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Tica Fernández-Montesinos: “Claro que me gustaría llevar flores a la tumba de mi tío Federico García Lorca”

Hija de Manuel Fernández-Montesinos y Concha García Lorca, habla de sus recuerdos alrededor del autor de “Poeta en Nueva York”
Federico García Lorca, en la Huerta de San Vicente, en 1935
Federico García Lorca, en la Huerta de San Vicente, junto con sus sobrinos Manuel y Tica Fernández-Montesinos, en 1935Eduardo Blanco-AmorHuerta de San Vicente
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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En las primeras horas del 16 de agosto de 1936, un grupo de hombres caía asesinado ante las tapias del cementerio de Granada. Entre ellos se encontraba quien había sido el último alcalde de la ciudad de la Alhambra elegido en las urnas hasta que un grupo de militares se levantó en armas contra la Segunda República. Se llamaba Manuel Fernández-Montesinos Lustau. Ese mismo día, a las cinco de la tarde, varios hombres armados, encabezados por el político ultraderechista Ramón Ruiz Alonso, llamaban a la puerta del número 1 de la calle Angulo, también en Granada. Allí detuvieron a Federico García Lorca, cuñado de Fernández-Montesinos. Poco después, el poeta era también asesinado por sus enemigos, en esta ocasión en algún lugar entre Víznar y Alfacar. Todo esto marcó a la familia de las dos víctimas, un dolor que los acompañó a un posterior exilio en Estados Unidos.
«Yo todavía me acuerdo de mi padre y de mi tío». Eso es lo que me dice Tica Fernández-Montesinos cuando le pregunto por aquellos días tan lejanos, pero negros para ella y los suyos. A sus 91 años vive tranquila en una residencia a las afueras de Madrid. Fue allí donde nos sentamos el pasado lunes para hablar de ese tiempo, pero también de los anteriores, los más felices, cuando ella era la compañera de juegos de su querido tío Federico. Tica es la última persona viva que conoció y trató al autor de «Poeta en Nueva York». «¿De veras soy la única? ¿No hay nadie más?», me pregunta sobre lo que le parece una gran responsabilidad. Le contesto que hasta este año también estaba Angelita Barrios, la hija de Ángel Barrios, el músico que fue gran amigo de Lorca y Falla. Cuando se lo explico, Tica se queda pensando sin decir una palabra.

La luz de la Huerta

Tica se llama Vicenta, como su abuela Vicenta Lorca Romero, algo que «fue una iniciativa de mi tío Federico». Pero ella era la pequeña, es decir, Vicentica, como la llamarán cariñosamente hasta crear ese Tica que conserva la hija de Manuel Fernández-Montesinos y Concha García Lorca.
Me traslada a los días luminosos en la Huerta de San Vicente, el hogar de los García Lorca en Granada. Ella era la compañera de juegos de su tío que la buscaba para compartir todo tipo de diversiones. ¿Si apareciera una grabación con su voz la podría reconocer? En un primer momento me asegura que no, pero piensa que «tenía una voz especial. Era grave, muy potente, pero también podía ser a veces aguda». También recuerda su risa. ¿Y cómo reía Federico García Lorca? «¡¡Reía con la o!!», replica de manera enérgica como si también quisiera reír así. Son las mismas palabras que me dijo Pepín Bello, el compañero de risas y juergas de Lorca en la Residencia de Estudiantes. «Se reía siempre con la o», decía Pepín. El poeta, según su sobrina, «tenía muy buena voz y cantaba muy bien, no como mi padre que no tenía esa fuerza».
Tica se puso enferma durante su infancia en la Huerta de San Vicente. No había penicilina en aquel tiempo y la niña perdió parte de la audición de uno de sus oídos. «Me acuerdo de tío Federico llamando a la puerta y preguntándome si estaba bien. Cuando me puse mala, mi madre me cortó las trenzas y tío Federico hacía como que lloraba por eso, aunque era de mentirijillas», rememora.
La fotografía con la que más identifica a su querido tío es una de las que forman parte del célebre reportaje que realizó el escritor Eduardo Blanco-Amor en la Huerta de San Vicente en 1935. En una de ellas, Tica aparece agarrada a su tío, como si tuviera miedo a perderlo, acompañada de su hermano Manuel Fernández-Montesinos. Cuando ve la imagen apunta que «ese vestido era blanco y rojo. Lo recuerdo muy bien».
Tampoco se le olvidan otros visitantes de la Huerta de San Vicente y de la casa de sus padres, en la calle San Antón de Granada. Uno de ellos era Manuel de Falla. «Venía a veces a vernos. Él tenía un aspecto de hombre muy serio, pero con nosotros, con los niños, era muy alegre. Sonreía mucho. ¿Sabe que él fue uno de los que dio la cara por mi tío Federico cuando fue detenido? Fue muy valiente».
Sin preguntarle ha llegado a nuestro diálogo el tema de la tragedia en esos días de agosto de 1936. Surge el nombre de la familia Rosales en cuyo domicilio se alojó el poeta pensando que estaría a salvo. «¿Crees que hizo todo para salvar a mi tío?», me pregunta. Le digo que sí, especialmente Luis Rosales y su hermano José. «¿Seguro?», me vuelve a preguntar. Adivino que no le convence mi respuesta afirmativa.

