólares que alcanzó, en 2023, su «Lady with a Fan» (1917-1918).
El terreno estaba preparado para alcanzar una cifra sobresaliente, pero, desde luego, de ahí a dar por seguro que su ya elevada cotización se iba a doblar en una sola noche hay un abismo que no se explica mediante una lógica progresiva. Es cierto que la biografía del retrato de Elizabeth Lederer está salpicada de esas historias que vuelven locos a los postores –como, por ejemplo, que fuera rescatado «in extremis» del fuego al que lo habían condenado los nazis–. Pero esta «romantización» del cuadro no da para que su precio pique en los 236 millones de dólares. La clave está en el propio Klimt: un artista-fetiche, exponente destacado de esa «modernidad-souvenir», por la cual sus grandes obras se imprimen en los objetos que se venden en las tiendas de los grandes museos. Sus pinturas –al igual que la de los impresionistas, Van Gogh o el mismo Warhol– poseen esa suerte de «aura reproducible», en virtud de la cual mantienen su misterio y romanticismo pese a la banalidad de muchas de sus reproducciones. Klimt ya ha entrado en el olimpo del marcado del arte. ¿Quién o quiénes serán los próximos? Apostemos: ¿René Magritte? ¿Marc Chagall?
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