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Cien años de Normal Mailer: improperios, puñetazos y el mejor periodismo literario

El 31 de enero de 1923 nacía un escritor con una vida novelesca que firmó exabruptos, provocaciones y algunas de las mejores páginas de la literatura estadounidense
Norman Mailer, pope del Nuevo Periodismo, mañana habría cumplido cien años
Norman Mailer, pope del Nuevo Periodismo, mañana habría cumplido cien añosPETER FOLEYEFE
La Razón
  • Sofía Campos

    Sofía Campos

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Se presentó a la alcaldía de Nueva York, ganó dos veces el Pulitzer y apuñaló a una de sus seis esposas. Seguramente, como mezcla estadística, la vida de Normal Mailer es insuperable. El escritor, uno de los mejores de la literatura estadounidense, que nació tal día como hoy hace cien años, fue espíritu de la contracultura, genio de la provocación, y víctima de una psicología que era, a ratos, homicida, y a ratos, suicida. Incluso puede que ambas cosas al mismo tiempo. Quizá por ese torrente excesivo, tanto en lo literario como en lo biográfico, su país y su ciudad, Nueva York, apenas le rinden homenajes “sotto voce”. Mailer sería insoportable hoy para el público masivo. Nadie osaría estos días a entregarle un premio o aparecer en una fotografía con él: se autocalificaba de "conservador de izquierdas", y era a la vez algo marxista, completamente ateo y recalcitrantemente machista.
Nació en el seno de una familia judía de Long Branch (New Jersey), en 1923. Pasó sus años de formación en Brooklyn y se diplomó en Mecánica Aeronáutica en Harvard en 1943. La Guerra estaba en su apogeo y fue llamado a filas en 1944. Luchó en el frente del Pacífico y de esa experiencia surgió “Los desnudos y los muertos”, su debut literario y todo un fenómeno en su época. Para algunos, sigue siendo la mejor novela sobre la contienda y su nombre pasó a encabezar una generación de escritores jóvenes (y no tan jóvenes, pero que compartían universo literario, credo y actitud) junto a nombres como Truman Capote, John Updike, Saul Bellow y Philip Roth, que encarnaban una nueva sensibilidad y una nueva manera de hacer literatura en Estados Unidos.
Sin embargo, sus siguientes novelas no destacaron como su debut. Tanto “Costa bárbara” (1951) como “El parque de los ciervos” (1955) eran excelentes trabajos pero no causaron el impacto comercial esperado y Mailer se volcó en el periodismo. Fundó el semanario “The Village Voice”, que todavía existe y donde comenzó sus provocaciones (y algún exabrupto) sobre temas de actualidad como la Guerra de Vietnam, el racismo o la política estadounidense. Mailer iba encarnando una voz opositora corrosiva que, a veces, disparaba directamente bilis. Su reportaje “El negro blanco: reflexiones superficiales sobre el hipster”, causó un enorme impacto por su análisis sociocultural del hipster y el “existencialismo estadounidense” que criticaba la cultura adormecida de su país, entregada a la rebeldía individualista y al sexo, que para Mailer situaba a los blancos de la mano de los negros en su marginalidad. El ensayo tomaba como base muchas de las columnas que Mailer había ido publicando en “The Village Voice”. Sin embargo, Mailer sabía hacer periodismo alejado del bramido. Sus crónicas sobre las convenciones de demócratas y republicanos de finales de los años 50 y sobre las marchas pacifistas de los años 60 bien merecían publicarse como literatura (y así fue, en “Los papeles presidenciales” y “Los ejércitos de la noche”), o al menos, como crónicas en la mejor tradición anglosajona.
Sin embargo, el considerado “mejor periodista de América” era un terremoto en su vida personal. Porque, mientras que su escritura se había tornado más periodística, su vida se iba haciendo cada vez más novelesca. Mailer se casó seis veces y tuvo nueve hijos (era un enemigo declarado de los anticonceptivos), acumulando, por tanto, una pléyade de pensiones alimenticias. El culmen de su disparate sentimental tuvo lugar en 1960, cuando durante una borrachera, apuñaló a su segunda mujer, Adele Morales, con un abrecartas. A consecuencia de este hecho, aceptó ingresar temporalmente en un hospital psiquiátrico y, aunque su mujer no presentó cargos, se cobró la venganza en forma de libro con “La última fiesta” (1997). La noche del apuñalamiento quizá fue una de las más locas de la loca vida del escritor, pues se trató de la fiesta en la que anunciaba su candidatura a la alcaldía de Nueva York, y en la celebración había invitados ilustres, poetas “beat” como Allen Gisnberg, y vagabundos y otros personajes de dudosa reputación surgidos de las calles de la Gran Manzana. Intentó varias veces ser alcalde, pero en todas fracasó.
La trayectoria de Mailer estuvo jalonada por enormes broncas con sus compañeros de profesión, con el mérito añadido de que en sus tiempos no existían las redes sociales. Desafió públicamente al novelista William Styron, que no accedió al combate, pero Mailer sí consiguió sacudirle un puñetazo a Gore Vidal, que le había comparado con Charles Manson públicamente. Tampoco llegó a la agresión física, pero el autor de “La canción del verdugo” (1971), novela por la que obtuvo su segundo Pulitzer, intercambió improperios públicos con Truman Capote a cuenta de casi todo. También, por supuesto, se las tuvo tiesas con otra figura del periodismo literario, Tom Wolfe. Sus intereses omnívoros le llevaron a escribir de casi todo y a publicar varias excelentes biografías entre las que destacan las de Marilyn Monroe, Mohamed Alí, Lee Harvey Oswald, y Pablo Picasso. Su crónica del combate de boxeo entre Mohamed Ali y George Foreman en Kinsaha (Congo) ha quedado como una de las cumbres del periodismo deportivo.
Tras el de Adele Morales, llegaron cuatro matrimonios, los de Jeanne, Beverly, y Carol, que se sucedieron como errores de cálculo por las constantes infidelidades de Mailer. Instalado en Hollywood, incluso probó en el cine, con varias películas experimentales. Conoció a la también novelista Barbara Davis, con quien contrajo su sexto y último matrimonio, que este sí, le duró hasta la muerte. Lo que nunca obtuvo fue el premio Nobel, a pesar de acumular merecimientos, según parece, por su afición al escándalo y el exceso verbal. Provocó tanto al feminismo como a los presidentes estadounidenses Nixon, Carter e incluso George Bush. La pregunta es ¿quién quiere a Norman Mailer?