Misterio sin resolver

Llegados a este punto aparece lo inevitable y es todo lo vinculado con el paradero de los restos del poeta. «Es un misterio. Yo no lo sé. ¿Tú dónde crees que está?», me cuestiona. Le cito el paraje entre Víznar y Alfacar donde sabemos que su tío Federico fue asesinado y enterrado. Le hablo de las iniciativas para localizar a su célebre familiar y el empeño de quien esto escribe por aclarar la aparición de unos restos humanos en Alfacar, en 1986, junto al olivo en el que Lorca fue enterrado, restos que fueron depositados en el parque que lleva el nombre del autor de «Bodas de sangre». ¿Le molesta que se le busque? Tica se hace en un primer momento la despistada, como si no quisiera hablar del asunto. Finalmente me dice: «Claro que me gustaría llevarle flores a mi tío a su tumba. Pero no tengo con quién. No sé dónde está. Eso es un misterio. Es el misterio». Tica queda en silencio un momento y vuelve a añadir que «me gustaría llevarle flores a mi tío Federico».
También hablamos de su madre Concha quien pese a todo lo vivido en esos días, tuvo la fuerza y el empeño para salir adelante con tres niños pequeños a su cargo. Pese a todo lo padecido, la dibuja alegre y me subraya que era una mujer alegre. Solamente había un tema tabú cuando se le preguntaba por su hermano Federico. «A mi madre no le gustaba hablar de la homosexualidad de mi tío. Le pasaba lo mismo que a mi tía Isabel [García Lorca, hermana del poeta], aunque en sus últimos años mi tía sí que empezó a aceptar el tema».
Hablamos del legado extraordinario de su tío, de sus versos, de su teatro, del impacto que le causó cuando los leyó por primera vez. También me cuenta una historia desconocida y es la de su empeño en que se publicara la obra teatral «El público», cuyo manuscrito quedó en manos de Rafael Martínez Nadal, uno de los íntimos de su tío y que no contó después con la simpatía de los herederos del granadino: «Quise desencallar aquello. No sé qué pasaba, pero tomé la iniciativa y me reuní con él. Conmigo fue muy amable, un caballero», me dice. El texto se publicó por primera vez en 1976, de la mano de Martínez Nadal.
Cuando nos despedimos, Tica me comenta algo. «Eso que me preguntabas sobre la tumba de mi tío... Creo que de esa pregunta tú tienes la respuesta». Me quedo mudo, sin saber qué contestar.